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Sacco, Vanzetti, Di Giovanni y un alegato contra la pena de muerte

Se cumplen 80 años de las ejecuciones de Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti. La repercusión también se hizo sentir en Santa Fe. Pero motivó interesantes coberturas en la ciudad las que se realizaron en virtud del fusilamiento del italiano Severino Di Giovanni.

Hoy se cumplen 80 años de las ejecuciones de Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, los dos anarquistas ejecutados en Massachusetts, Estados Unidos, acusados por un crimen que no habían cometido. A tal punto fue vergonzoso el proceso, que hace 30 años, el gobernador de ese estado absolvió simbólicamente a ambos y declaró que “todo deshonor debía ser suprimido de sus nombres para siempre”. En la provincia de Santa Fe, especialmente en Rosario, las repercusiones se hicieron sentir ampliamente.

Pero hubo otro hecho que, unos pocos años después, iba a ser objeto de dispares análisis en la prensa santafesina: la ejecución, por la dictadura de Uriburu, de Severino Di Giovanni, el anarquista individualista que puso en jaque a la policía de Buenos Aires durante varios años, hasta que fue detenido en enero de 1931. Consultamos dos de los al menos cuatro periódicos que se publicaban por entonces en la ciudad: El Orden y Santa Fe.

Hay que decir primero que Di Giovanni fue entonces y continúa siendo ahora un blanco fácil para quienes quieren exaltar el nazionalismo. Era un hombre que creía firmemente en la anarquía de acción, no de escritorio, lo que lo llevó a ser acusado incluso por otra facción del anarquismo nacional de ser agente del propio fascismo. Di Giovanni no veía mal fabricar dinero falso ni poner bombas contra la burguesía y sus representantes de entonces. Pero eso es otro debate.

Lo cierto es que el diario El Orden realiza una cobertura impresionante de la ejecución de Di Giovanni y su amigo Paulino Scarfó: desde su captura hasta su ejecución la tapa y varias páginas están profusamente ilustradas. Hay una tapa que es particularmente llamativa, dados los medios disponibles para la época: hay un colage de varias fotografías mostrando la reconstrucción de la captura, con un hombre subiéndose a los techos, tal como hizo Di Giovanni; la imprenta de la que salía cuando lo atraparon, la del agente herido en la persecución, entre otros: era el episodio policial más sensacional de todos los tiempos en el país. Y como bien señala Osvaldo Bayer en “Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia”, desde allí y hasta ahora, Di Giovanni quedó en la historia como un delincuente común, o más: como un delincuente sanguinario y condenado (aún hoy) por haber convivido con América Scarfó, una joven de 17 años que lo siguió amando hasta que murió el 19 de agosto del año pasado, a los 93 años. (Por gestión del propio Bayer, recién en 1999 le fueron devueltas las cartas de amor que ambos sostuvieron).

El diario El Orden, entonces, se encarga de endilgarle todos los males de la sociedad: para ese periódico: muerto Di Giovanni, se acabó el anarquismo y se acabaron también los problemas de la “patria”.

El diario Santa Fe, si bien hace una cobertura a tono con los designios oficiales, publica un editorial que vale la pena rescatar. Tiene un título algo extraño: “No tan calvo, que se le vean los sesos”. Es, en realidad, un interesante alegato contra la pena de muerte. “Cuando la pena capital fue abolida en nuestro código sentimos algo así como una sensación de alivio ante la seguridad de que no habríamos de asistir en lo sucesivo a espectáculo semejante”, decía.

La preocupación del editorialista eran las perturbaciones psíquicas que se producían en los argentinos ante las ejecuciones: “¿qué ha de ser de nosotros si no se contemplan los efectos desastrosos que produce en nuestras psiquis la aplicación de la pena de muerte?”, se preguntaba.

Antes que la locura colectiva ha de preferirse, en todo caso, la impunidad del delincuente. Ante los hechos no podemos menos de formular votos tales. Y ojalá que las ejecuciones a que hemos asistido, si no “sirven para la rápida vuelta a la normalidad institucional”, por lo menos tengan la virtud de evitarnos, para lo futuro, las sensaciones demasiado fuertes que nos hacen parecer trastornados”, culmina el editorial.

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