El rey momo estaba triste en 1931. En los inicios de la
década infame la reglamentación de los festejos de carnaval prohibió la
posibilidad de caretas o antifaces, además de todo tipo de vestimenta que
ofendiera a los de siempre.
Ya daremos cuenta de las ordenanzas o decretos que
reglamentaban el carnaval a fines del siglo XIX y durante buena parte del siglo
XX. Pero no eran muy diferentes de las regulaciones que se establecieron en
1931.
Hacía apenas unos cinco meses que el primer golpe de estado
se apoderaba del país. Se prohibía y se perseguía. Las carnestolendas no
escaparon a las regulaciones.
Estas eran comunes, pero ese año motivaron alguna queja.
Había apenas un artículo con permisos: se permitían juegos
de flores y serpentinas “solamente”
Muchos, en cambio, eran los artículos con prohibiciones
(“Queda absolutamente prohibido”):
- El juego con agua en cualquier forma que sea.
- El uso de petardos y explosivos.
- El uso de caretas o antifaces.
- Todo traje o disfraz que ofenda la moral; los alusivos a insignias patrióticas de cualquier nacionalidad, órdenes religiosas, militares, políticas, etc., así como el uso de armas aun cuando el disfraz lo requiera.
Los corsos tenían también una reglamentación: se realizaban
ese año entre las 22.15 y la 1, con un recorrido determinado: desde Plaza de
Mayo por San Martín, por ésta hasta Junín, siguiendo hasta Rivadavia, por ésta
hasta Crespo, volviendo nuevamente por Rivadavia y siguiendo el mismo
recorrido. En casos necesarios podía prolongarse alrededor de la plaza España o
por San Martín hasta Bv. Pellegrini. Dos años después Avenida Freyre haría su
aparición, para disputar su espacio a San Martín. Ya lo veremos.
La reglamentación incluía la restricción a los carros que no
estuviesen debidamente adornados y aquellos que por su naturaleza “ofendan a la
moral pública, no se encuentren descubiertos o lleven bebidas alcohólicas”.
El compendio de prohibiciones motivó una bonita página en el
diario El Orden: “La tristeza de Momo”.
El viejo y grotesco dios de la alegría y de la farsa está triste. ¡Y cómo no estarlo, cuando la reglamentación municipal dictada para sus fiestas le ha restado parte de esa alegría característica del viejo dios de las mentiras convencionales, de la gracia, de la carcajada amplia, que pareciera contagiar a sus adoradores en una sensación de sinceridad y de la igualdad, que supone un pedazo de trapo sobre las caras, lindas o feas, pero que detrás de un antifaz coquetón y suave o de un cartón pintado tienen la virtud de rendir a los mortales, felices e iguales, así sea por el breve tiempo de su reinado.
Y es tanta esa tristeza, que sus clásicos cascabeles, juguetones y sonoros, han enmudecido en una renuncia absoluta de sus excelencias, y así también, ese gesto grotesco y picaresco a la vez, que hiciera de ese rey loco, la expresión más genuina de la despreocupación, de la sana alegría, de la espontaneidad y hasta de la verdad convencional que el antifaz o la careta, predisponen a los mortales.
El viejo Momo está triste, como la “percanta” aquella del tango arrabalero, que pálida y triste, esperaba la vuelta del amor perdido.
Y así, Momo, que también ha perdido sus signos característicos, pálido y sin color, habrá de ambular por nuestras calles, en plena renuncia de su personalidad.
Momo se muere este año, se muere de pesar, de decepción, de tristeza, de esa tristeza que nunca conoció y de una restricción antojadiza, se la ha impuesto hoy en que pareciera que la alegría clásica de las Carnestolendas, hubiera desaparecido para nunca jamás.
1 comentarios:
Me encanta tu blog, Cintia : )
A disposición !
Caro Pérez
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