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Periodismo policial del bueno

Hoy, la noticia policial domina medios locales y nacionales. La construcción de los acontecimientos y el dramatismo que emana de estos hechos, poco margen deja a aquellas viejas crónicas periodísticas que hicieron al género respetable y que dieron a nuestro país plumas recordadas luego en la literatura. Casos de un periodismo policial que ya no existe ni en Santa Fe ni en el país. Y se extraña. Publicado en la Revista Entre Líneas

Como en el legendario “Crítica” de Natalio Botana, nuestra ciudad tuvo periodismo policial de calidad y uno de sus mejores reflejos fue “El Orden”, fundado y dirigido por Alfredo Estrada finalizando 1927. Noticias del submundo de la prostitución, de borrachos que provocan escándalos, de policías que no atrapan a los ladrones, eran escritas sin la urgencia de la primicia y con un estilo que denotaba la dedicación, la creatividad y el profundo conocimiento de los periodistas por los suburbios del delito.

El caso de “La Tutankamón”

El oeste de la ciudad, zona de pobreza y prostíbulos en las décadas del ´20 y ´30 del siglo pasado, era también un semillero de delitos y noticias policiales para los diarios de la época.

“20.30 horas. El barrio de los perros y los sopapos, allá por General López y Sáenz Peña, está alborotado. Aúlla furiosa la perrada y hay en el aire como una insinuación de castañazos, o algo peor”, comienza una nota en setiembre de 1928.

“De pronto, pasando por sobre todos los ruidos, rasgan el aire los latigazos de interminables pitadas pidiendo auxilio. ¡En alguna parte están carneando a algún cristiano!”. Es que sonaba el pito llamando a la policía de “La Tutankamón”, “nombre célebre con que es distinguida la morocha Isolina Suárez, para servir a Ud.”, relata el diario “El Orden”.

La crónica continúa diciendo que en el rancho de “La Tutankamón”, “que tiene como acoplado masculino a Clementino Ríos, se realizaba una juerguita festejando una acertada a la quiniela y habían sido invitados algunos compadres y amigos del vasto círculo de sus relaciones”.

“De repente el diablo metió la cola y hubo un conato o realidad de patadas y sopapos entre Ríos y sus amigos. Clementino llevaba las de perder en fija, por lo cual su ‘más pior istá nada’ descolgó el pito que es como un adorno en el respaldar de ‘la crujidora’, como le llaman los puntanos a la chiachera, salió al ‘parterre’, hinchó de aire sus pulmones en una ansiosa y prolongada aspiración, y soplando despavorida empezó a largar al viento el agudo ¡pi-u, pi-u, pi-u! que atrajo a los vigilantes”.

La colorida descripción del periódico finaliza narrando que “las pitadas tutankamonescas pusieron alas en los ‘pieses’ de los compinches del ambo y se apretaron las de bailar eclipsándose totalmente antes de que en el bañado del Salado se hubiera perdido la última vibración del eco. Por eso, cuando los botones llegaron no pudieron prender a nadie”.


De sexo débil, nada

El mismo diario, pero en 1930, publicó una crónica deliciosa de un hecho ocurrido, otra vez, en el oeste. Desde el título se inicia el deleite periodístico: “Tuvieron que ponerla en la reja a Sarita. Trompeó a un agente, en la comisaría, y rompió 4 vidrios. ¡Qué mujer!”.

“A ese buen señor que se le ocurrió decir, por primera vez, que la mujer era una criatura débil de la creación lo enfrentaríamos para enrostrarle la inexactitud de su equivocación, y de los que aún siguen creyendo en ella, con Sara Aguirre, por unos instantes, nada más…”, se inicia el artículo.

¿Quién era Sarita? Una moza no del todo mal parecida, con un prestigio bravío, “formado a punta de coraje en todos los entreveros. Con decir que con pronunciar su nombre empalidecen los morochos agentes de la cuarta, creemos haber dicho todo en obsequio de esta mujer”.

La municipalidad había dispuesto la clausura de la finca de Sarita, por razones de moral.
Traducido: regenteaba un prostíbulo. Como era de práctica en estos casos, se requirió de la cooperación policial. Y Sarita no creyó necesario discutir con la policía, sino con un alto empleado de la Inspección. “En su propia oficina cruzó con éste pocas palabras, pero lo suficiente para decirle lo que ningún hombre le hubiera tolerado. Como Sarita tenía argumento para rato, el funcionario ordenó, por toda resolución, hacerla arrestar”.

