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Periodismo policial (IV)

Dicen los que saben, que Santa Fe tuvo su Natalio Botana en la figura de don Alfredo Estrada. Y que Crítica, fue en nuestra ciudad El Orden. Innovador en formato y criterios noticiosos, el santafesino tenía particulares miradas sobre los casos policiales. Dos ejemplos.


Agarren al choro!

“A los gritos de ¡Agarren al choro!... acudió la policía” es el singular título que el diario El Orden encontró para publicar una noticia en diciembre de 1930.

La información señala que Tomás López, propietario del restaurant “Renaciente” reposaba la noche anterior, a eso de las 3.30 horas, en una de las habitaciones del altillo de la finca. En esas circunstancias creyó haber oído extraños ruidos y de un salto se puso en pie para cerciorarse de lo que acontecía. López revisó cautelosamente la pieza y como no encontrara nada resolvió por las dudas dar un vistazo al techo.

Al subir por la escalinata del altillo que conduce a la azotea, López se encontró, a pocos metros de distancia, con un hombre vestido de negro que, a poco de advertir su presencia volvió las espaldas y emprendió una precipitada fuga por los techos de las vecindades. A López no le cupo la menor duda que estaba en presencia de un ladrón y, sin detenerse a pensar, descendió por la misma escalinata hacia la puerta de calle en busca de la policía, en busca del vigilante.

Según el diario, el propietario del “Renaciente” no se cansaba de gritar: “¡Agarren al choro!... ¡Agarren al choro!...”.

Y así llegó hasta la calzada donde se encontró con el agente Ramón Silverio, chapa numero 162, de la seccional tercera que cumplía su fracción en la parada 5 y que al oír los gritos de aquel decidió arrimarse a la casa a fin de inquirir lo que ocurría. Rodearon la manzana. Prestamente llegaron al lugar de referencia los empleados de la División de Investigaciones Pedro Trédici, Pedro Caballero, Rafael Dides y Alberto de Michell, los cuales, con la cooperación del agente Silverio y de otros empleados de policía que acudieron momentos más tarde, procedieron a rodear la manzana y a requisar el techo donde López había sorprendido al presunto delincuente.

Sin embargo, pese a todo el despliegue, la tarea no arrojó ningún resultado positivo.

Las lesionó mal

En abril de 1932 El Orden publicó otra noticia con ribetes curiosos, al menos desde su forma de titular: “Un borracho que estaba molestando a dos personas las atacó hiriéndolas. A una de las víctimas la lesionó mal. Le infirió una puñalada en el vientre y hubo que hospitalizarla”.

Se trataba de un “drama de sangre” ocurrido en un comercio de barrio Candioti que se habría consumado “obrando bajo los efectos del excesivo alcohol ingerido momentos antes de ocurrir el drama”.

"En el despacho de bebidas que el comerciante Nino Coletta tiene establecido en la intersección de calles Marcial Candioti e Iturraspe se encontraban reunidas a eso de la medianoche anterior varias personas radicadas en su mayoría en las proximidades del lugar mencionado. Figuraban entre los parroquianos Emeterio Antonini, argentino de 21 años de edad y Gregorio Vargas, de su misma nacionalidad y con 23 años, radicados ambos en la finca de calle Sarmiento que lleva el número 8732”, pormenorizaba.

Uno y otro que se encontraban en el referido comercio desde temprano comenzaron a jugar a los naipes entretenidos en un apartida que se prolongó hasta eso de la una de la madrugada. Se divertían solos sin mezclarse con los demás parroquianos que fueron retirándose uno a uno.

Pero en el mismo negocio estaba un tal Dolores Ojeda, argentino de 42 años de edad, casado y con domicilio en una finca contigua a la del comercio. Ojeda, según los testigos, había bebido toda la noche, con exceso y se encontraba en un estado deplorable. Se acercó en tales circunstancias a la mesa donde jugaban Antonini y Vargas y los comenzó a molestar. “Al principio”, dice el diario, “se le toleró la impertinencia pero cuando esta rebalsó el límite de la tolerancia aquellos optaron por dirigirle enérgicas palabras invitándolo a que se retirara”.

Continuaba:

El ebrio intentó insistir en su actitud pero frente a la decidida determinación de aquellos optó por injuriarlos al tiempo que se retiraba a la calle desde donde continuó insultando a los muchachos que siguieron luego entretenidos en su juego sin dar a aquel mayor importancia”. Pero Ojeda volvió, esta vez armado de una cuchilla de regulares dimensiones. “Ni Antonini ni su compañero de juego advirtieron la presencia del agresivo borracho el que sin detenerse en mayores vacilaciones los atacó.

Una vez consumada la agresión el ebrio ganó la calle y se refugió en su domicilio.

Hubo tiempos en los que la policía siempre estaba en el lugar de los hechos y esta fue la ocasión, y Ojeda fue detenido

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