Para el periodista, los obreros deben adoptar urgente su conciencia de clase para poder hacer frente a los abusos de los empresarios. Deben organizarse, especialmente en épocas de crisis económica, cuando los “vampiros del trabajo” se aprovechan para ofrecer salarios irrisorios. El huelguista agremiado debe darse cuenta de que es un factor de importancia para que el mundo cambie.
Historia completa...
“Moral de la organización obrera”, se llama la nota que escribió Salvador Caputto para el diario del que era jefe de redacción en 1915.
Santa Fe era una ciudad convulsionada en lo político: aún no había asumido Hipólito Yrigoyen y la provincia ya preparaba su segundo mandato radical a través de las urnas. Y lo hacía dividido. Manuel Menchaca, terminando su gobierno, estaba envuelto en un escándalo financiero. Había nominado como su sucesor a Enrique Mosca, personaje del que nos ocuparemos en otra oportunidad. La Unión Cívica Radical Disidente llevará al frente de su lista a Rodolfo Lehmann.
En este contexto, un grupo de militantes del oficialismo, deciden dar vida al diario La Palabra. En ese periódico, Caputto expondrá varias de sus ideas.
Rescatamos una de ellas, publicadas en un suplemento especial del diario, cuando se cumplían cuatro meses de su aparición.
La disquisición del periodista comienza con un relato de la evolución del mundo del trabajo. Los desequilibrios sociales, existían, señalaba, aunque ello empezó a preocupar a la burguesía sólo cuando “algunos pensadores, desechando la hojarasca de la metafísica, sintetizando el enciclopedismo, ahondando el positivismo y barriendo al montón la petulante economía política, se irguieron proclamando al trabajo como factor absoluto del progreso y el consumo como derecho inalienable del individuo”, de lo que se concluyó que “se contrastó que las cuestiones sociales se originaban porque existía una moralidad económica incompatible con la universalidad del bienestar humano”.
Por eso, manifestaba en este artículo Caputto, mientras hubo sólo “propaganda intelectual”, no hubo necesidad de reacción conservadora.
En aquellos días, remarcaba, “el magno problema lo constituye el mejoramiento del asalariado”.
Adelantándose cuatro años a lo que formalmente planteará la Liga Patriótica, Caputto señala como un profundo error “suponer al movimiento del proletariado como una cuestión de despecho o impotencia social”.
“En el fondo, el motivo que la burguesía encuentra más digno de ser combatido, es el carácter de clase que necesariamente debe adoptar el obrero. La burguesía quiere ser caritativa y se resiste a la justicia que envuelve el concepto de la transformación social”.
Algunos años más tarde, la iglesia católica argentina le dará la razón al periodista santafesino. Tras los sucesos de la Semana Trágica, lanzará una “Gran Colecta Nacional para los pobres”, bajo estos argumentos: “En medio del naufragio social, de una de las tempestades más horribles estamos todos, ¡todos! Las pasiones más bravas, las iras del populacho, el rencor de las masas obreras, la sed de venganza anarquista, el huracán de la revolución antisocial, la loca ambición de ejercer la dictadura en nombre de las heces de la sociedad, todo un conjunto de fieros males nos amenaza. Dime, ¿qué menos podrías hacer, si te vieras acosado por una manada de fieras hambrientas, que echarles pedazos de carne para aplacar su furor y taparles la boca?”.
El más bello espectáculo
Ayer como hoy, en épocas de crisis económicas, “la organización obrera es débil”. Y hay, por supuesto (ayer y hoy) quienes se aprovechan: “La miseria acompaña de inmediato al hecho, la clase trabajadora ambula sus pobres días grises con gran contento de los vampiros del trabajo, que aprovechan la ocasión para obtener por un jornal irrisorio los mejores brazos que se le ofrecen. Las ventajas morales y materiales que a fuerza de lucha consiguió el obrero dejan de ser”.
