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Piropos

Precursor, pero hijo de su época, es un editorial del diario Santa Fe que instaba a los hombres, en 1918, a ser respetuosos de los delicados oídos de las mujeres. Para los piropeadores soeces, pedía multa o cárcel.

Finalizando marzo de 1918, el diario Santa Fe publicó un editorial exhortando a los santafesinos a respetar a la mujer. Marcaba que eran dignos de elogio aquellos hombres “galantes y bien nacidos” que usaban su ingenio para “componer una frase encaminada a celebrar el paso de una bella; el que cede su asiento en cualquier sitio público a una hija de Eva y, en general, digna es de alabanza y ejemplo toda acción que tienda a hacer objeto a la mujer de las consideraciones que desde la constitución de la sociedad en tribus hasta nuestros días ha merecido aquella, en su realidad de madre, esposa o hermana del hombre”.

Justamente esa “trinidad de títulos” era para este diario la mejor coraza que una mujer podía oponer “a las procacidades de los sujetos de baja extracción o a las de aquellos otros que no tienen de culto más que la albura de la pechera de la camisa o la impecabilidad de corte en el traje que lucen” y que sin embargo encontraban complacencia en “ofender con frases soeces los delicados oídos de una señora y en violar la inocencia de las vírgenes”.

Las reglas de la moral quedaban así arrasadas, decía el Santa Fe, y sólo quedaba el recurso de aplicar sanciones punitivas.

Las mujeres, en su exclusiva calidad de madres, esposas o hermanas del hombre, eran vitales para el patrimonio moral de la sociedad santafesina. Por ello, frente a la multiplicidad de estas faltas de respeto a la mujer, tanto en las calles más concurridas de la ciudad, como también en los suburbios, el periódico pedía al jefe de policía que dictara normas y las hiciera cumplir.

Mientras así no se haga, como la impunidad da alas y es cómplice más decidido del delito, continuaremos presenciando a cualquier hora del día el repugnante espectáculo de seres abyectos que hacen jirones la delicadeza de sentimientos femenina, para mengua de ellos mismos y escarnio del hombre caballero que asiste a la escena sin contar con otros medios para ponerle coto que la protesta que sube a flor de labio y que carece, por su valor platónico, de la eficacia de una fuerte multa o quince días de arresto.


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