A 83 años del primer golpe militar en nuestro país,
recorremos la mirada que tres diarios santafesinos dieron a la que entonces se
llamaba “revolución”.
El diario El Litoral reconoció entonces que el
procedimiento, al que no se llamaba golpe de Estado, sino revolución, era
“extraño a la democracia”, pero desde su confeso radicalismo, aceptó que era
necesario.
En las jornadas previas y posteriores al 6 de septiembre de
1930 la postura del diario que aún dirigía Salvador Caputto es de un claro “¡Yo
te lo dije!”, con que madres y padres amonestan a sus hijos. Pero es un “¡Yo te
lo dije!” en dos direcciones: al pueblo-niño y a los políticos también obstinados.
Dice El Litoral el mismo 6 de septiembre, cuando aún estaban
frescas las informaciones, que “la prensa independiente del país, cumpliendo
sagrados deberes de colaboración en orden a la política y a la administración
pública, señalaba constantemente los graves errores del gobierno nacional,
pero éste sordo y ciego, obstinado superlativamente, continuaba avanzando por
sendas prohibidas”.
En el mismo sentido, amonesta al destituido gobernador Pedro
Gómez Cello, que había clausurado la Legislatura a poco de asumir. “En este
momento le asaltarán los consejos que oportuna y desinteresadamente le
diera El Litoral”, se publicó el día 7.
La otra dirección de la que hablábamos es la del
pueblo-niño. Enumeramos unas pocas frases dedicadas al pueblo argentino:
- La masa popular, ciertamente idolátrica por falta de ejercicio del gobierno propio, apoyó a quien fulminaba con adjetivos hieráticos al “régimen”.
- La democracia es el gobierno del pueblo ejercido por los ciudadanos de ciencia y conciencia política, porque la iniciativa en orden a los asuntos públicos debe tener en la técnica su punto de apoyo. (...) El bienestar económico, la justicia, la instrucción, la salud, etc., no se atienden con palabras de fiebre ni por arte de adivinación, requieren pasión de humanidad en el sentido que lo dijera el poeta alemán: Luz, luz, más luz. Y téngalo en cuenta el pueblo porque los errores los paga al precio de su propia dignidad. (Las causas del mal gobierno, 10 de septiembre de 1930).
Pasamos ahora al diario Santa Fe, que había perdido poco
tiempo antes a su director y desaparecería unos años después.
Este matutino exalta el patriotismo de los golpistas, o
“revolucionarios”: “Ciudadanos preclaros, militares pundonorosos,
cargados de méritos y altos de talento han debido considerar el problema para
resolverlo de la única forma que les permitían las circunstancias”, publica el
día 7 bajo un título a toda página: ¡Triunfó la revolución!
Al día siguiente, indica: “El pueblo debe confiar en
la serenidad y el patriotismo de quienes han asumido el gobierno provisional
del país”. A ese mismo pueblo le dedica una nota editorial titulada El derrumbe
de un ídolo. “El pueblo, ese gran niño ingenuo, tan propenso al impresionismo
cuando hay quienes sepan explotar sus sensiblerías, suele ser terrible en sus
reacciones”, dice, dándole un poco más de ánimos que su colega vespertino.
“Cuando imprudentemente se juega con él, con demasiada confianza en sus
incomprensiones, suele deparar crueles y muy aleccionadores desengaños”.
El Santa Fe dedica unas últimas líneas al presidente
destituido Hipólito Yrigoyen: “Quede a nuestra democracia como recuerdo de su
ayer, pleno de patriotismo y altiveces, el ejemplo del ídolo caído, que si fue
bueno y necesario en otras épocas y otras circunstancias; si se consagró al
bien del país y supo ser un factor eficiente en las pasadas contiendas del
civismo nacional, no tuvo en esta segunda presidencia la visión de la hora
presente o no estaba ya en la plenitud de su inteligencia y de sus energías”.
Finalizamos esta recorrida con el diario El Orden, el más
joven de los tres que guarda el archivo.
“Más que una revolución, ha sido una magnífica manifestación
patriótica”, opina el 7 de septiembre. Analiza además la figura de Yrigoyen:
“La República Argentina no soporta ni soportará dictadores. Es su tradicional
condición, y si hubo una vez un Juan Manuel de Rosas, que aprovechó
circunstancias propicias para erigirse en amo y señor del pueblo, también hubo
un caudillo, el general Urquiza, que arrasó con él y sus tropas, obligándole a
huir al extranjero. Se repite el ejemplo. La Junta provisional de gobierno que
encabeza el teniente general Uriburu no puede sino inspirarnos confianza. El
compromiso contraído por los nuevos mandatarios con el pueblo en solemne y ayer
nomás, al prestar juramento el presidente Uriburu ante el pueblo y el ejército,
y los ministros ante el presidente, han ratificado sus propósitos honrados
y democráticos”.
El país estaba “harto” del radicalismo, dice El Orden y pese
a adoptar “la única solución” posible, no daba entonces toda su confianza al
pueblo. “La cultura popular no ha mejorado en gran parte; se mantiene hoy igual
que ayer, y solo puede confiarse en que recapacite el pueblo después de la ruda
prueba a que la ha sometido el radicalismo”, publica.
Este mismo diario, apenas tres años después, publicará en
ocasión de los funerales de Hipólito Yrigoyen un intento de explicación de por
qué el pueblo lo había acompañado en el final.
La chusma despreciada por las minorías selectas, no ha leído a Maquiavelo, ignora la existencia del Contrato Social, sabe muy poco de la Historia Política de los Pueblos, pero vive arrebujada en su instinto poderoso que le hace presentir a los mejores.
Así ha ocurrido siempre y así seguirá ocurriendo. Los habrá habido más ilustrados, más dialécticos, más elegantes, pero ninguno debió ser, en un balance total, como este de quien el pueblo presentía los pensamientos porque sus pensamientos eran los del pueblo.
El Orden pide a los detractores “del gran caudillo” que entiendan al pueblo y observen la manifestación de dolor popular como una lección, porque, dice “la chusma piensa, la chusma sabe a dónde va, la chusma presiente sin saber por que, a los rectos y a los bien intencionados”.
Las mujeres humildes no entienden de política, los obreros y la clase media, los trabajadores del campo y hasta los niños que recién asoman a la vida, le han seguido porque lo presintieron. Instintivamente encontraron al que los amaba de veras y lo amaron. Esto es todo. Instintivamente encontraron a los que querían defraudarlos y los repudiaron. No sabremos por qué amamos a veces, pero casi siempre es porque nos aman. No sabemos por qué despreciamos a veces, pero casi siempre es porque nos desprecian. He ahí la verdad clara, simple y pura que explica este homenaje grandioso. (Texto completo del editorial, acá)
*Las negritas son mías.
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