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La santafesinidad: estamos al palo!

Se perdieron horas y horas de archivo periodístico local. Mejor dicho: no se perdió: lo tiraron. Algunas reflexiones acerca del pasado pisado y de la frivolidad histórica en la búsqueda de nuestra identidad.

A nadie le importa hoy que cientos de horas de periodismo local hayan ido a parar a la basura.

A muy pocos les interesó tampoco hace 100 o 200 años. Y, a no equivocarse, tampoco le importa a muchos hoy.

Pero resulta que un mal burócrata decidió que las vivencias, testimonios, documentos, en fin, de varios años de vida política, social y cultural de Santa Fe eran basura. Merecían el destino de un contenedor.

Dentro de algunas décadas, a alguien le interesará saber por qué somos como somos. Y no tendrá parte de esta “primera versión de la historia”. Porque el periodismo también hace parte del trabajo del historiador. Construye el presente y al hacerlo deja huellas para interpretar el pasado, y por tanto, reinventar el futuro. No será posible en Santa Fe y su televisión durante varios años.

¿Nueva o vieja actitud?

Me tomo el atrevimiento de contar algunas experiencias personales.

Hace algo más de diez años buscaba un tema para mi tesis. Decidí que abordaría algún aspecto de la historia de Santa Fe a la luz de sus discursos periodísticos. Primer problema: ¿cuál acontecimiento elegir? Empecé a pensar en la escuela y los contenidos sobre la historia. Me acordaba de un par de cosas, no más. Estanislao López como constructor de la provincia y subido al altar de los héroes locales. No mucho más.

Fui a una biblioteca y saqué todos los libros que encontré. Lo que descubrí (téngase en cuenta que era, y soy, apenas una curiosa, y no tenía por qué saber muchas cosas) fueron un par de historias “institucionales” y otros tantos relatos fragmentarios, de hechos particulares (con más prestigio y más “audiencia” que mis Historias Colaterales). El problema fue que no me creí esa historia: había héroes y villanos. Y claro: los héroes eran los santafesinos que, si en algún punto habían fallado, había sido porque otros (los villanos con distinto nombre según la época) los habían inducido al error…

Así se construyó la historia “oficial” de esta provincia, pero sobre todo de esta ciudad. Por suerte para la historia y por desgracia para los santafesinos no puedo decir lo mismo de quienes escribieron la historia con otra perspectiva, por ejemplo desde Rosario. Encontré una frase que, refiriéndose a López, encierra parte de la “santafesinidad”: “Una imagen clásica del caudillo Estanislao López se muestra arraigada en la memoria local: la imagen legada por el esfuerzo de aquellos que buscaron construir un prócer santafesino. Ella conserva, marcado a fuego, el título exaltado de Patriarca de la Federación, rodeado de una visión heroica y providencial; visión que ha contribuido a inmovilizar su historia individual (…) Queda mucho por hacer” (Sonia Tedeschi: "López", En: Historias de caudillos argentinos).

En fin. Volvamos a mi tesis. Entre idas y venidas, me decidí por un hecho que me pareció “excepcional”: las primeras elecciones que el radicalismo gana en el país. Busquemos qué diarios se imprimían en la época, me dije. Alguna necia razón, forjada en tradicionales enseñanzas y alimentadas hasta la actualidad, nos instruyen en un respeto ciego hacia lo escrito. Así leí por primera vez la historia santafesina, y de la misma manera, el único texto que reseña el transcurrir de la prensa de la ciudad.

Guiada por ese relato que, luego verifiqué erróneo, comencé la lectura de Nueva Época y Santa Fe, únicos diarios de la época estudiada cuyas colecciones completas conservaba el Archivo General de la Provincia de Santa Fe. (“Tal vez pueda haber cierta comprensión o disculpa cuando esos artículos son producto de urgencias periodísticas si mayor responsabilidad. Pero lo que no se puede disculpar es que autores de significación, intelectuales consagrados signa a pie juntillas repitiendo los argumentos que en su tiempo se utilizaron para acomodar la historia al gusto de la denominada opinión pública”, dice Osvaldo Bayer en el “Preludio antes de entrar en la tragedia de un hombre: la investigación y la frivolidad histórica” de su Severino Di Giovanni, El idealista de la violencia).

Y después supe… ¡siete diarios se imprimían en la ciudad (y muchos más en la provincia) en aquellos años! Sólo se conservaban dos. ¿Por qué? Misterio. Algún mal burócrata, tal vez.

¿A quién le importa, en realidad, la “santafesinidad”?

