Hacia el Paro Internacional de Mujeres el #8M comparto
varias pequeñas historias sobre el lugar de la mujer en los medios
santafesinos. Dejo a un lado la violencia femicida; un breve resumen de su
cobertura por nuestros diarios, acá.
Hoy, la austeridad y la abnegación de las mujeres.
En los inicios de la Primera Guerra Mundial y pocos años
después del Centenario, un grupo de mujeres de la aristocracia porteña lanzó un
manifiesto a las señoras argentinas “invitándolas a la vida del hogar, de
acuerdo con las enseñanzas que las antiguas matronas de nuestro patriciado les
legaran”.
La pertinencia de la exhortación motivó al diario Santa Fe a reproducirlo e intentar
llegar a las mujeres de estos lugares para que volvieran a su antiguo lugar.
Por ejemplo, a coser y enmendar, dejando de lado a las
modistas sólo para casos excepcionales, como hacÃan las madres argentinas 50
años antes.
Las horas tranquilas de su vivir sencillo, las pasaban enteramente dedicadas a las labores propias de su sexo. Una dama distinguidÃsima de Santa Fe, esposa de gobernador y madre de diputados y ministros, nos decÃa cierta vez, sin jactancia pero con la satisfacción del deber cumplido: mi esposo jamás usó ropa interior que no fuera confeccionada por mis manos.
“Con sus esclavas,
primero; con sus sirvientas, después, todas ellas eran laboriosas abejas que
mantenÃan el hogar en pie, casi sin gastos; y en las horas de penuria, entonces
como ahora frecuentes, no las asustó ninguna estrechez, porque sabÃa vivir sin
lujo y entretener la casa con sus propias labores, sin más auxilio que sus
manos”, rememoraba el periodista con nostalgia.
No cabe pedir tanto a la sociedad actual. Disipamos demasiado la vida para que nuestros hogares sean aquellos viejos templos de las virtudes espartanas; pero si cabe reaccionar contra la vida inútil y callejera de hoy, que no concede al hogar otra cosa que las horas del dormir y del yantar.
Pese a esto, el periodista suponÃa que “nuestras mujeres”, en el fondo, eran “honestas y buenas”, por lo que quizás pudieran volver a
realizar esas “labores menudas que hoy se
entregan a manos mercenarias”, encareciendo los presupuestos
domésticos.
Pero la culpa no era sólo de las mujeres. El hombre tenÃa lo
suyo ¡por cobarde!, por no poner en su lugar a su esposa. Al menos le pide que
lo haga “amorosamente”
El hombre, a pesar de su gesto varonil y de su empaque dictatorial, es constantemente un cobarde. No se atreve, de cien veces noventa, a decir amorosamente a su mujer que despida a su modista, y que no hay lencerÃa tan bonita como aquella que sus manos labora. Y la mujer inobservada pierde la sensación de la realidad, se hace gastadora y no ve que por esos caminos marcha a su perdición y a la de los suyos.
El varón, por supuesto, debe dar el ejemplo. Debe dejar de
lado la confiterÃa y usar el coche sólo excepcionalmente. “Es asÃ, volviendo a la vida modesta, a la vida de hogar, al calor
de la casa, a la labor sana y redentora como puede cruzarse la zona de fuego de
las crisis sin gritos de dolor y sin suicidios fÃsicos o morales. Aplaudimos
sin reserva el bello gesto de las damas patricias de Buenos Aires y lo
ofrecemos como incentivo a nuestras buenas, a nuestras lindas, a nuestras
cariñosas mujeres”, concluye el periodista.
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