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La parca en Santa Fe

Ante la llegada de la muerte, los que tenían algo que dejar, dictaban su testamento. La hija de Juan de Garay dejó dinero para expiar una molestia de conciencia. Lo que sucedía después de este momento, era cuestión de los vivos: ¿cómo hacer para que la podredumbre de los cuerpos no contaminara a la ciudad de Santa Fe? También la pobreza de los vehículos municipales traían complicaciones después de la muerte. Y, barato pero el mejor, un servicio de pompas fúnebres imperdible.
La conciencia de Jerónima
Jerónima de Contreras fue una de las hijas de Juan de Garay y la esposa de Hernandarias. Vivió muchos años; como no existen constancias fehacientes, hay quienes calculan que llegó a los 89 años, otros a los 104.

Lo cierto es que el 5 de octubre de 1643, la hija del fundador de Santa Fe y viuda del gobernador Hernandarias decide otorgar su testamento.

Allí pide ser sepultada en la Iglesia del Convento de San Francisco, en la Capilla Mayor, al lado del Evangelio, donde está sepultado su marido, un privilegio de las clases más altas y que todavía se puede observar en las ruinas de Cayastá.

Jerónima dispuso que su cama, sus vestidos y su ropa blanca sean distribuidos entre los pobres. A la iglesia, le lega las cortinas de su cama, la sobrecama, y tres antecamas coloradas con dos mesas. Otros muebles, inmuebles y ganado, se repartirían a su muerte entre sus parientes.

Pero el dato más llamativo de este testamento es la donación de seis mil pesos para su capellán y confesor. En el punto 22, Jerónima manda que de lo mejor y “más bien parado” de sus bienes le dieran a personas que señalara el padre Fray Juan de Buenaventura para “cierto descargo de mi conciencia que le tengo comunicado como mi capellán”.

Gran misterio el de la conciencia de Jerónima, porque en junio de 1645, redacta un codicilo en el que precisa que si el cura Buenaventura no estuviera presente en Santa Fe a su muerte, los seis mil pesos de su descargo de conciencia debían entregarse al general Cristóbal de Garay.

Jerónima murió en 1649. Hubo muchas disputas legales acerca de su testamento, pero una de las incógnitas más grandes que guarda nuestra historia es saber cuál es el pecadillo que Jerónima guardó en silencio y redimió con seis mil pesos.

Una curiosa última voluntad
Francisco Moreyra Calderón había sido alférez real y falleció en 1696.

Expresó como su última voluntad una muy curiosa manera de deshacerse de sus restos. “Es mi voluntad que cuando la de Dios Nuestro Señor fuere servido de llevarme de esta presente vida a la otra, mi cuerpo sea amortajado y envuelto en una arpillera, y, liado con una guasca, lo pongan en la calle y, atadas las manos, lo aten a la cola de un rocín y arrastrando lo lleven hasta la puerta mayor del Sr. Santo Domingo y allí me acompañen el cura y el sacristán con la cruz”.

Don Moreyra Calderón, no dejó dinero para redimir sus pecados. Quiso que su cuerpo, ya sin vida, diera un curioso espectáculo.

Muchedumbre de difuntos
Durante varios siglos el nacimiento, la vida y también la muerte estuvieron concentrados en manos de la iglesia. Así, los cementerios se construían en terrenos adyacentes a las parroquias.

En Santa Fe La Vieja había dos. Una estaba destinada a los “naturales” (indios y negros de servicio) y la otra, la Iglesia Matriz, era exclusiva para españoles o nobles.

Un poco más acá en el tiempo pero todavía muy lejos de la actualidad, en 1796, un acta capitular del Cabildo señalaba que la ciudad estaba sumida en la “mayor miseria de pobreza”. Y enumeraba una gran cantidad de problemas, deteniéndose en que la iglesia de naturales y la parroquia principal estaban amenazadas por la ruina, “por la muchedumbre de difuntos que se entierran en ella en tiempo de verano”. “No se puede aguantar”, decía el acta, “por la putrefacción que causan tantos cuerpos, que aunque se abran las sepulturas más antiguas siempre salen los cuerpos, sin acabar de pudrirse”.

El rosario de miserias no se acaba allí. No había hospital ni modo de costearlo; el pueblo estaba “infiltrado con el mal de San Lázaro”; la ciudad estaba inundada de agua con un lagunón que se había formado y muchas calles estaban intransitables por los grandes pantanos “que con la fuerza de los soles, evaporizan aquellos efluvios corrompidos” causando grandes enfermedades.

Derivaciones de un desperfecto en el carro fúnebre municipal
Como ya se ha dicho, los cementerios estaban antaño ubicados en terrenos anexos a las iglesias.

