El mundillo periodístico es muy particular. Un montón de gente, que entiende la profesión de muchas maneras diferentes, intentando vivir de su trabajo… No siempre los que lo logran son quienes mejor lo hacen, pero eso es harina de otro costal. Las diferencias entre cada sujeto portador de opinión (porque eso era el periodismo antaño) tenían dos formas primordiales de dirimirse en Santa Fe: la ironía en el lenguaje o el duelo por las armas.
Muerte periodística
Muchos periodistas, hoy igual que ayer, se regodean de las desgracias ajenas.
Corría el año 1886 cuando el diario La Revolución, bajo el título “Paz en su tumba” daba a conocer a sus lectores la noticia de que “el colega oficial Los Principios acaba de desaparecer de la escena política. En su lugar aparecerá La Nueva Época, dirigida por el mismo señor Peña. Será situacionista y por lo tanto juarista”.
A renglón seguido, un título más: “Otro difunto”. Y un texto más elaborado, más poético quizás: “Y va de muertos, pero que no hacen brotar de los ojos las fuentes de las lágrimas. El Tribuno, colega el más bullanguero que haya aturdido los oídos de los pacíficos santafesinos, espicha, lectores queridos. No quiere seguir las órdenes de Juárez”.
Y ahora un detalle de tacañería. El diario suplica a sus colegas de Rosario, La Capital y El Independiente “que los visiten”. Ellos, dicen, habían enviado ejemplares de La Revolución con estricta puntualidad. Por lo tanto, decían, “les rogamos que cumplan con nosotros devolviéndonos la visita”. Con unas monedas, solucionado el problema.
Miedo a la revolución
Cuando se produjo la revolución radical y el gobierno de los 21 días de 1893, el hiperconservador y galvista diario Nueva Época decide autoclausurarse.
La historia de esa clausura está relatada en el libro “Santa Fe, aquel rostro”, de José Rafael López Rosas. Decía el historiador que durante esos días, las hojas de Nueva Época “vomitaban fuego”. Hasta que uno de los dirigentes radicales invitó a su director, David Peña, a dar una vuelta en coche para “arreglar diferencias”. Peña subió y de pronto se dio cuenta que el coche enfilaba hacia el sur y que se detuvo en el frente del local de los Guardias de Cárceles, donde un par de soldados lo entraron sin que Peña pudiera poner sus pies en el suelo. Y es esa la razón por la que el diario se autoclausura.
Es muy probable que esta sea la razón por la cual durante el año siguiente el diario Unión Provincial vapulea a Nueva Época, llamando a sus periodistas “damitas”.
Se trata de la sección “Entre Líneas” que aparece firmada por Pangloss (1), y está prácticamente dedicada a martirizar a Nueva Época. Por ejemplo, un día publica: “Nueva Época llama extranjeros ayer a algunos argentinos por nacimiento y otros por naturalización. Esos ‘extranjeros’ han dado prueba de más patriotismo argentino que los avechuchos que anidan en el diario delator, pues mientras estos acompañaban al pueblo opositor en las horas de prueba, aquellos se habían metido debajo de la cama a jugar a los temblores.”
Esto de diario delator viene a cuento de otro suelto publicado por Pangloss un poquito más arriba: “Cada vez que han prosperado las tiranías han aparecido cierto género de grajos humanos llamados por otro nombre escuchas y delatores. Esta grey la reclutan los déspotas en la última capa humana. En Santa Fe no podíamos escaparnos de esos inmundos pajarracos. Ya han aparecido. Y hasta en la prensa!”
Una más para Nueva Época: “¿De dónde sacarán los miedosos de Nueva Época que la oposición piensa meterse en danzas revolucionarias? Pueden dormir tranquilas las damitas del diario oficial. El derrumbe se viene pero no porque la oposición le aplique la piqueta revolucionaria sino porque los fuegos subterráneos hacen cambiar la costra de la tierra y el viejo edificio de la oligarquía se cuartea”.
Y no es todo. Continúa: “Ya entradas en miedo las damitas, alzando las faldas no saben ni lo que dicen por escurrir el bulto. Y agregan que la oposición es anarquista porque no es leivista. Vamos! con el susto se les ha olvidado hasta la significación de los vocablos. El anarquista es el que no quiere gobierno.¿Cómo vamos a ser anarquistas los opositores cuando si algo queremos con amor es precisamente dotar al estado de buen gobierno? Pero ya ni siquiera saben estas damitas lo que sueltan por esas boquitas con saliva!”
