Una puede imaginar a un cronista embelesado tocando el
timbre a la puerta de Amrosetti 84, 2º piso, de Capital Federal. Y es que no
puede imaginarlo de otra manera cuando así empieza la crónica:
Ambrosetti 84, 2º piso. ¡Cuántas veces este departamento, perdido en el corazón de Caballito ocupó espacios y más espacios en las crónicas policiales de los allanamientos practicados antes del 16 de setiembre de 1955!
El cronista se confiesa temeroso de haber hecho un viaje
inútil, pero “una doméstica” lo hizo
pasar. Luego de describir la abundancia de libros, el espacio “sin lujos” que lo recibe, describe al
objeto de su visita.
Hundido en un sillón un hombre joven que han madurado la lucha y las circunstancias de la vida. Nos acoge como si lo hubiésemos visitado el día anterior o todos los días anteriores a las dramáticas exigencias que le plantea su posición en el gobierno, en la enseñanza y en la calle.
Deslumbrado ante su presencia, el cronista inicia el diálogo,
que se reproduce bajo el título El profesor
Américo Ghioldi se acerca al público del interior.
“No podría definir con
precisión todo cuanto me inspira la hora en que vivimos”, comienza diciendo
Ghioldi. Era el 13 de diciembre de 1955.
Reconoce el profesor las limitadas posibilidades electorales
del Partido Socialista pero reconoce que no desea ser un obstáculo para “las grandes soluciones nacionales y
democráticas”. El PS, en ese momento de la “Revolución Libertadora”, debía
limitarse a “establecer contactos decorosos,
a sacrificar legítimos anhelos en homenaje al país y a la constitución de sus
instituciones de gobierno”.
Su visión sobre el gobierno (y sobre el pueblo):
Si aceptamos que el gobierno de la Revolución –con mayúscula—pueda haber barrido con un poder judicial que vivió durante largos años de rodillas, si creemos que las facultades emanadas de la acción revolucionaria, por su sentido y naturaleza, son lo suficientemente positivas como para regir la vida pública de la Nación, si admitimos que se incaute de los bienes mal habidos es porque entendemos que el pueblo ha delegado en el gobierno provisional la fuerza coercitiva que solamente en circunstancias de excepción puede asumir sin desnaturalizar la esencia democrática de su desenvolvimiento.
Este es el pueblo que imagina Ghioldi, como muchos
socialistas, tal como lo describió magistralmente Jorge Abelardo Ramos. Pero
volvamos al otro profesor y a su cronista fascinado.
Declara que su partido no ha sido “jamás” partidario de las revoluciones, pero estaban con la que gobernaba
en ese momento “porque tiene la finalidad
específica y un patriótico programa de acción”.
Pide que el próximo gobierno sea “fruto de la conciliación que ya está en el sentimiento de las masas”,
para decir más adelante (inaugurando la saga que continúa hasta nuestros días) que “hay que desperonizar al país”.
Firme junto al pueblo, siempre, Ghioldi esperaba que la
desperonización y el desmantelamiento de “sus
reductos con una vida decorosa, con leyes que pongan a las masas a cubierto de
la mentira convencional de los caudillos, que dignifiquen el trabajo”,
lleven a todos a “’la alegría de vivir’
sin que un solo remordimiento nos asalte y sin que una sola injusticia se
interponga en nuestro camino”.
El maravillado cronista finaliza su nota elevando al
profesor a niveles insospechados:
Salimos de la casa del
profesor Américo Ghioldi y, al llegar a la calle que lleva el nombre de aquel
gran estadista que se llamó Bernardino Rivadavia, pensábamos cómo a través del
tiempo las grandes mentalidades coinciden en el gran problema de los pueblos:
gobernar y educar, por encima delos intereses que achican los programas y
amenguan el valor esencial de las doctrinas.
Vale decir que El
Litoral contaba entre sus miembros más encumbrados a activos militantes del
socialismo y el comunismo. Eso sí, después de septiembre de 1955.
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