Puntualmente, en la ciudad los hubo en la iglesia Matriz, en la de San Antonio de Padua, donde actualmente está el Colegio Nacional, en la iglesia de Guadalupe. Después de una epidemia de cólera, se utilizó como cementerio lo que hoy es la entrada del Parque Garay hasta que en 1892 se inaugura el de Barranquitas.

En la década de 1860 los muertos pasan a ser responsabilidad municipal. Según el inventario de la municipalidad en 1873, ésta era propietaria de un carro fúnebre, con su correspondiente correa, “todo nuevo y en condiciones, con dos juegos de cortinas, una azul y otra negra”.

Trece años después, el carro no estaba en tan buenas condiciones. Y eso trajo consecuencias.

El diario La Revolución, informaba en una edición de 1886 que un jueves había fallecido en el barrio del sud el vecino Damacio Villanueva, “pobre de solemnidad”. El cuerpo de don Damacio había estado insepulto hasta el sábado al mediodía, hora en que se encontraba totalmente putrefacto, dice el periódico.

La razón es que el carro fúnebre municipal se hallaba descompuesto, por lo que los parientes procedieron a sepultarlo “como pudieron”.

Haciendo economía con los muertos
Los diarios, durante el siglo XIX y varias décadas del siglo XX eran un caos gráfico tremendo.

Generalmente no eran más de cuatro páginas de un tamaño gran sábana, pero gran sábana, con letras muy pero muy pequeñas y sin ningún tipo de criterio estético.

Página uno: editoriales y noticias editorializadas donde cada diario fijaba su posición desde el lugar partidario desde el que se había fundado. En la página dos, más noticias opinadas y servicios telegráficos desde Buenos Aires. Y luego, los horarios de ferrocarriles y publicidad, mucha publicidad, muchas de ellas de empresas y comercios cuyos propietarios adherían a las posiciones políticas del periódico.

En un diario de 1893 encontramos una publicidad muy elocuente. Se trata de la “Gran empresa de Pompas Fúnebres, de Juan Zilio y Domingo Bertollotti”.

Para vender tan ingrato servicio, los empresarios aseguran que es más barato que otros, pero que esa economía “no aminora en nada la grandeza, elegancia y el buen gusto de sus servicios”. El servicio de pompas fúnebres se ofrece desde el más módico hasta el más opulento, “teniendo como complemento de dicho servicio el mejor servicio de coronas fúnebres”, continúa la publicidad.

Finalmente, como añadidura, a tantas excelentes prestaciones, Zilio y Bertollotti ofrecen elegantes carruajes de paseo para alquilar por mes o por día, espaciosas cocheras para carruajes particulares y box para caballos de estimación.

Biblioteca, pero de cadáveres.
En 1899 se publicó la Sinopsis para la obra del Censo Nacional, un trabajo realizado por Floriano Zapata y que contiene algunas exquisitas descripciones de nuestra ciudad.

Zapata da cuenta de la existencia de tres cementerios. El católico, que era privado y dos municipales. El autor se detiene especialmente en los sistemas de inhumación: panteones para los ricos, cuyos cuerpos yacían encerrados en ataúdes de plomo y ébano, y fosas de cinco pies de profundidad para los pobres, o el osario común de los desheredados “ese inmenso pudridero conocido vulgarmente con el nombre de carnero”.

Escribe también que existía el sistema de nichos colocados en ristra, formando una estantería o “biblioteca de cadáveres”.

Es muy interesante la conclusión que Zapata realiza a partir de esto: “El industrialismo, que especula con todo, ha encontrado ventajoso este procedimiento de anaquelería para depositar los muertos, cuando este procedimiento ofrece el serio inconveniente de acumular en un mismo punto numerosos elementos de infección y retardar la mineralización del cadáver, cuyos miasmas pestilentes, no absorbidos por la tierra, ni suficientemente oxidados por el aire, mefitizan la atmósfera en todos los momentos, atravesando las débiles paredes de ladrillo, por cuyas junturas penetran esas moscas voraces que sólo acuden al festín de la carnaza corrompida y de toda materia en descomposición bactérica”.

Pero, dice Zapata, la especulación no se para en consideraciones higiénicas y la humanidad industrial va solamente a su interés.

Fuentes:
Agustín Zapata Gollán. “La hija de Garay: sus últimos años y su muerte”. Santa Fe, Ministerio de Educación y Cultura. Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales, 1973
Federico Cervera. “Historia de la medicina en Santa Fe”. Santa Fe, Comegna, 1973.
Diario La Revolución. “Cadáver insepulto”, 20 de abril de 1886.
Archivo de la Municipalidad de Santa Fe. 1873.
Diario Unión Provincial, 1893.
Floriano Zapata. “La ciudad de Santa Fe. Sinopsis para la obra del censo nacional”. Santa Fe, Tip. y Enc. Nueva Época, 1899.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

un tema es saber qué se hizo con los cadáveres del actual Parque Garay ¿Fueron trasladados, o qué?

 
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