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Siestas fantásticas

Pocos en Santa Fe odian las siestas, excepto quienes como yo despiertan de pésimo humor de ellas. Desprestigiadas con el mote de “siestas pueblerinas”, el descanso post almuerzo fue ensalzado por algunos funcionarios que ejercían también el periodismo. “Los héroes mismos suelen dormir sobre sus laureles y nadie se enfurece por ello”, es una de las tantas defensas para las siestas santafesinas.

Muchos de los viajeros que pasaron por Santa Fe en el siglo XIX dejaron sus impresiones sobre estas tierras. Lo que más les llamaba la atención de este lugar paraje eran sus siestas, y despotricaban contra esta costumbre casi de “salvajes”.

Pero hubo quien defendió con ahínco esta costumbre tan extraña para algunos. En 1857, en el periódico oficial El Pueblo aparece un artículo que se presume fue redactado por el ministro de Gobierno Juan Francisco Seguí.

“Según las particulares usanzas de nuestros antepasados ya en octubre el calendario marcaba la estación de empezar a dormir la siesta. ¿Qué hacer en algunas horas del mes de diciembre y enero, sino comer una o dos sandías, ponerse a la ligera y acostarse, dando orden de que ni una paja se moviese en la casa?

“Todo el mundo dormía entonces; y en las calles, bañadas por un sol abrasador, sólo se veía un perro tendido en la puerta, algún mendigo refugiado en un zaguán o los changadores roncando en los pórticos; el zumbido sordo de las moscas convidaba a la prolongación de esta tregua saludable, y el silencio de la calle era interrumpido de vez en cuando por el grito de algún mazamorrero o de un vendedor de duraznos, o por el ruido del carro aguatero. Ello es que esta siesta parecía ventajosísima a quienes la dormían.

“El grande argumento de los enemigos de la siesta y de todo reposo humano es que en Londres o en París no se acostumbra. El sofisma es patente por sí mismo y los que lo emplean no merecería jamás gozar de las dulzuras de Morfeo.

“Lo que hay de cierto es que a pesar de la decantada actividad que a tantos les es funesta, no viene mal de cuando en cuando una siestita. Sino dígalo el empleado que a veces es acometido de invencible modorra sobre el empolvado expediente; dígalo el juez que hastiado de los detalles escandalosos de la causa que se le relata se abandona más bien a un sopor agradable.

“Los héroes mismos suelden dormir sobre sus laureles y nadie se enfurece por ello”.

“En resumen, si es necesario por el aumento fatal de las actividades, a que se llama progreso (maldito sea él) no prolongar mucho nuestra siesta, tampoco condenemos severamente la vieja costumbre de nuestros sabios mayores, que entendían mil veces mejor la vida. Se ha dicho también que la siesta era una habitud prosaica: error. Se puede probar que hasta era poética, pues se confunde con los recuerdos de los tiempos pastoriles, y con la pintura de aquellas escenas en que los dichosos mortales dormían, el vago murmullo de las aguas, bajo la anchurosa sombra de algún alcornoque”

(Fuente: José Carmelo Busaniche. Hombres y hechos de Santa Fe. Algunos ejemplares sueltos de este periódico pueden encontrarse en el AGPSF)

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