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Educar en Santa Fe: un desafío de todos los tiempos

Posted by Picasa Hubo quienes quisieron sacarse el problema de encima: acá no se estudiaba porque no había ganas. Otros apostaron a la educación privada hasta que llegaron los subsidios. En Santa Fe, también hubo maestros que no sabían leer. Las desigualdades tampoco son nuevas: en alguna época por cada chico que estudiaba, había diez que no lo hacían. Y hubo también “abusos” del método lancasteriano. Sí, es Santa Fe, por lo tanto, como siempre, hubo de todo. En el mes en el que se homenajea a los maestros, un repaso por el pasado de los nuestros.

En la colonia, la educación era escasa. La mayor parte de su función estaba en manos de los curas jesuitas, hasta su expulsión.

En 1774 el Cabildo santafesino dispuso en el convento de los expulsados se abriera una escuela de latinidad y aritmética, considerando que “la buena educación y enseñanza de la juventud es el mejor y más eficaz y oportuno para el buen régimen y tranquila unión de todos los pueblos”.

Con este fundamento, se iniciaba el camino de un concurso de oposición y antecedentes, precursor de los actuales. “Las oposiciones se han de hacer con la asistencia del juez eclesiástico y deberá presidir el que nombre este ayuntamiento a los examinadores que eligieren, procediendo citaciones por edictos en los de la jurisdicción por el término de 30 días”. Si había igualdad en la idoneidad de los aspirantes, se debería optar por los seculares antes que los eclesiásticos. Si concurrían al concurso “patricios y foráneos”, debía elegirse a los primeros, entendiéndose como “vecinos”.

Los maestros, tendrían un salario de $300 anuales cada uno y podrían ser removidos cada vez que la inspección del Cabildo detectara “su poca aplicación a la enseñanza de las letras y virtud o que separándose de esta el maestro, cause escándalo grande al público y mal ejemplo a sus discípulos”.

Zánganos
En los últimos años de la Colonia, don Rafael Martínez escribió al Virrey pidiendo su auxilio para el sostenimiento de las escuelas de la zona.

Su solicitud fue muy particular: “Me rodean nueve hijos, ocho del fuerte sexo en un país en que por no haber escuelas públicas, toca su perdición. Como padre que los ama con la mayor ternura temo que con la falta de principios sean unos zánganos sin ocupación, viviendo a costa de las fatigas de su prójimo”.

Desde la expulsión de los jesuitas, los padres mercedarios de Santa Fe se habían comprometido a organizar las escuelas. El pedido de Martínez, apuntaba al cumplimiento del compromiso. Los curas esquivaron su responsabilidad con un criterio muy argentino, y también muy santafesino: “Desde que la religión de la Merced tomó el Colegio de los regulares expulsados, ha procurado siempre con particular esmero y cuidado compeler a la instrucción y adelanto de los jóvenes de dicha ciudad, colocando en el ministerio de primeras letras y latinidad, sujetos capaces de desempeñar el ministerio sin que comúnmente hayan faltado, y si en alguna ocasión han faltado ha sido porque no han tenido con quien practicar su ministerio”.

Faltaban alumnos, aseguraban. Y la culpa es de… “El abandono en que se halla la educación pública en la ciudad, proviene de los mismos individuos, que hay muchos según me han informado, que no sólo no quieren poner a sus hijos sino que aconsejan a otros que no los pongan en el convento, conociendo en esto la refinada malicia con que proceden”.

Subsidiando a la educación (privada)
La situación de las escuelas en Santa Fe tuvo muchos vaivenes en un estado en constante crisis que no supo o no pudo o no quiso durante mucho tiempo organizar un sistema.

Hay algunos intentos, como el reglamento que en 1821 dictó el gobernador Estanislao López, disponiendo que el Regidor de Policía sea el encargado de celar e inspeccionar las escuelas de la provincia.

Ese mismo año, la Sala Capitular decide remover al maestro Simeón Francisco de Vera del cargo de maestro de primeras letras y sustituirlo por el ascendiente Pascual Echagüe.

El gobernador López pidió explicaciones al Cabildo por esta sustitución, ya que no había sido consultado, y López era un hombre al que le gustaba tener todo bajo control.

