Poco más de un mes antes de que asumiera por
primera vez la presidencia Juan Domingo Perón, el festejo del Día del
Trabajador asumió un carácter festivo en la ciudad de Santa Fe.
La tradicional conmemoración del Día del
Trabajador varió en 1946: de la clásica jornada de protesta al día de
agradecimiento y de fiesta que iría consolidándose durante la década peronista.
Santa Fe no estuvo ajena a ese proceso que
marcaría el inicio de lo que un gran sector de la sociedad argentina recordaría
siempre como “los años felices”.
La cita del 1º de mayo de ese año fue, una vez
más, en la Plaza España. Había sido organizado por la filial local de la
Confederación General del Trabajo.
Desde primeras horas de la tarde arribaron
afiliados a distintos gremios, al Partido Laborista y también “un grupo de
señoritas, que vistiendo ropas blancas, llevaron grandes banderas argentinas,
dando ello lugar a una nota emotiva y de indudable significación”.
Fueron varios los oradores que hicieron uso de
la palabra luego de que se entonara el Himno Nacional “con verdadera unción
patriótica”: Ernesto D. Orgamio, representante de los sindicatos autónomos; Segundo
Díaz, de la Agrupación de Enlace de Gremios; J. Farré Malbet, del Partido
Laborista; Juan C. Apullán, de la Federación Santafesina del Trabajo. Todos,
dice la crónica del diario El Orden, exhortaron a los obreros “a mantenerse
unidos con el fin de asegurar las conquistas sociales obtenidas”.
El acto fue cerrado por Ernesto Sollberg, de
la CGT Santa Fe. El dirigente recordó el origen de la fecha y aludió a la
política obrerista que se llevaba adelante desde la Revolución del 4 de junio
de 1943.
Y esa fuerza laborista –señaló-- la verdadera en la reconstrucción del país, no ya perseguida por leyes y decretos amordazantes, sino escuchada y comprendida, por un gobierno fuerte y sereno, aquietada en sus enconos y en sus luchas de clases, segura ya de su propia fuerza y la justicia de sus reclamos, no sólo hizo oír su voz para el logro de sus conquistas sino que sabiéndose mayoritaria, reafirmó en elecciones limpias y puras, como no las tuvo nunca el país, al gobierno revolucionario y elevó con su apoyo y empuje a la primera magistratura del país a aquel que creó la Secretaría de Trabajo y Previsión.
Sollberg, ferroviario, cerró su discurso reconociendo
en Juan Domingo Perón al hombre “que supo comprender el dolor del trabajador
argentino”.
Esta es la hora de paz y de concordia, que aspiramos siempre los obreros y que abre como un nuevo día en este luminoso 1º de mayo, más hermoso que nunca porque es el día de las realidad y que arrancamos por el camino de la paz, de la justicia, de la comprensión, sin odios, sin rencores, sin el recuerdo de dolores pasados que hagan nacer deseos de venganza, para el bien de todos los hijos y para el engrandecimiento de la patria.
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