Periodismo del profundo...

Una de las virtudes más admirables de un buen periodista es saber preguntar y preguntarse. Y disparar una nota con una pregunta puede traer sus beneficios. A menos que el interrogante sea: ¿Debe maquillarse una niña?

Profunda y filosófica pregunta se hace el diario Unión Provincial en su edición del 16 de enero de 1900: “¿Debe pintarse una niña?”.

Tamaña disquisición ocupó varias líneas del periódico. Comenzaba diciendo: “Con una ingenuidad encantadora, nos ha consultado una niña si debe o no pintarse sus labios sonrosados y sus cejas de terciopelo”.

Y allí comienza el análisis de tan importante cuestión: “La niña que nos consulta quiere eludir la responsabilidad moral de sus actos y necesita un cómplice, que comparta los escrúpulos de su conciencia infantil. Con el mayor gusto nos constituimos en blanco de sus caprichos femeniles”.

“Creemos que es un crimen censurar a la mujer que se embellece por medio de la pintura”, dice para alivio de muchas el periodista.

Una mujer se pinta, simplemente, con el fin de presentarse agradable a los que la admiran. Las jóvenes de hoy saben bien, que la fealdad del rostro es ante los ojos de los hombres un delito imperdonable, y la que no ha nacido agraciada por la naturaleza adquiere para toda su vida patente de soltera.

Vade retro.

Ante esta perspectiva tan poco halagüeña, la mujer ha tenido que avivar el ingenio para corregir, en lo posible, sus imperfecciones. Las batas y las polleras no tienen otro objeto que ocultar a los ojos del hombre las faltas del cuerpo, haciendo visible tan sólo aquellos contornos que no están reñidos con la estética o cubrir lo feo con un recato que lo hace aceptable.

“Una joven debe pintarse razonable y artísticamente a fin de hacer imposible que se reconozcan en su cara las fealdades o el procedimiento usado para hacerlas desaparecer. Todo lo que no esté dentro de este límite es tan perjudicial y horrible como el defecto mismo”, aclara, no vaya a ser que te pintaras como una puerta.