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El reinado de la libre expresión

Escriben mentiras, pero se quejan de que no se pueden expresar. Dicen barbaridades, pero aseguran que hay censura. Con una verdadera ley mordaza en vigencia, el diario La Libertad no se quejaba y decía lo que quería decir.



El gobernador Manuel María Zavalla tenía una particularidad: era sacerdote. Había celebrado su primera misa en 1859, en la iglesia de La Merced. Otro detalle a tener en cuenta es que era cuñado de su antecesor, Simón de Iriondo, un hombre que gravitó mucho en la política santafesina hacia fines del siglo XIX.

Zavalla asumió en 1882 y, tras una recaída de su endeble salud, tomó licencia en su cargo. Lo reemplazó Cándido Pujato, hasta que la muerte de Iriondo un año después desata una crisis de sucesión. Pujato intenta desarrollar un juego propio y los iriondistas reponen en la gobernación a Zavalla.

Aunque regía una represiva ley de imprenta por aquellos años, el diario La Libertad publicó en los primeros días de 1885 un editorial titulado “Gobernados por un idiota”. Se refería al gobernador Zavalla, y así se lamentaba: “No sabemos qué maldición tan terrible pesa sobre Santa Fe. Gobernados por un idiota. Por Dios, que esto se hace ya insufrible! Rigiendo los destinos de una provincia altamente esquilmada ya, un fraile que debe ir pisando los umbrales de las puertas del manicomio. Un hombre cavado en el borde de la tumba siendo árbitro de nuestros destinos”.

En su siguiente edición, este diario dirigido por Ulises Mosset publica otro artículo: “El cura Zavalla”. Y aquí señala: “Todo el mundo sabe que la salud del cura se hallaba quebrantada hasta el infinito, que no conserva memoria de sus actos ni se da cuenta de lo que pasa por su persona. ¿Cómo es pues que el cura sigue conservando en sus manos inhábiles las riendas del estado?

Con esta mirada sobre el gobernador, según La Libertad, todos los actos administrativos por él firmados eran nulos. No era responsable, decía, porque la ley no reconocía responsabilidades a quienes estaban impedidos del buen uso de sus facultades intelectuales: “Los actos administrativos llevados a cabo durante su estadía en el poder, son nulos por ser él irresponsable, su permanencia en la silla gubernativa es evidentemente inconstitucional”.

La Libertad azuza a los santafesinos para que desalojen a Zavalla del poder. “¿Debe el pueblo soberano permitir ser el juguete de las ambiciones políticas de los hombres sin conciencia ni dignidad que hacen de un infeliz enfermo un antemuro a sus bastardas aspiraciones?”, se preguntaba. “Basta ya de tanta degradación”, se respondía.

Al pueblo que viene haciendo uso de sus derechos y volviendo por su dignidad ultrajada se lanza a vengar una injusticia, no debe detenerlo ni el miedo ni el terror. Sacrifiquémonos si es necesario, pero cumplamos con nuestro deber. No nos detengan las bayonetas ni los remigton cuando de por medio están nuestras libertades y nuestra propia dignidad. Jamás un pueblo en la República Argentina se dejó avasallar impunemente. Cuando déspotas se alzaron para imponerles la Ley, no con lágrimas lograron las calles de su patria –cual con un recuerdo más heroico con que maltrataron la conciencia de sus tiranos.”

La prédica de este diario no dio resultados. Después de terminar su mandato Zavalla siguió dividiéndose entre la iglesia y la política. En una costumbre inaugurada el siglo XIX y que es imitada todavía, el cura dejó el sillón de López por una banca en el senado de la Nación, aunque murió un año después.

1 comentarios:

Josefina Gómez dijo...

Levanto siempre mi copa por un periodismo sin caretas. Celebro la existencia de quienes piensan distinto. A los que detesto es a los que defienden a quien mejor les pague y según sople el viento van y vienen con la bandera del periodismo independiente y la libertad de prensa cuando en su mástil esconden la libertad de empresa.

 
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