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El lugar de la mujer santafesina

Esta semana se conmemora el Día Internacional de la Mujer, una fecha para recordar a chicas con ovarios “así de grandes”. En nuestra ciudad, en el año 1900, los periódicos ponían a las mujeres en su lugar. Ese lugar era el de las sombras. Una pequeña demostración de todo lo que otras mujeres, con ovarios, también, “así de grandes”, lograron para nosotras, y de todo lo que aún falta por hacer.

Página de amor

En su página policial, el diario Unión Provincial publicó en enero del 1900 una información que calificó de digna de ser descripta por “la pluma de un poeta o estudiada con la lógica del sociólogo”.

Hace varios años, un señor de edad madura, contrajo enlace en Rafaela con una niña de 15 abriles, más fresca que una rosa en una mañana de abril. La diferencia de edades o quizás la oposición de caracteres deshizo el nido a los nueve meses, separándose definitivamente los cónyuges por mutuo convenio.

No se volvieron a ver más y no se divorciaron, ya que el Código Civil permitía el divorcio sólo por adulterio, o tentativa de homicidio, crueldad excesiva, injurias, abandono malicioso del hogar o que alguno de los cónyuges tuviera una enfermedad tal como sífilis, lepra o locura. Ergo, seguían casados.

Algunos años después, el marido se entera de que su esposa “hacía vida íntima con un músico, casi anciano y padre de dos hijos”.

“Entonces”, escribió el periodista, “sucedió lo que frecuentemente ocurre en estos casos. El esposo que no se había acordado de su mujer en cinco años, sintió de pronto una de esas pasiones, mezcla de egoísmo y de instinto que acrecientan el deseo en proporción a las dificultades que ofrece”.

Insólitamente, el francés decidió que debía buscar los buenos oficios del padre de la chica y fueron ambos a la policía ¡acusándola del delito de fuga del hogar paterno!. Un gauchito, el tipo.

El jefe político de Rafaela comunicó la novedad al jefe de policía y éste recomendó la captura.

Según la información del diario, se presentó al poco tiempo en la jefatura un hombre que pidió hablar con el comisario. Era el músico, que le explicó al comisario que “viendo el desamparo de la joven esposa y no pudiendo por sí atender a dos niños pequeños, la había recogido haciéndola madrastra de sus hijos”.

A los dos días, el periódico recibe una carta, firmada por el padre de la niña. Decía que era cierto que su hija se había separado de su esposo, “por causas que yo no debo explicar”. Desde ese momento, la chica estuvo a su lado, llevando las cuentas de un negocio que había establecido.

La situación es confusa. El hombre dice que debió reclamar a su hija para que revisara las cuentas, lo cual, según dice, prueba que no estaba abandonada. Confirma, de todos modos, que un tal Pedro Parpinelli, la había tomado como ‘madrastra’ de sus hijos. Y terminaba aclarando: “No es cierto que el marido sepa algo de lo sucedido: quien reclama soy yo y no él”.

El diario concluye diciendo: “No nos extraña que el marido ignore la aventura en que se ha engolfado su cara mitad, porque eso le pasa a muchos maridos”.

Mujer atrevida

Algunos días después, el mismo diario publicaba otra información, insólita también, mirándola hoy.

Comienza la historia en 1897, cuando en una estancia cercana a la ciudad enfermó gravemente la joven Rosa Degrange. El médico, no hallaba forma de curarla y, según explica el periódico, “ante la impotencia de la terapéutica”, no se le ocurrió mejor cosa que “recetar un casamiento inmediato”.

Obviando el pequeño detalle de la receta médica, el tutor de la chica, que no tenía novio, llamó al capataz y le dijo: “Es necesario que te casés mañana mismo con Rosa”; el muchacho, ni lerdo ni perezoso, respondió: “Como usted mande patrón”.

Parece que el remedio funcionó, porque Rosa se curó, pero marido y mujer se hicieron enemigos irreconciliables. El diario señalaba que la esposa “desdeñaba a su marido y éste se había encaprichado en que lo había de querer”.

Un tiempo después, Rosa conoció a Andrés Ramírez y se enamoró perdidamente de él. Así continúa la crónica de Unión Provincial:

Comprendiendo los amantes que el capataz era un estorbo para su dicha, decretaron su expulsión del hogar. Y así sucedió, una tarde que volvía del trabajo el infeliz marido, encontró la vivienda ocupada por la pareja infiel.

El esposo, del que no se da el nombre, era una buena persona. “Otro en su lugar”, dice el diario, “hubiera cometido un homicidio salvaje, pero se conformó con llevar su queja a los tribunales”. Y el juez, “encontrando causa suficiente” decretó la prisión de los amantes, sometiéndolos antes a un careo “con el esposo ofendido”. (¡!)

El periódico reproduce parte del diálogo del careo.

El capataz decía, llorando a su mujercita: –Vente conmigo… yo te perdono (¡!).

– No, no voy. Prefiero mil veces ir al asilo. Si querés buscate a otra y yo me voy con Andrés.

El juez intentó convencerla: “¿Por qué no va usted con su marido?”. “¿Mi marido?... ¡Qué más se quisiera!”, respondió ella. Y el juez insistió, severo: “Usted no puede rechazarlo”. Rosa casi suplicó: “¡Qué empeño en que he de ir con él si no lo quiero! ¿Por qué no me han de dejar vivir con mi Andrés, que me hace tan feliz?

El juez dio por terminado el caso, al no poder “arrancar del cerebro de esa mujer la imagen del amante”.

Rosa fue depositada en el asilo del Buen Pastor, Andrés en la cárcel pública. Y la que sigue es la curiosa conclusión de Unión Provincial: “El marido volvió tristemente a su hogar pensando que tenía la misma edad de Cristo y que quizás por eso lo habían crucificado”.

Una paloma enjaulada

Está visto que el adulterio, durante muchos años, era motivo de cárcel. Y por ello, era común ver en las páginas policiales de los diarios referencias a mujeres apresadas por cometer adulterio. O los hombres eran unos santos, o se sabían cuidar más, porque no he encontrado referencias a ellos sino como las víctimas de la mujer.

En febrero de 1900, en Unión Provincial apareció una noticia con el título “Captura de una paloma”. Cuenta que se había producido un hecho novelesco en Colastiné, del que había sido protagonista una mujer casada, “ya entrada en años”.

Había huido del hogar en compañía “de un mancebo tan romántico que creyó oportuno esconder a su Dulcinea en las islas del Río Paraná”.

La policía, tuvo conocimiento de que “los amantes habían formado nido a las orillas de un pequeño riacho, distante dos kilómetros de Colastiné. Con tal dato los agentes se pusieron en campaña no tardando mucho tiempo en sorprenderlos”.

Llevados al departamento de policía, confesaron “cándidamente su delito razón por la cual fueron detenidos hasta nueva orden”.

Lamentablemente el fin de la información nos deja una terrible incógnita: “La escasez de espacio nos impide dar mayores detalles de las escenas cómicas a que dio lugar la captura”.

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