Una vez en la oficina de guardia de la comisaría cuarta, “recrudeció la metralla de insultos y epítetos”, que hacían, según el cronista, ruborizar a la tropa. El oficial le ordenó silencio “pero Sarita, que es muy mujercita en la cuarta y donde quieran, los desafió a pelear. El mismo agente que la había conducido fue el primero en cobrar un puñetazo como los que Dempsey aplicó a Willard en sus tiempos de Toledo… Al primer punch, continuó otro y luego otro… Corrió la guardia y la sujetaron a tiempo. ¿A tiempo? No… Para eso Sarita ya había destrozado cuatro cristales de la habitación y amenazaba con no dejar nada sano”.

Sarita pudo ser reducida tras muchos esfuerzos. Claro, debía hacérselo “tratando de no tomarla por donde nos está vedado a los hombres tomar ciertas cosas”. Fue conducida a la celda y una vez que se apaciguaron sus ánimos, llevada a la Correccional de Mujeres.
La reflexión de “El Orden”: “¿hay alguien todavía que crea en la debilidad de las mujeres?”.


¡Agarren al choro!


Ese mismo año otro título impactante (y delicioso, nuevamente) adornó las páginas del diario de Alfredo Estrada: “A los gritos de ¡Agarren al choro!... acudió la policía”.
Nada de espectacular rodea a la información; sin embargo, mereció de esmero en el relato del cronista. Tomás López, propietario del restaurante “Renaciente”, reposaba en una de las habitaciones del altillo de la finca. Creyó oír ruidos extraños y de un salto se puso en pie para averiguar qué sucedía. López revisó cautelosamente la pieza y como no encontró nada resolvió por las dudas dar un vistazo al techo.

“Al subir por la escalinata del altillo que conduce a la azotea, López se encontró, a pocos metros de distancia, con un hombre vestido de negro que, a poco de advertir su presencia, volvió las espaldas y emprendió una precipitada fuga por los techos de las vecindades. A López no le cupo la menor duda que estaba en presencia de un ladrón y, sin detenerse a pensar, descendió por la misma escalinata hacia la puerta de calle en busca de la policía”.

Según el diario, el propietario del “Renaciente” no se cansaba de gritar: “¡Agarren al choro!... ¡Agarren al choro!...”. Llegó entonces a la vereda, donde encontró a un agente, con quien recorrió la manzana y requirieron la presencia de más colaboración. Al menos cinco efectivos recorrieron la zona y subieron al techo, pero el despliegue no arrojó resultados. El choro no apareció.


Biaba en verso

Por esos mismos años, con otro estilo, el diario “Santa Fe” mantuvo durante algunos años la sección “Acuarelas rantifusas”, firmada por “Figarito”.

“Se la dieron a la gallega”, es una de esas acuarelas. En este caso describe un altercado entre la dueña de un cafetín y un borracho, incidente aparentemente muy común por entonces. “Figarito” decidió que la información bien merecía la dedicación de unas horas de escritura en verso.

“Cayó al cafetín Quiroz
como decimos, en tranca,
y gritó:
-¡Che, galleguita,
a ver, servime una caña!
-No pué zé, mi cabayero,
Ustez ya ha pasao la raya.
-¿La qué?... dejate de broma,
vamos a seguir la farra”.


Continúa diciendo “La gallega” que no le iba a servir la caña, por temor a la multa de la policía. “Para usted no hay nada”, le dijo. El hombre le contesta:

“-¡Qué no va a haber, rantifusa!
¡Y quién te mira la traza
para dártelas d’estrecha,
como si no te “manyara”!
-Pa icirtelo más claro:
nadie el respeto me falta,
cuantimás cuando m’encuentro
con tó derecho en mi casa,
de donde saldrá ya mismo
o si no llamaré a un guardia”.
Y el hombre, Dionisio Quiroz, contestó:
“-Me gustás, pues no sos chueca
y caminás con las tabas,
pero como a mí ninguno
m’echa, aunque sea una gaita
barajá este trompo en l’uña
y miralo como baila”.

Y ahí se armó “una feroz biaba”, de Quiroz a “la gallega”, hasta que “al ruido de las castañas” llegaron dos vigilantes. La historia que relata Figarito termina diciendo:

“Y el guapo Quiroz salió
del brazo de los dos canas
rumbo a la comisaría
de infantería reforzada.
Mientras tanto la Pilar
cinco litros preparaba
de salmuera para hacerse
las curas en las que es práctica
¡Si sabrá lo que es sopapo!"

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