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Inundadores Siglo XX

¿Qué cosas fueron parecidas entre la inundación abril de 2003 y la de 1905? ¿Qué tienen en común Rodolfo Freyre y Carlos Reutemann?

Cuando el Río Salado arrasó la tercera parte de esta ciudad en 2003, algunos se remitieron al recuerdo de la inundación del Paraná en 1905. Quienes han escrito sobre aquellas horas, han tenido como base lo publicado en junio y julio de ese año por el diario Nueva Época.

En primer lugar, hay que señalar que, menos disimuladamente que hoy, en los siglos XIX y XX las páginas de los diarios eran el escenario de las batallas políticas. Nacían y morían al calor de las campañas electorales. Algunos sobrevivían después de una lucha perdida con el sólo fin de, durante cuatro años, fustigar al ganador.

Nueva Época nació en 1886 para sostener al gobierno de José Gálvez. Desde allí y hasta su cierre en 1937, fue el portavoz del sector más conservador de la política santafesina. Casi siempre, entonces, fue oficialista.

Excepto los diarios exclusivamente radicales, como El Parque, o La Democracia, el resto de los periódicos que nacieron por aquellos años lo hicieron para apuntalar a otro sector de la aristocracia vernácula. Es el caso, por ejemplo, de Unión Provincial, fundado con el soporte de José Bernardo Iturraspe en 1893, cuando era candidato a la gobernación. Perdida la elección, el periódico continuó saliendo para vapulear al gobernador Luciano Leiva, ser oficialista durante el período siguiente en que su mentor llegó al sillón de López y volver a ser opositor durante el gobierno de Rodolfo Freyre hasta su cierre en noviembre de 1905.

Es en este contexto en el que vamos a leer la otra cara de las inundaciones que azotaron a la ciudad ese año.

Nueva Época se ocupó aquellos días de informar acerca de la inusitada creciente del Paraná, que llegó a su pico con 7,83 metros, señalando el agravamiento de la situación “por el hecho de que el Salado rebalsa también”, llegando a anegar el actual Parque Garay, el Hospital Italiano y el Cementerio Municipal. Publica acerca de las gestiones del gobernador ante los legisladores nacionales, a fin de conseguir subsidios por parte del presidente; de las solicitudes del intendente Manuel Irigoyen para conseguir carpas y galpones para los evacuados, entre otras cosas más.

Pero Unión Provincial, se encarga de mostrar otro costado, que inevitablemente nos trae a la memoria a nuestro pasado más reciente.

Con la exquisita pluma de Domingo Guzmán Silva, el 13 de junio se publica, si se quiere, una “chicana”, que, sin embargo, revela otro aspecto de quien es considerado uno de los prohombres de la historia santafesina.

Bajo el extenso título “La caridad por decreto. Despreciando el concurso popular. Filantropía banderiza. Acto de descortesía. Un nuevo colmo”, se le reprocha al gobernador Freyre la constitución de las comisiones encargadas de distribuir los alimentos a los afectados a través de un decreto: “Este acto de gobierno ha venido a convertir el ejercicio de la caridad en monopolio del círculo freirista (…). Ha procedido a impulsos de su idiosincrasia caciquesca y de sus odios políticos! En las comisiones no figura un solo hombre que no sea su amigo personal o político (…). Freyre es incapaz de levantarse sobre sus pasiones, incapaz de desprenderse de la creencia que el estado es él y que representa en la provincia una segunda Providencia, bastándose él solo para saberlo todo, preverlo todo, organizarlo y hacerlo todo. Para que no haya entidad alguna popular u oficial que pueda hacerle sombra con su acción caritativa al gobierno de la provincia, y para que toda la pobre gente socorrida crea que los beneficios que recibe (costeados con dineros de la nación) les debe exclusivamente a Freyre y a sus amigos, el oficialismo en una palabra, el gobernador ha prescindido de todo concurso extraño a la administración provincial (menos de los pesos y los buques de la nación) y ha nombrado comisiones que no dan un paso ni toman una resolución sin su concurso y beneplácito”. ¿Suena conocido?

Un día después, y en otra notable coincidencia, Unión Provincial señala la conveniencia de que la provisión de víveres a los evacuados se haga mediante una licitación. “Se resolvió por voluntad del Poder Ejecutivo que todos los víveres que debían adquirirse para ese objeto se comprasen directamente a una sola casa, única favorecida con tan gran pedido”, recrimina.

El destino de las numerosas donaciones recibidas por la provincia, son también objeto de atención del periódico opositor. “Hasta ahora sólo sabemos que han gastado buenos miles de pesos en auxilio para las víctimas de la inundación y esto aunque ya es mucho saber, en nuestra supina ignorancia financiera, por cierto es poca cosa, y no es todo lo que el pueblo tiene derecho a saber. Volvemos entonces a pedir un poco de luz. Con que a no hacer oídos de mercader. Cuentas claras y a no olvidarse que el pueblo, con razón o sin ella, es más desconfiado que un tuerto y no se cansa de repetir el conocido refrán criollo, muertos no hablan pero… Cuentas claras, pues, para que el pueblo no tenga derecho a concluir el pero ese, que significa todo un peral”.

Además, pasado ya el pico de la creciente y mientras las aguas se retiraban de la ciudad, el diario dirigido por Silva vuelve a la carga con la trayectoria de las donaciones. Nueva Época había reclamado a las sociedades de caridad que brinde más atención a algunos inundados. Unión Provincial le indica: “por qué no endereza su reclamo al gobierno que posee verdaderos almacenes de ropa y comestibles provenientes de la caridad pública. En manos del Sr. Freyre (por desgracia para los inundados) la caridad ha puesto una cantidad enorme de artículos… y no se explica que haya pobres gentes que esté pasando hambre y frío… mientras la Girafa (sic) esté llena de ropas y comestibles y en las arcas fiscales haya dinero destinado a este fin. Y no diga Nueva Época que esos artículos de tienda tienen otro destino y mucho menos que se han agotado”.

A la hora de buscar culpas, las analogías también son inevitables. Y aquí, debemos volver al principio de la nota: hay quienes tenazmente buscan un culpable, y otros, enfrente, que con la misma tenacidad buscan la exculpación absoluta.

Unión Provincial encuentra tres culpables para la catástrofe hídrica de 1905: los que dos siglos y medio antes habían elegido “este casi bañado para plantar los cimientos de una ciudad”, “los indios que obligaron a ello” y, finalmente, “la imprevisión de nuestras autoridades que viendo repetirse las grandes crecientes del Paraná casi periódicamente, desde el año 25 hasta el 88, no han tomado ninguna medida, defensas, terraplenamiento o desagüe y al revés –asómbrense!- se han rebajado en 40 o 60 centímetros el nivel de muchas calles para adoquinarlas. Y esto mientras hay dos oficinas que se denominan de ingenieros desde hace muchos años: una provincial y una municipal”.

Nueva Época, por su parte, culpa a la naturaleza: la creciente no tuvo ningún tipo de responsable; se debió exclusivamente a “la enorme avalancha de agua producida por las crecientes del Paraná y del Alto Paraguay”.

La historia siempre enseña, pero parece que no a los simples habitantes de la ciudad. Ha enseñado a los gobernantes a manejarse dudosamente en las tragedias, a eludir responsabilidades, y a algunos periodistas, a eximir de culpas a sus patrones.

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