El Cabildo respondió que la remoción de Vera estaba vinculada con la felicidad futura de la juventud y aclara que si Vera no era absolutamente inepto para esa tarea, lo era en comparación con Echagüe, “cuyos conocimientos y demás cualidades que se observan prometían lo deseado”.

Pocos días después, Echagüe es ascendido a Oficial Primero de la Sección de Gobierno, y se busca a don José Alcázar para ser el maestro de Santa Fe. El pobre Simeón Francisco de Vera, quedó en la historia como un pobre maestro inepto, pero en 1824 aparecerá cobrando $12 del estado por haber cantado una misa en San Javier.

Diez años después, Antonio Quiroz de Guzmán inaugura su Gimnasio Santafesino. Se trataba de una especie de instituto privado de educación en el que se enseñaba geografía, aritmética práctica y teórica, urbanidad y “buena educación”.

Las cosas parecieron no funcionar muy bien, puesto que poco después Guzmán pide subsidios al gobierno. Le son otorgados, a cambio de que admita gratis hasta 25 alumnos.

Lecturas
En 1832 fue creado el Instituto Literario de San Jerónimo, con el objetivo de continuar la enseñanza del Gimnasio, con la instrucción superior.

¿Con qué se educaban los jóvenes santafesinos en aquellos años del siglo XIX? Se recibieron:
Cuarenta ejemplares de “Arte de Nebrija” (gramática escrita para la enseñanza del castellano).
Diez Calepines de Sala (Enciclopedia publicada en 1502 por el italiano Ambrosio Calepino, corregida y amentada en 1600 por Sala).
Doce ejemplares de Quinto Curcio (Rufo Quinto Curcio fue un historiador latino autor de La vida de Alejandro el Grande).
Cuatro de Cicerón (usado para el curso de Retórica y Humanidades).
Once de Requejo (Valeriano Requejo, jesuita autor de Thesaurus Hispano-Latinus utrurque lingaue, utilizado para la enseñanza del latín y castellano).
Trece Cornelio Nepote (historiador romano pre cristiano).
Dos diccionarios de la Academia española (Edición 1817 con reformas ortográficas). Un Kempis (Tomás Kempis vivió entre los siglos XIV y XV y escribió entre otras, “Imitación de Jesús”, un texto de religión).
Dos diccionarios latinos.

Maestro en vagancia
Lina Beck-Bernard vivió en la ciudad entre 1857 y 1862; dejó la memoria de su estadía en Santa Fe en un libro que se publicó en Europa en 1864 y recién fue traducido en 1935 y fue recientemente reeditado. Algunos historiadores ubican a Lina Beck-Bernard como la primera escritora santafesina, porque también escribió dos novelas ambientadas aquí.

Son muchísimas las vivencias que dejó Lina, con su mirada europea, sobre nuestra ciudad.

En una de ellas, relata la apertura de un colegio por parte de un caballero. Se decía maestro, y cada mañana reunía a los chicos en el patio de su casa, después cerraba la puerta con llave, trepaba a un tapial y se iba a tomar mate con unos prestes (oficiantes o clérigos) de la vecindad.

Obviamente los chicos hacían cualquier cosa, menos estudiar, ya que ni siquiera tenían maestro.

Después de las horas de clase, el caballero aparecía sobre la pared, saltaba al patio y dejaba salir a los alumnos.

Muchos meses después, un padre preguntó a su hijo cómo iban los estudios y así se develó el misterio. El caballero, que era bastante vago y al que le gustaba más el mate que la enseñanza, no cumplía sus tareas… porque no sabía leer.

Las desigualdades de siempre
Saltándonos algunas décadas, encontramos un informe que, lejos de las contradicciones actuales acerca del analfabetismo (http://fueradefoco.bitacoras.com/archivos/2006/06/25/analfabetismo-quien-puede), nos pintan una provincia ayer como hoy, fuertemente desigual.

El 7 de enero de 1860 el inspector general de escuelas de la provincia, J. del Río realiza un informe devastador.

En la provincia existían quince escuelas públicas, nueve de varones y 6 de niñas.

