Hemos tenido mandatarios inútiles. Pero es difícil atreverse a decírselo en la cara. Y con esas palabras, nada menos. Hubo un periodista que le dijo idiota al gobernador, y lo publicó. Parece que ese gobernador no se daba cuenta de lo que pasaba en su provincia. Después de dejar su cargo, se fue al senado de la nación.
En 1882 fue electo gobernador el Presbítero Manuel María Zavalla. Era cuñado de su antecesor Simón de Iriondo y fue el último de los representantes de la “dinastía” de esa familia en el siglo XIX. En el siglo XX y hasta estos años, seguiríamos siendo gobernados por algunos de sus integrantes.
El cura había recibido las órdenes y dado su primera misa en la iglesia La Merced en 1859.
Zavalla tenía una salud endeble, por lo que poco después de asumir, en 1882, toma licencia, quedando en su cargo el vice, Cándido Pujato. La cosa se pone fea porque muere Iriondo un año después y el rumbo del gobierno que ya se había salido de los cauces impuestos por el jefe, se desmadra totalmente. Zavalla, con la salud que tenía, debe reasumir para poner orden.
El periodismo de la ciudad por entonces, era apenas un instrumento de lucha intraoligárquica, donde el ciudadano encontraba sólo diatribas dirigidas contra el enemigo político de turno. No existía como sujeto noticioso.
Aquellos periódicos no necesitaban venderse masivamente. Con concursos de precios o licitaciones no siempre claras, muchos de ellos sobrevivían publicando en sus páginas las informaciones oficiales. Se les pagaba un determinado precio para que destinaran espacio para la publicación de decretos o leyes y, generalmente, para comprar su opinión.
El diario La Libertad, era opositor. Los periódicos opositores, tenían exactamente la misma lógica que los oficiales, sólo que desde otra vereda. Sostenía la candidatura de Estanislao Zeballos a la gobernación para las elecciones que se realizarían en 1886. Desde ese lugar, sus propietarios consignaron en la portada un permanente que decía: “Conste que los periódicos Los Principios, El Pueblo, El Corondino, El Mensagero, El Pueblo del Rosario, La Opinión Pública y Los Tiempos de Buenos Aires están subvencionados por el gobierno de Santa Fe, unos directamente y a otros pagándoseles un regular número de ejemplares para las oficinas públicas. No es envalde (sic) el servilismo!”
Todo valía para los editores, pese a la represiva ley de prensa que regía entonces. Desde la posición en que se encontraran políticamente hablando, sentían no sólo el derecho, sino también el deber de marcar los rumbos de la provincia.
Con Zavalla vuelto al poder, en enero de 1885 el diario se tomó a pecho su nombre y publicó un editorial titulado “Gobernados por un idiota”. Por si no queda claro, el idiota era el gobernador. Dice: “No sabemos qué maldición tan terrible pesa sobre Santa Fe. Gobernados por un idiota. Por Dios, que esto se hace ya insufrible! Rigiendo los destinos de una provincia altamente esquilmada ya, un fraile que debe ir pisando los umbrales de las puertas del manicomio. Un hombre cavado en el borde de la tumba siendo árbitro de nuestros destinos”.
No quedan registros de por qué Zavalla era atacado de esa manera. No hubo ese año ninguna inundación, ni nadie se había olvidado de cerrar una defensa. Lo cierto es que los improperios continuaron.
Al otro día, el diario dirigido por Ulises Mosset baja un poco el tono. Bueno, es una forma de decir. Bajo el título “El Cura Zavalla” se puede leer: “Todo el mundo sabe que la salud del cura se hallaba quebrantada hasta el infinito, que no conserva memoria de sus actos ni se da cuenta de lo que pasa por su persona. ¿Cómo es pues que el cura sigue conservando en sus manos inhábiles las riendas del estado?”
Después de terminar su mandato Zavalla siguió dividiéndose entre la iglesia y la política. En una costumbre inaugurada el siglo XIX y que es imitada todavía, el cura dejó el sillón de López por una banca en el senado de la Nación, aunque murió un año después.
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