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Un llamado a la rebelión

¿Qué hacer cuando un gobernador es un idiota?, se preguntaba un diario santafesino a fines del siglo XIX. Una sola respuesta valía para tal caso: la rebelión lisa y llana.

En 1884, el diario La Libertad le hizo honor a su nombre. Gobernaba la provincia un sacerdote: el cura Zavalla. Y parece que era un muy mal gobernador. Al menos así lo creían los redactores del periódico.

Decían que la salud del sacerdote estaba “quebrantada hasta el infinito”. Que no conservaba “memoria de sus actos ni se da cuenta de lo que pasa por su persona”.

Por lo tanto, señalaba que eran nulos e inconstitucionales todos los actos administrativos que firmaba. No era responsable, decía, porque la ley no reconocía responsabilidades a quienes estaban impedidos del buen uso de sus facultades intelectuales.

“El pobre Cura no tiene culpa alguna en el desgraciado drama que vienen representando sus sacrificadores, sobre estos únicamente debe lanzar la población entera su inapelable y terrible anatema. Pero en los actos administrativos llevados a cabo durante su estadía en el poder, son nulos por ser él irresponsable, su permanencia en la silla gubernativa es evidentemente inconstitucional”, aseguraba.

Y entonces, ¿qué hacer? La Libertad no tiene ningún empacho en llamar a la rebelión lisa y llana a los santafesinos. “¿Debe el pueblo soberano permitir ser el juguete de las ambiciones políticas de los hombres sin conciencia ni dignidad que hacen de un infeliz enfermo un antemuro a sus bastardas aspiraciones?”, se preguntaba. “Basta ya de tanta degradación”, se respondía.

Al pueblo que viene haciendo uso de sus derechos y volviendo por su dignidad ultrajada se lanza a vengar una injusticia, no debe detenerlo ni el miedo ni el terror. Sacrifiquémonos si es necesario, pero cumplamos con nuestro deber. No nos detengan las bayonetas ni los remigton cuando de por medio están nuestras libertades y nuestra propia dignidad. Jamás un pueblo en la República Argentina se dejó avasallar impunemente. Cuando déspotas se alzaron para imponerles la Ley, no con lágrimas lograron las calles de su patria –cual con un recuerdo más heroico con que maltrataron la conciencia de sus tiranos.

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