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La lluvia y la cuestión de género

Difícil imaginar hoy cómo la lluvia, la masculinidad y la femineidad pueden relacionarse. Pero los archivos siempre deparan sorpresas.

En abril de 1927, el diario Santa Fe realiza un alegato para leer con atención.

La Escuela Normal tenía nuevo director por aquellos días. Y deseaba que las futuras maestras imitaran la clásica imagen de Domingo Faustino Sarmiento: nunca faltar a la escuela, ni siquiera cuando “una nube cubriendo el cielo se desgajara en cascadas de agua”. La teoría, es “excelente”, asegura el periódico; pero en la práctica no, “por razones obvias”.

Veamos las obvias razones: “Si se tratara de varones, menos mal aún. Pero se trata de señoritas, las cuales varios días al mes han de procurar el no mojarse, velando así por la conservación de su salud. Y si en ese corto período de tiempo salen a la calle, lloviendo, para asistir a las clases se exponen, pues, a una enfermedad susceptible de tener graves consecuencias”.

Asegura el Santa Fe que las alumnas quisieran ser como Sarmiento, “pero su organismo, asaz delicado, no se lo permite. No le permite ni aún siquiera higienizarse como es debido, cuanto más mojarse los pies y tenerlos mojados varias horas”. Distinta sería la cosa si la ciudad fuera otra, y no se convirtieran las calles en lagunas ante simples lloviznas. “No hay desagües y un servicio de pequeñas canoas estaría muy en su punto en ciertos lugares del radio urbano. No pueden transitar los hombres, cuanto más las mujeres”.

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