En toda la provincia, se educaban gratuitamente 563 jóvenes. En Santa Fe, 330; en San José, 59; en San Jerónimo, 65; en Rosario, 109.

Según un censo que se había realizado en 1848, había en toda la provincia 6.165 jóvenes “en estado de recibir educación”.

En Santa Fe y en San José por cada chico que iba a la escuela, siete no lo hacían; en San Jerónimo la relación era de uno a doce y en Rosario, de uno a veinte.

El informe analizaba que la desproporción era causada “por el gran número de jóvenes que en la campaña se quedan sin asistir a la escuela, algunos por negligencia de sus padres u otras causas. El poco anhelo que se nota en muchos padres para hacer educar a sus hijos hace necesaria una disposición gubernativa que los obligue a cumplir con ellas un deber tan sagrado y que tanto interesa al poder de la sociedad”.

En las escuelas públicas de entonces, se enseñaba escritura, aritmética elemental, gramática castellana, elementos de geografía. Las niñas, además, aprendían por cuenta del estado “labores propios de su sexo”.

Un plan de estudios
En 1868 se dictó un reglamento disponiendo que en todas las escuelas que costearan la provincia o las municipalidades, debía enseñarse la Constitución Nacional, “por texto de enseñanza y lecciones orales”.

“El ejecutivo costeará una edición con que dotar a las escuelas para que sea distribuida de inmediato a los educandos”, establecía el artículo 2º.

Desde muchos años antes, estaba en boga el llamado “método lancasteriano”, un sistema de educación que más allá de virtudes y defectos, salvaba la situación de los estados que no tenían profesionales de la enseñanza o no podían costearlos. Se trataba de la designación de “monitores”, elegidos entre los alumnos más adelantados que se ocupaban de dirigir el aprendizaje de sus compañeros.

También en 1868, por otro decreto, se dispone que el tesoro provincial costeara la educación primaria de doce jóvenes no menores de 15 años, quienes luego tendrían la obligación de servir de maestros de la misma enseñanza en las escuelas municipales de la provincia.

De memoria
Bien diferente de lo que es hoy, al menos en la ciudad de Santa Fe, era el rol de los municipios. Baste recordar apenas que Santa Fe tuvo banco, asistencia sanitaria, y también escuelas a su cargo.

En 1873, se presentó un proyecto de reglamentación de escuelas municipales.

En primer lugar, se estipulaba que en las escuelas primarias elementales, debía enseñarse obligatoriamente religión, lectura, escritura, aritmética, elementos de gramática e historia nacional. En las escuelas de niñas también debían enseñarse bordado y costura.

Los chicos debían permanecer en la escuela seis horas diarias en verano y cinco en invierno, en dos turnos. Las vacaciones durarían cuarenta días desde fines de diciembre.

Los alumnos eran “clasificado” en cada ramo de enseñanza (superior, media e inferior) según su adelanto.

En lectura, por ejemplo quedaban en la sección primera, los que leían corriente, impreso y se ejercitaban en manuales; en la sección segunda se encasillaba a los que leían con lentitud; en la tercera, los que no habían pasado el silabario o anagnosia.

En aritmética, quedaban en la primera sección los que sabían denominados, los decimales y el sistema métrico; en la segunda los que estaban en denominadores, y en la tercera los que aprendían las cuatro operaciones con enteros.

El reglamento dejaba claro que en “ningún caso se aplicarán castigos corporales a los alumnos”.

El método de estudio era el de la memoria. Así lo establecían los artículos 5º y 7º: “Habrá alumnos para tomar lecciones de memoria y las de lectura, pero las de un solo ramo”; “La enseñanza será fundada en la buena memoria”.

Fuentes
Sergio Reinares. “Santa Fe de la Vera Cruz. Reseña histórica de la educación y sus escuelas”. (Santa Fe, Ediciones Colmegna, 1946)
Lina Beck-Bernard. “El río Paraná. Cinco años en la Confederación Argentina 1857-1862 (Buenos Aires, Emecé, 2001)
“Papeles del General Echagüe. Tomo I (1796-1826)” (Santa Fe, Edición Oficial del Archivo Histórico de la Provincia, 1950)

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