Me apasiono con lo que se decía y escribía hace más de un siglo; estoy segura de que nos atraviesa la misma violencia discursiva que chorreaba en las páginas de nuestras primeras décadas de santafesinos. Eso nos constituyó. Aquellas familias dominaron nuestro pasado y forjaron para mal, para bien, lo que hoy somos. Y el periodismo fue el portavoz de las disputas del poder, y en pocas ocasiones, del resto de los sectores sociales. Nada nuevo bajo el sol, pero hay que decirlo con todas las letras: No nacimos de un repollo; ni los santafesinos, ni los periodistas, lo puedo asegurar.

Hace no muchos años, cualquier curioso que quería enterarse de alguna de estas cosas corría el riesgo de que un pedazo de papel se le deshiciera en las manos. Hoy muchos diarios del siglo XIX y parte del XX están microfilmados, por suerte. Pero cientos de hojas que produjeron ciudadanos santafesinos (sí, santafesinos) no pueden consultarse: se perdieron, se quemaron, tal vez se tiraron a la basura y también fueron adquiridas a particulares por la Biblioteca de la Universidad Nacional de La Plata. Obvio, no hay copia de ellos en Santa Fe, pese a los recursos tecnológicos disponibles hoy. Cualquier santafesino con recursos puede ir a consultarlos: yo no, por ahora.

Sin embargo, una legislatura hizo el intento de salvar nuestro patrimonio documental. Se dictó la ley 5516/61; en su artículo 15º dice: “Los propietarios, editores, empresarios o agentes de los periódicos, diarios y revistas, que se publiquen, o circulen en la Provincia, harán llegar al Archivo General dos ejemplares de cada número, suplemento o separata que apareciere. La inobservancia de esta disposición constituirá ocultamiento”. No existía aún la televisión local, pero podría extenderse la aplicación de la ley. Y de todos modos, jamás se cumplió. ¿O alguien cree que existe una colección de El Litoral además de la que posee el propio diario? Recuerdo que hace un tiempo, con una inocencia total, le pregunté a una empleada de la hemeroteca sobre este artículo. Me miró horrorizada: “¿a dónde los vamos a poner?”, me respondió.

Pero no es necesario irse tan lejos.

Tengo a la vista varios recortes periodísticos del diario La Provincia, de mayo de 1998: se habían tirado a la basura, frente a la Universidad Nacional del Litoral, documentos del desaparecido Instituto de Cinematografía que fundara Fernando Birri. Antes, se había tirado el archivo de la película “Tire Dié”. Y además, unas dos mil fichas de estudiantes que pasaron por sus facultades desde fines de los 60 hasta 1976. El revuelo que armó en ese momento la entonces promesa del periodismo santafesino Pablo Benito, provocaron la recuperación de los documentos, las disculpas del entonces rector Hugo Storero y su puesta en custodia en ADUL.

¿A quién le importa la “santafesinidad”?

Si hasta el Gen Argentino, con lo discutible que puede ser como método para buscar una identidad nacional, provoca apenas una hilarante encuesta en una “sesuda” búsqueda de la “santafesinidad” que ni siquiera se atreve a bucear profundo, en nuestras raíces, en los que nos hicieron, para bien o para mal, santafesinos. ¿Quiénes nos definen? ¿Un grupo musical o un grupo cómico? ¿Un sacerdote o un político? ¿Un boxeador asesino o un corredor de autos inundador? Claro que preguntarse quiénes nos definen o quiénes forjaron nuestra identidad no podrían ser ni Nicasio Oroño ni Simón de Iriondo, por elegir a dos contemporáneos sobre los que sería interesantísimo entablar un debate en serio. Pero sería demasiado trabajo ponerse a pensar que el primero fue mucho más que una calle que corre en diagonal, de suroeste a noreste, y que el segundo hizo mucho más que ser otra calle que va de sur a norte. ¿A quién podría importarle cómo forjaron nuestra identidad? “La gente quiere otra cosa”, estúpida.

“No vale la pena investigar un poco para ver si la verdad de la sociedad establecida debe seguir repitiéndose; investigar es dudar y eso es para ratas de biblioteca o para tímidos espirituales pero no para gente de éxito, para triunfadores rápidos” (Osvaldo Bayer: Severino Di Giovanni, El idealista de la violencia).

Está claro, ya no es necesario buscar más. La “santafesinidad” está definida. Y está al palo.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buena nota.
Cuando se tiraron los archivos del Instituto de Cine, no hubo recupero ni había, tampoco hay, inventario de lo que se tiró y no fue encontrado. Quienes atendieron el reclamo fueron Barletta y Schneider y el periodista Pablo Benito tiene una denuncia penal federal de la UNL por haber "robado" los archivos de adentro de LT10.

 
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