Para intentar ser un poco más serio, Pangloss aporta también información: Nueva Época recibía entonces $750 de subvenciones oficiales (por publicaciones) y $1000 del comité (por propagandas, etc.). Y lo cataloga como un diario que come a mantel tendido en la mesa del presupuesto. La fiesta continúa hasta hoy.
Periodistas con honor
La poesía de Unión Provincial tuvo una vuelta de tuerca en esos días, llegando a un romanticismo casi extremo. Las diferencias que hoy se dirimen y vociferan en los micrófonos o en pasquines digitales, antes se zanjaban por las armas. O al menos se intentaba.
En la edición del 1º de diciembre de 1893, el diario Unión Provincial cuenta sobre un frustrado duelo entre periodistas.
Se trataba de un rumor. El suelto dice así: “En calidad de rumor llega hasta nosotros la noticia de haberse estado a punto de concertar un duelo entre dos periodistas de la localidad. Poeta el uno, médico el otro, por desinteligencias en la manera de apreciar la conducta del que siendo director de una hoja periódica admitió contra el otro publicaciones injuriosas. El periodista poeta obtuvo, según creemos, las debidas explicaciones; el médico, debiendo curar fue curado, y la desinteligencia ha terminado con un susto a poco costo”.
Códigos de honor
Domingo Guzmán Silva fue un hombre prolífico que, según sus biógrafos, no es considerado como Sarmiento, por haber vivido en Santa Fe. Fue educador, funcionario de educación y policía, periodista y escritor. Y era un hombre muy afecto a los duelos.
En setiembre de 1894 se sintió agraviado por Florentino Loza, quien desde el diario “Tribuna Popular” defendía la política de Leiva.
Silva, entonces, se dirigió a los doctores Urbano de Iriondo y Jerónimo Cello diciéndoles: “En Tribuna Popular de hoy aparece un suelto editorial titulado ‘Lo de la Unión Universitaria’ y uno de crónica con el rubro ‘Valiosa adquisición’, en los que se me injuria torpe y gratuitamente. Ruego a ustedes quieran aceptar mi representación y exigir del autor de esos escritos una retractación amplia o, en su defecto, una reparación por medio de las armas, concediéndoles para este efecto la más amplia facultad para proceder al respecto”.
Loza contestó que sería el colmo del ridículo si él se prestara a satisfacer los caprichos de “un Domingo Silva”, y que si estaba ofendido, le hiciera juicio al diario. Los padrinos de Silva insistieron en que nombrara a los suyos, según el Código de Honor.
Días después, y tras muchísima insistencia, los padrinos de Silva le dijeron que era necesario dar por terminado el incidente, porque la carta a Loza había sido remitida tres veces a su domicilio y siempre se les informaba que no estaba. En una de las oportunidades, la carta fue recibida por la hija, aunque minutos después, salió corriendo a buscar al cartero, le devolvió la carta y le dijo que su padre no quería recibir ese mensaje.
La conclusión de los padrinos de Silva fue: “El hombre a quien usted presumía un caballero, no practica la más elementales nociones de honor”.
La inclinación a retar a duelo a quienes lo ofendían, no terminó allí.
En 1896, mientras seguía en la dirección del opositor Unión Provincial, Silva fue acusado de calumniador por parte de Juan de la Cerda, quien comenzó a hostigarlo desde el diario oficialista, Nueva Época.
Desde su diario, Silva le contestó “por única vez”: “Una de dos, señor: o usted es un caballero, o no lo es; si lo es y se ha sentido injuriado por lo que mi diario dice, ha debido proceder como proceden los caballeros en casos tales; si no lo es, pues si no lo es, nada tengo que decirle, pues ignoro cómo proceden en esos casos, los que no lo son”.
De la Cerda había dicho que estaba dispuesto a “bailar al son que le tocaran, aunque tuviera que fandanguear en el lodo”. Para Silva, ese era un proceder de compadritos, “de esos que escupen por el colmillo”. Por eso, el periodista dijo no aceptar el duelo a cartazos.
El supuesto injuriado nombró padrinos y Silva los suyos… pero tres días después éstos se reunieron y labraron un acta, reconociendo que no había habido injurias para de la Cerda, y por tanto, no había causas de duelo.
(1) Pangloss: personaje de la novela Cándido de Voltaire. Permanecía optimista en medio de todas las catástrofes.
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