Los jóvenes siempre han sido objeto de noticia: por
delincuentes, por políticos, por apolíticos, por terroristas, subversivos o
maravillosos. La mirada hacia ellos en 1968, de parte de adultos-periodistas, o
viejos vinagres.
Los jóvenes son protagonistas en 1968. Primeras figuras. Lo
que sucedía en Francia, Estados Unidos y en algunos lugares del país preocupaba
sobremanera a la familia santafesina.
Sartre y el existencialismo (“expresión ‘intelectualoide’”,
según la revista Tiempo), los beatniks, los Beatles (con su “ritmo enloquecedor
y frenético”) y, por supuesto, los hippies, demudaban los rostros de los
hombres de saco y corbata.
“¿Serán los hippies de hoy la exteriorización de una
juventud disconforme en busca de una rectificación, serán los protagonistas de
ese mundo del año dos mil que viene a nosotros vertiginosamente, o serán los
mensajeros del Apocalipsis?”, se pregunta la revista para dar paso a la colaboración
del jurista y educador Agustín Luis Rossi con su En defensa de la Nueva
Generación.
Rossi estaba realmente preocupado por las manifestaciones de
indisciplina, disconformismo y también de violencia que se verificaban en
Buenos Aires y Mar del Plata. Eran pocos, aseguraba, pero se los magnificaba y
hasta justificaba. Como demostraba su experiencia, las “desviaciones
conductuales” podían corregirse con educación y libertad “bien orientada”.
Sostiene Rossi que gran parte de la responsabilidad por la
preocupación generada por los jóvenes, es del periodismo. Es que éste no
censura con fuerza a los movimientos juveniles. “Cuando a todas estas
manifestaciones negativas se les da visos de heroicidad, se corre el riesgo de
imitación, se incita”, afirma. Los medios de comunicación deberían ocuparse de
destacar a la mayoría, que tiene “hábitos normales”, a esa juventud que “no se
pintarrajea, que se baña todos los días, que no roba, no mata, no viola”. Se
refería, claro, a los existencialistas de antes, hippies de ahora. (Tiempo,
enero de 1968)
Dos meses después, un problema relacionado merecerá la
atención de El Litoral. Revueltas juveniles en las universidades de países con
regímenes totalitarios, de izquierda y de derecha, ponían en cuestión el templo
de la disciplina y el orden. “Se diría que los jóvenes de todos los países han
aprendido en el mismo manual la técnica de la revuelta”, analiza. Concluye con una
frase que habrá que retener; si bien se refiere a las dictaduras europeas, no
puede pasarse por alto que nuestro país atravesaba una. Dice el diario dirigido
por Riobó Caputto: “Tras vivir bajo el imperio de una autoridad fuertemente
impuesta, los jóvenes descubren a la libertad y la enaltecen en enérgica
actitud polémica con la filosofía política y moral de sus mentores. Y como a
los jóvenes les place más la acción que la sofística, su actitud crítica la
asumen a brazo partido con el poder policial (…). El exceso de autoritarismo
engendra sus propios antídotos, como todos los excesos”.
También en asuntos más cotidianos los jóvenes eran objeto de
noticia. No hay que olvidar que el país estaba bajo el gobierno de Juan Carlos
Onganía y que Santa Fe se encontraba bajo la mano firme del contralmirante
Eladio Modesto Vázquez, un hombre de la Marina que supo rodearse de respetables
prohombres santafesinos para llevar adelante su gobierno de facto.
Las “razzias” comenzaron a formar parte del paisaje
nocturno. En mayo, la Policía de Menores había detenido, en sólo 72 horas, a 60
chicos en confiterías, otros lugares de diversión nocturna y en la vía pública
por falta de control, peligro físico, vagancia y ausentismo escolar.
El efímero periódico Interior Santafesino marcaba, además,
una contradicción “de clase” en la aplicación de una norma por parte de la
policía y de la justicia de menores local. No se permitía que concurrieran, ni
aún con sus padres, a bailes después de la una de la mañana. Sin embargo no se
actuaba de igual manera con los “festivales danzantes” que se realizaban en
clubes para celebrar los 15 años de las niñas. “¿No son también ellas menores
de edad?”, se preguntaba el cronista tribunalicio. “¿Acaso un padre o una madre
trabajadora —para la justicia y la policía— están incapacitados para tener con
sus hijos el debido control moral y sí lo pueden tener el padre y la madre, de
alta alcurnia?”
Y seguramente en ese sector social, los niños también daban
problemas. Al punto que El Litoral daba consejos a los padres sobre los
“pequeños hurtos” que solían efectuar. A no preocuparse demasiado, sugería.
Antes de los seis años, los niños no tienen concepto de la propiedad. En
cambio, entre esa edad y la adolescencia, ya se convierte en hurto: sabe efectivamente
que está cometiendo una mala acción, aunque generalmente se trata de objeto de
poco valor: una lapicera, una moneda de la cartera de la madre… Atención papás:
no ceder al primer impulso de avergonzarlo; sería un gran error. Hay que buscar
los motivos y hacer “un examen claro y concienzudo de toda la situación
familiar y, en particular, del propio comportamiento con respecto al niño (…).
Antes de juzgarlo mal y de considerarlo un caso incorregible, deben agotarse
todos los medios en nuestra inteligencia y en nuestra sensibilidad para llegar
al fondo de la verdadera causa”.
Si todo esto no alcanzaba, ya se sabe, el Estado podía
reencauzar. El 4 de junio, en Buenos Aires, en la sede de la Lotería de
Beneficencia Nacional y Casinos, el general Manuel Ceretti encabezó el sorteo
de los ciudadanos clase ’48 para el Servicio Militar Obligatorio. El documento
077 fue el primero; el 414, el último.
Pero pese a la mirada condescendiente hacia los jóvenes de
la zona del Dr. Rossi, había en Santa Fe hippies, existencialistas y también,
quizás lo más peligroso, hombres y mujeres interesados en la política y la
sociedad.
(Parte del Capítulo I de Cuando pararon las rotativas. Historia
de una huelga silenciada).
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