Y en esas circunstancias, cuando el trabajo escasea y el obrero pierde las mejoras logradas, (ayer y hoy) “las cárceles son pequeñas para contener el número de delincuentes, los niños llenan los hospitales, y en todas partes se ven huellas que denuncian el paso de la caravana de hambrientos, mendigando pan y trabajo”.
Atención. Caputto escribió, además, que la lucha de los huelguistas agremiados “es el espectáculo más atrayente de la historia por cuanto proclama libertad amplia como ideal humano, al trabajo como necesidad física, a la igualdad económica, como triunfo de la inteligencia sobre el privilegio”.
La Palabra
En 1915 el diario era dirigido por Alcides Greca, que en esos momentos era diputado provincial por el radicalismo. Como ya se dijo, Salvador Caputto era el jefe de Redacción, y su secretario, Alejandro Grüning Rosas. Colaboraban con el periódico José María Coco, Alejandro Giménez, Luis Bonaparte y Pablo Courault entre otros. Dos años después se incorporaría a la administración Pedro Víttori.
Estaba claro para todos ellos para qué veía la luz La Palabra. “El partido radical a cuyas filas pertenecíamos en calidad de afiliados los más y de aliados naturales de un gobierno liberal el resto, necesitaba un órgano de combate, que encarnando los ideales de la causa pusiera a raya a los fieros malandrines que trataban de despedazarlo. Partido y gobierno venían siendo víctimas de apasionadas campañas que partían de la prensa conservadora. Entonces nació La Palabra”, dice el ejemplar del 31 de diciembre de 1915, cuando se cumplían los cuatro meses de su aparición.
“Cómo se sostiene un diario del pueblo” es el subtítulo a partir del cual se comienza explicar el gran crecimiento del periódico que anuncia en su portada que su tiraje era de 10.000 ejemplares.
“En cuatro meses hemos triplicado el número de nuestros suscriptores, no existiendo rincón de la provincia donde nuestro diario no haga sentir su prédica levantadora. El avisante busca hoy en La Palabra el vehículo eficaz para su propaganda, y es ya nuestra imprenta un foco de actividad comercial”.
“Si no podemos afirmar que nuestra situación es inmejorable – ¡y quién la pretende con esta crisis!—podemos manifestar con grata satisfacción que es desahogada y que la administración del diario va desenvolviéndose con sus propios recursos”. Claro que gran parte de esa buena situación se debía, como aclara el propio diario, al hecho de que “los redactores y colaboradores de La Palabra no cobran sueldo por su trabajo, el que realizan gustosos en homenaje a la causa y a la tendencia del diario”.
Finalmente, y como promesa o pacto con su lector, La Palabra anuncia: “Estamos preparados para ser el diario que lleve la palabra de orden del partido, si este vuelve a triunfar en los comicios, como para ser el gran diario de la oposición y el contralor eficaz de un gobierno adverso en el supuesto caso de una derrota”.
Viraje
Poco menos de tres años circuló La Palabra.
En 1916, apenas unos meses antes de que Hipólito Yrigoyen ocupara el sillón de Rivadavia, asumió la gobernación Rodolfo Lehmann, el radical opositor a Menchaca.
Salvador Caputto, ya a cargo del diario, decide cerrarlo. Pero menos de un mes después, decidirá dar vida a El Litoral, un 7 de agosto de 1918.
De aquel periódico de y para radicales, que llevaría la “orden del partido”, El Litoral vira 360 grados en su primer número, intentando convertirse en lo opuesto a La Palabra. Su programa, el legendario “Desde el umbral”, marca: “No venimos a llenar ninguna misión providencial. Concluyeron los tiempos míticos de la prensa, en que la aparición de uno de sus nuevos portavoces era precedida de anunciaciones solemnes casi hieráticas, quizás para disimular mejor la entraña demasiado humana del nuevo dios”.
Sin embargo, el nuevo medio se guarda para sí la misión de poner en el ambiente “nuestro poco de oxígeno moral, que pueda convertirse en dignidad colectiva, en justicia y en bondad social”.
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