Se cumplen 100 años de que el radicalismo
llegara a una gobernación por medio de los votos. Fue en Santa Fe, en épocas
lejanas en las que ese partido generaba el temor de la clase política
tradicional y el entusiasmo y adhesión de todo el pueblo. Hipólito Yrigoyen
estuvo en la ciudad acompañando a los candidatos. Evocaciones años después.
En 1910 Ignacio Crespo, con 80 años y
varios intentos fallidos llegó a la gobernación de Santa Fe.
El panorama político de la provincia estaba
dominado por los mismos sectores de siempre, aunque desde hacía dos décadas un
actor molesto rompía la calma. Eran los radicales, que en 1893 habían tomado el
poder durante 21 días, y protagonizado otros alzamientos en ese año y en 1905
(Más sobre radicalismo revolucionario, acá, acá y acá). Luego, la abstención
revolucionaria.
Pero en 1911 se produciría un hecho inédito de consecuencias imprevisibles para sus gestores y para quienes creían ser los absolutos protagonistas de la política local.
Crespo, a poco de asumir, fue declarado enemigo de una fracción del Partido Constitucional que lo había depositado en el gobierno. Los rebeldes trazaron una estrategia que, estimaban, terminaría devolviendo al ex gobernador Rodolfo Freyre al poder sin pasar por las urnas. Desalojado Crespo, y ante el fallecimiento del vice gobernador, Freyre, presidente del Senado, volvería al sillón de López. El post con más detalles sigue acá.
Lo cierto es que, intervenida la provincia, llegó el tiempo electoral.
Pero en 1911 se produciría un hecho inédito de consecuencias imprevisibles para sus gestores y para quienes creían ser los absolutos protagonistas de la política local.
Crespo, a poco de asumir, fue declarado enemigo de una fracción del Partido Constitucional que lo había depositado en el gobierno. Los rebeldes trazaron una estrategia que, estimaban, terminaría devolviendo al ex gobernador Rodolfo Freyre al poder sin pasar por las urnas. Desalojado Crespo, y ante el fallecimiento del vice gobernador, Freyre, presidente del Senado, volvería al sillón de López. El post con más detalles sigue acá.
Lo cierto es que, intervenida la provincia, llegó el tiempo electoral.
La Unión Cívica Radical estaba rodeada, por aquellos días, en una aureola mística, construida trabajosamente tras 20 años de debate, denuncias, revoluciones y abstenciones.
La llegada de la intervención despertó las ansias de participación de los radicales santafesinos. El presidente se reunió varias veces con el líder de los radicales; incluso Roque Sáenz Peña le ofreció a Hipólito Yrigoyen integrar el gabinete, pero fue rechazado. El radical tenía exigencias intransigentes: modificación del padrón y ley electoral, medidas que necesitaban para implementarse de la intervención de todas las provincias. Esta última medida era demasiado extremista para el presidente, que sin embargo coincidió en las dos primeras.
En el marco de las promesas presidenciales es que los radicales santafesinos se lanzan de lleno a presionar sobre Yrigoyen primero y la Convención Nacional después. El 3 de mayo de 1911 una comisión del Comité Nacional de la UCR se reúne con el presidente. Sus demandas son tres: establecimiento del padrón militar, desmonte de la maquinaria electoral en la provincia y fin de la corrupción comicial.
Algunas semanas después, la Convención delibera en secreto. La resolución, recuerda que la abstención había sido decretada por estar “imposibilitada la acción de la opinión pública en el ejercicio del derecho electoral como medio de conseguir pacíficamente la reparación institucional”. Y que el presidente había señalado que le daba “a la cuestión de Santa Fe un carácter nacional, empezando así a hacer prácticas sus promesas de reparación institucional en lo que estaba empeñado, según manifestó, como Presidente y como caballero”. La resolución, amparada en la palabra de Sáenz Peña, fue autorizar a la Unión Cívica Radical de Santa Fe a concurrir a los comicios.
Tras varias deliberaciones, fueron nominados a los cargos de gobernador y vicegobernador Manuel Menchaca y Ricardo Caballero, quienes compitieron con los candidatos del Partido Constitucional, la Coalición y la Liga del Sur.
Una semana antes de las elecciones se realizó el acto de cierre de campaña de los radicales, que fue multitudinario para su época. Los sectores más conservadores de la ciudad miraban casi horrorizados pasar a las muchedumbres.
El tren que traía a Santa Fe a Hipólito Yrigoyen arribó a la Estación del Central Argentino a las 14.30. Maquinistas y foguistas adornaban sus cabezas con las tradicionales boinas blancas. Antes, al mediodía habían llegado a la Plaza España los primeros manifestantes. Cuando Yrigoyen apareció, ya se habían transformado en multitud.
