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Inmoralidad política

En tiempos de campaña todo vale si se es oficialista. Pero el lugar de la oposición, sobre fines del siglo XIX era el de denunciar a través de la prensa: que el gobernador (“un rubio bailarín y banquetero”) no sólo hacía campaña por un candidato, sino que en su propia casa recibía armas, quizás para “fusilar al pueblo” cuando fuera a votar por otro aspirante a la gobernación.

“Parece imposible que sean una realidad los hechos que presenciamos con escándalo en toda la provincia”, comienza una nota el opositor diario La Provincia a fines de 1888.

El gobernador Gálvez estaba haciendo campaña por su delfín, el Dr. Caferatta, faltando todavía un año para las elecciones. Según el periódico, Gálvez estaba “faltando a los sagrados juramentos que prestara al recibirse al mando supremo de la Provincia, ha abandonado las tareas administrativas para entregarse por completo a los trabajos electorales iniciados a favor de la candidatura de su ministro de Gobierno”.

Esto no era todo; también algunos jefes departamentales “abandonan también sus puestos y salen a la campaña a formar Clubs que respondan a la candidatura del favorito del Gobernador; y otros con el mayor descaro le hacen telegramas al mismo anunciándole la formación de nuevos centros que responderán a los mismos propósitos. Los comisarios recorren los campos y colonias buscando afiliados para los Clubs Cafferatistas que se organizan en los centros de población”.

Como si todo esto fuera poco,

los Jueces de Paz asisten a las manifestaciones políticas que se hacen a favor del candidato oficial y llevan gente a las mismas, amenazando a los ciudadanos con prisiones si no cumplen con los deseos del Señor Gobernador. Algunos jefes de las estaciones de los Ferro-Carriles de la Provincia expiden pasajes a los ciudadanos para que concurran a las manifestaciones a favor del Ministro candidato y esos pasajes se cargan en cuenta al Gobierno de la Provincia.

Todas estas cosas suenan conocidas, pero hay más: “Los Jefes de las Oficinas públicas amenazan con la destitución a los empleados que no firmen su adhesión a la candidatura de Cafferata alegando en un descargo que han recibido órdenes de S. E.”, denunciaba La Provincia.

El desquicio administrativo que se nota en todas partes es completo y la Provincia aparece ante propios y extraños como un gran campamento electoral, en que el Gobernador con sus empleados levanta la negra bandera de la imposición y el pueblo se prepara a combatirlo.

Aseguraba La Provincia que Gálvez había manifestado públicamente que a Cafferata lo haría triunfar, “si no contaba con el pueblo, con las bayonetas de los piquetes”.

Pero claro. La Provincia era un diario opositor, y así se asumía. No había miedo en ellos: “no serán suficientes para hacernos desistir de nuestros propósitos; seguiremos adelante a pesar de todo, combatiendo como buenos en defensa de los derechos del pueblo soberano”.

El rubio bailarín y banquetero

Está dicho: Gálvez era el peor de todos. Así lo describía el periódico: “rubio bailarín y banquetero”; “el personaje más desprestigiado en toda la República”; “el que está gobernando a una provincia como la de Santa Fe a destajo y embrollo”.

Para sustentar las denuncias anteriores,

Para demostrar esto, La Provincia denuncia que días anteriores se habían desembarcado en la propia casa de Gálvez “21 cajones repletos, de los cuales 16 contienen remigtons y los 5 restantes, tiros para esas armas”.

¿Para qué lo hacía? Según este periódico, para “fusilar al pueblo cuando este se presente en los comicios a votar, o cuando el doctor Gálvez crea conveniente hacerlo para sofocar toda manifestación de libertad, de aspiración, de independencia y de voto libre que como ciudadanos poseemos; -¡valor guerrero!”.

Además lo hacía “para demostrar que el gobernador no tiene miedo y es más valiente que don Quijote que el caballo de Rolando o el bálsamo de Fierabrás. ¡Valor imitativo, unipersonal!”

Advertía La Provincia para finalizar: “Aquí sí que está bueno la parodia aquella de la tragedia rusa en la que uno de los personajes exclama: Guay de usted si quiere por la fuerza y el temor apagar nuestras voces, detener nuestros sentimientos e inutilizar nuestros votos; porque entonces adiós valor, valor y valentías”.

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