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Historias con mujeres (I)

Santa Fe bien pudo ser en algún momento la inspiración de Alberto Migré para alguna de sus tantas novelas. Con profunda vocación religiosa, una jovencita decide escapar del convento del que era novicia por las persecuciones de una monja loca. Una niña europea adoptada por acomodados esperancinos, tratada luego como esclava, conoce a un joven y queda embarazada. Fueron los tres cruelmente separados y… lea la historia.
Una monja loca
Una mañana, este verano, me sumergí en los ejemplares microfilmados del diario La Revolución. El 13 de abril, aparecía una nota que me trajo muchos recuerdos.

Todas las mujeres que alguna vez pasamos por una escuela religiosa tenemos algún recuerdo de las monjas. Yo me acuerdo de una que me hacía temblar: la hermana Delia. No sé por qué, ya que no recuerdo si alguna vez me retó o qué. Pero tenía una cara de mala que a mí me daba miedo con solo mirarla. Y qué decir de Sor Paulina, la monja malísima que interpretaba María Rosa Gallo en la legendaria novela “La extraña dama”, o de Sor Sacramento, por la actriz Hilda Bernard.

Algún periodista del diario escribió que la ciudad de Santa Fe estaba plagada de rumores acerca de las razones por las cuales la señorita Eloísa Mayoquí había abandonado el Convento de San Juan. Entonces La Revolución investigó hasta las últimas consecuencias el caso y descubrió que Eloísa se estaba escapando de una monja loca.

Aparentemente la chica tenía una profunda vocación religiosa y había demorado su ingreso únicamente por la súplica de sus padres. Cuando se decidió a tomar los votos, en la despedida hubo mucho llanto, como corresponde. Sus padres, que no se resignaban, repartieron después de la ceremonia retratos de Eloísa: en algunos, vestida de novicia, en otros, de novia.

Y aquí viene el meollo de la cuestión. A los dos o tres días de estar en el convento Eloísa empezó a ser perseguida por una monja, que, dice el diario, estaba loca desde hacía 15 años. El relato continúa así: “La demente no la dejaba tranquila, la perseguía, tanto que empezó a enfermar y de noche tenía sueños horribles: que el padre había muerto, que su hermanita a la que adoraba se enfermaba… La monja loca”, continúa el periódico, “figuraba a menudo como principal vestigio de sus pesadillas. Si era en la capilla, allí estaba la loca haciendo mil ademanes para espantarla. No pudiendo Eloísa soportar esta vida y temiendo también perder el juicio comunicó a su confesor la resolución de abandonar el convento”.

Al momento de publicar la investigación, La Revolución informa que Eloísa se encontraba enferma en cama, presa de una dolencia nerviosa, por lo fuertes que habían sido las impresiones recibidas en el convento.

Trágica historia de amor
Ya que estamos, nos quedamos en La Revolución. Me encontré con una historia de novela. Cuando la leía, me preguntaba si no había visto esa historia televisada, en algún culebrón de la tarde, en algún momento de mi vida.

“A veces la realidad supera a la ficción”, frase repetida si las hay, pero que cabe perfectamente en esta historia.

Fue publicada el 1º de mayo de 1886, sin firma. Llama la atención el estilo de su redacción; su título es “Historia triste” y dice así:

“Hará cosa de dos años que una acomodada familia de Esperanza de regreso de un paseo a Europa, traía una sobrina en su compañía, joven, hermosa y contando apenas con 14 años. Venía en calidad de hija adoptiva y tal vez abrigando risueñas esperanzas de un pasado venturoso. Pero, ay!, sus ilusiones pronto se desvanecieron y el más sombrío horizonte afligió su corazón matando en su infancia aquellas ilusiones doradas.

“En la casa se le daba un trato horrible; la que creía pisar mullidas alfombras, sólo conoció el fregado de los instrumentos de cocina. La decepción fue cruel, pero ella esperaba aún que su hermosura efectuara un cambio en aquel porvenir oscuro.

“En la misma casa había un joven santafesino emparentado con un potentado de Esperanza. Ambos jóvenes, sin haber conocido los ardientes impulsos de la pasión que ciega, se amaron y de pronto viéronse arrastrados por sus torrentes.

“Ambos fueron expulsados de la casa ignominiosamente, ambos se vieron separados, ella reclusa y él enviado por sus padres lejos de ella.

“Si fue infortunada en sus amores, fue desdichada más aún después de ser madre. Sus crueles verdugos arrancaron a sus caricias el fruto de su amor y Agustina Lemerciert fue traída a esta ciudad donde fue depositada. Sin embargo no había concluido todo para ella, tenía esperanzas en las promesas del padre de su hijo.

“Este pensaba cumplirlas, pero había que esperar mucho pues era menor de edad y no podía luchar con sus padres que le amenazaban con la miseria y la cárcel. El infortunio crecía, se agrandaba sin ver lucir ninguna esperanza. Días pasados el caballero donde se encontraba depositada Agustina, movido por las lágrimas de la infeliz muchacha, le concedió fuera a las Tunas donde se encontraba su hijo.

“Iba a verlo, a estrechar con sus brazos el fruto de su amor, pero no había la felicidad para ella, el más cruel desencanto la esperaba. Ceños adustos le dijeron –Tu hijo ha muerto.

“Y Agustina con el corazón despedazado volvió a Santa Fe, a continuar su calvario, cuyo fin se aproximaba. Aquella criatura que sólo bebió lágrimas en el mundo, entregó su espíritu a dios al tercer día de su regreso de las Tunas, yendo a buscarlo en el cielo.
Esta triste historia ha sucedido tal cual la narramos.
“Hay seres en el mundo que nacen con un sino fatal, tal fue el de la infeliz Agustina Lemerciert”.

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