La columna se puso en marcha, para llegar al punto central del acto, frente a la casa de gobierno, que estaba en construcción. El diario Santa Fe, que apoyaba moderadamente la candidatura de Menchaca, intentó calcular la asistencia. “Teníamos el propósito de contar a los manifestantes a su paso por nuestra imprenta. Confesamos que no nos fue posible porque las filas eran desiguales, formando en unas con 15 ó 20 personas, en otras con 5 ó 6. Hemos oído cifras que nos parecen exageradas, ya por lo bajas, o por lo altas. Esas cosas dependen, como se sabe, del cristal con que se miren”.
Los periodistas conjeturaron sobre cantidades de esta manera: “La manifestación, desfilando lentamente tardó 12 minutos en pasar frente a esta casa. Si se tratara de comparar diríamos también sin vacilación que la del domingo es la manifestación más numerosa que haya visto Santa Fe, al menos que nosotros recordemos”.
Nueva Época, decididamente opositor al radicalismo, escribió en sus páginas que la manifestación había sido pobre y que habían circulado unas hojitas impresas con expresiones groseras y de mal gusto.
Las elecciones se llevaron a cabo el 31 de marzo de 1912. Votaron alrededor de 70.000 personas, un 69% del padrón, cifra bastante significativa para la época. Excepto en los departamentos del Sur, el radicalismo ganó en todos los distritos. Los leales a Ignacio Crespo no obtuvieron ningún elector.
Aunque suele marcarse a estas elecciones como las primeras realizadas bajo el imperio de la llamada ley Sáenz Peña, sólo la relativa al padrón rigió este comicio. No era poco.
Santa Fe fue el banco de pruebas de las promesas presidenciales de finalizar con la corrupción electoral. Superó con creces las expectativas, y causó sorpresas y arrepentimientos, especialmente las del gobierno nacional y del espectro conservador de todo el país.
Lo que hizo el radicalismo con esa oportunidad histórica, es otra historia.
El análisis de los diarios
Nueva Época, a poco de producida la elección, increpa
al pueblo la decisión de llevar al radicalismo al poder. Dice textualmente:
¿Cuál es la psicología de los pueblos que así abandonan a los hombres que
representando una tendencia de opinión se han solidarizado con sus ideales y
los han hecho prácticos y abonan con su vida pública la seguridad de sus
compromisos? ¿Cuál es la conciencia colectiva de los pueblos, cuál la orientación
que sigue en sus decisiones, qué concepto de sus conveniencias tienen
adquirido?
El cuerpo electoral olvidó por esas eternas
veleidades que sufren las muchedumbres sus fallos caprichosos a los hombres que
encarnan su espíritu y sus aspiraciones. Los olvidó con notoria ingratitud.
La recriminación a ese pueblo que dio la
espalda a los supuestos progresos y a la supuesta abnegación de los patricios
santafesinos termina así: “Si esta es la justicia del pueblo, convengamos en
que si existieran tribunales de apelación para ir contra tales fallos, nunca
como en el caso presente podría iniciarse con abundante prueba la demanda”.
Pasadas casi tres décadas, en 1940, El Orden
entrevistó a don Manuel Menchaca en un especial de varias páginas en el que se
relatan con detalles algunos aspectos del levantamiento de la abstención.
Con las palabras de Menchaca, el diario
construye un texto donde describe también a la ciudad del centenario.
Santa Fe de aquella época no era la ciudad
pujante, dinámica, como es la ciudad de hoy, sino que por el contrario recién
despertaba de su sueño colonial, y los hombres y las luchas políticas tenían
por fuerza que parecerse mucho a la ciudad donde desarrollaban sus actividades.
Por ello el advenimiento de las nuevas fuerzas
políticas debía por fuerza producir una intensa conmoción, una verdadera
revolución de las tranquilas jornadas políticas de aquellos días, cuando la
vieja oligarquía cumplía sus días finales, consumida por sus propios defectos y
su incomprensión de la hora que le tocaba afrontar.
A la hora de hablar del pueblo, señala que “estaba
preparado, en su ánimo para el cambio que vendría; aunque no tuviera demasiada
conciencia para las formas que adoptaría el movimiento”.
La “rebelión” de los radicales santafesinos
que finalmente lograron autorización para participar de las elecciones se produjo porque
tenían “la llama de la conciencia del poderío propio, alentando, en medio del
descreimiento general, a un puñado de hombres que iban a conducir al pueblo a
su primera victoria auténtica”.
El gobierno de Menchaca fue resistido por el espectro tradicional de la provincia. El radicalismo santafesino no tardó en dividirse en múltiples facciones. Más adelante sería intendente de la ciudad y muchos de los radicales que lo acompañaron hace 100 años, serían parte de la Junta Renovadora en los años 40. Menchaca no.
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