A propósito del fallo de la Corte sobre el consumo de marihuana, dejo por aquí un artículo encontrado acerca de los consumidores de cocaína, muy popular en los años 20. Reflexiones de un diario santafesino alrededor de los dolores del alma, la vida agitada de los hombres, y la rudimentaria de las mujeres.
En marzo de 1920 la “Sección Amena” del diario Santa Fe dedicó algunas líneas a intentar desmenuzar por qué las personas tomaban cocaína. “Yo no la conozco”, escribió quien firmó el artículo, Ramón Gómez de la Serna. “Pero si yo fuese tan exquisito que me diese a ella, siempre me parecería que tomaba un producto de farmacia contra el dolor de muelas”. Por eso, el autor no comprende cómo quienes no tienen ese tipo de malestar, la prueban. Si al menos, dice, dijesen “¡Qué dolor de muelas tengo en el alma!”…
Aquellos años parecen haber sido complicados, y había que calmarse: “Hay que anestesiar esta vida complicada siempre y un poco maldita. Ya que no se come, ni se cancelan nunca las trampas, hay que tomar cocaína”.
Esta es la breve descripción de aquella vida de los años 20, a decir del articulista: “se caracteriza ahora la vida por una gran desafección. Todo vínculo está disuelto, y hay una gran sensación de indiferencia y soledad en quien no haya conservado algún afecto del pasado. No hay constancia ni consecuencia, y aunque nadie quiere llorar su mal sentimental, el vacío, la desazón, el aislamiento impulsan al sustitutivo”.
Más terrible era la situación de las mujeres. Estaban “muy cumplimentadas”; esto es: tenían su vida solucionada, pero no su alma (“por muy rudimentaria que ésta sea”), “tanto que, aunque siempre está un poco dormida y aletargada en ellas, necesitan recurrir a la cocaína”.
Atención a esta reflexión: “Como la mujer tiene el corazón prendido con alfileres, fácilmente se le escapa y se le desprende dentro de la caja toráxica, y por más que se la mueva, ya es imposible volverlas a poner en marcha. La cocaína por eso mata a alguna, y entonces esa delata a todas las otras, y la policía hace registros domiciliarios y prende a una de esas opulentas especuladoras que tenía la despensa llena de frascos de cocaína, como si fuese el pedido del mes a la tienda de ultramarinos”.
Para finalizar, Gómez de la Serna aconseja:
No hay que ser cocainista, no sólo por todo lo dicho y porque hay que ver a doña Cocaína qué monstruosa es y qué grave sino porque se es, desde el momento que se abusa de la cocaína, un “caso patológico”, y no hay cosa más detestable que entrar por la puerta patológica. ¿Podríamos oír con tranquilidad que de todos lados nos llamasen, con razón, “¡Patológico!”… “¡Patológico!”…
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