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Trata de mujeres: Santa Fe, 1925

Pese a que por aquellos años la prostitución estaba legalizada en Santa Fe y en gran parte del país, muchas mujeres eran secuestradas en la zona para ejercerla. El que sigue es un estremecedor relato aparecido en el diario El Orden en 1927, en el que una víctima cuenta cómo fue secuestrada y cómo logró escapar.
Las terribles historias que, también en Santa Fe, se conocen de víctimas que han logrado zafar de las redes de tratas de blanca, poco tienen que envidiarle a las que hace más de medio siglo relataban mujeres como Raquel Liberman, que en 1930 terminó con la Zwi Migdal.
Sólo tres años antes de ello, en nuestra ciudad, el novel diario El Orden publicó una serie de notas con el relato de una joven santafesina que escapó de estas redes luego de ser secuestrada.
Fue en noviembre de 1927 cuando un cronista de este Crítica santafesino dio con la joven y publicó su relato durante cinco días consecutivos. El titular invariable para este serie fue: “Impresionante relato de una de las infelices víctimas de la gavilla de corruptores. Escenas de barbarie refinada, violencias monstruosas de que se valieron los forajidos para destrozar el corazón y el cuerpo de una mujer joven y buena. Entre lágrimas de dolor e indignación, la desventurada relata para “El Orden” su terrible martirologio en manos de sus verdugos”.
Conviene dejar hablar a la víctima y leer cuáles son las reflexiones del periodista. Éste, frente al hecho, rumiaba: “La vida le mostró antes de tiempo todo lo malo que encierra y le cerró la puerta por donde, tras un doliente peregrinaje, quizás pudiera haber ganado un rincón pequeño en el huerto de la Serenidad. El pulpo de la infamia retorció sus tentáculos aprisionando esa carne joven, promesa de santa maternidad, y el hálito del monstruo inmundo secó para siempre la flor de su feminidad”.
La banda secuestradora estaba compuesta por “El Correntino” Palma, el Dr. Di Bernardo, Florentino Silva, Fazzio y “varias mujeres mercenarias, alcahuetas profesionales, que vendían la virginidad de sus víctimas como quien vende una res para el matadero”.
Cuando El Orden da a conocer este testimonio, la justicia ya había actuado, con penas absolutamente leves, según el parecer del periodista, la víctima y sus familiares. “Tan leve es esa pena, que todos los criminales, menos dos, se codean ya con las gentes honestas. Y si vamos a tomar un índice para catalogarlos, baste saber que una de esas viejas miserables, al día siguiente de recobrar su libertad, ya andaba por las calles de noche, ofreciendo en alquiler una menor”, marcaba el diario.
Ella vivía en barrio Barranquitas, en una humilde vivienda, junto a su hermana y su cuñado (“un buen criollo que quisiera tener puñales en la lengua para matar cuando comenta el caso”).
El relato
Yo iba a la academia Fayó, de corte y confección donde esperaba recibirme de profesora. Así podría ayudar a mi madre y a mis hermanos; lo demás del tiempo lo ocupaba en mi casa y salía poco.
En mis idas a la academia venía notando que un individuo me perseguía. Diariamente se me cruzaba a la ida y al regreso. Ese era el infame que me hizo desgraciada para toda la vida, Santos Palma, alias “El Correntino”, según supe después.
Al principio lo tomé por uno de los tantos moscones que buscan aventura; pero viendo su persistencia tuve reflejos. No obstante nada dije a mi madre, porque hubiera sido darle un mal rato. Sin embargo, le conté eso al señor Sobrero, que vivía cerca de nuestra casa y nos ha apreciado siempre mucho. El señor Sobrero se indignó y saliendo en mi defensa un día llamó al Correntino cuando iba siguiéndome y lo increpó, diciéndole que se cuidara de hacer una indignidad conmigo, porque debía tener encuentra que se trataba de una familia muy honesta, y él estaba resuelto a defendernos.
Palma, con todo cinismo, confesó que no tenía mala intención. ¡El infame tiene mujer e hijos! No hizo caso de la advertencia y siguió molestándome, cada vez más insinuantes, hasta que llegó a hacerme proposiciones indignas.
Resuelta a no faltar en nada, un día sin dar razones le dije a mi madre que no quería ir más a la academia. Me reprochó lo que ella creyó una falta de ambición y ante ese cargo lanzado me vi obligada a confesarle la verdad. ¡Sólo quería esquivar el peligro, porque ese hombre presentía que me sería fatal, y había llegado ya a decirme que sería suya por las buenas o por las malas!
Después de ello, la víctima comenzó a recibir cartas anónimas, donde se mencionaban cosas tales como “que una vez lo quise, y que él estaba dispuesto a cumplir conmigo”.
El relato emocionado de la muchacha se interrumpe para contar al cronista que poco antes de su “deshonra” iba a casarse.
Los hechos se precipitaron el 9 de julio de 1925. La muchacha vivía entonces con su madre y hermanas en 1ª Junta 328 oeste. La casa quedaba al fondo de un terreno bastante extenso, y para llegar a ella, debía pasarse por una especie de callejón entre una arboleda tupida.
Aquella noche, ella conversaba con su novio y le llamó la atención un automóvil con varias personas, estacionado en la esquina, “cuyos ocupantes se reían con ganas, pareciendo muy alegres. Mi novio también notó eso, pero pensamos que serían algunos muchachos ‘farristas’”.
Se despidieron (“cambiando esas palabras de todos los enamorados que parecen triviales pero que para quien las dice olas escucha son tan bellas!... palabras que mis oídos ya no oirán más…”) e hizo lo que hacía cada noche: se quedó en la puerta hasta que él llegara a la esquina.
Cerró la puerta y comenzó a caminar el pasillo. Fue entonces cuando dos hombres, uno de cada lado, saltaron sobre ella.
Uno me ordenó con imperio al mismo tiempo que me tapaba la boca con una mano: ¡No grite, o le va a ir mal! Era el Correntino Palma, con una mano me amordazaba; con la otra me apretaba detrás de la cabeza, para que yo no la moviera y pudiera tener la boca libre y gritar.
El otro era Di Bernardo. Este dio un largo silbido y entonces el auto se aproximó y paró frente a la puerta. Di Bernardo, el “doctor Di Bernardo”, me levantó en brazos y me metió en el auto. Me debatí furiosa por librarme, pero ¿qué iba a poder yo contra esos dos hombres resueltos a que la presa no se les escapara, porque hubiera sido un compromiso para ellos que el golpe fallara?
El auto atravesó la ciudad. Se detuvieron en una fonda frente a la Estación Francesa y la hicieron entrar.
Allí me tuvieron al cuidado de Palma hasta las 18 horas del otro día. El negro (se refiere a Palma) quería convencerme de que les hiciera caso, que así me iría bien y tendría cuanto quisiera. Yo apenas le contestaba; sólo esperaba un momento o una persona para pedir socorro, pues atemorizada a golpes no quería gritar. Además, el hecho de hallarme en manos de esos canallas, aunque fuera contra mi voluntad, en mis ideas resueltas me parecía que eso era un crimen involuntario.
Al día siguiente a las 18 horas, fue a la fonda Florentino Silva y entre él y el Correntino me sacaron en un coche a la casa de Baigorria. Allí permanecía un mes y cinco días.
¡Sólo Dios y yo sabemos que si no me morí de dolor, de vergüenza y de indignación fue para que luego arrastrara a la sombra de lo que fui como una amarga advertencia para otras mujeres que se entregan al vicio voluntariamente!
Aquí termina la primera de estas cinco notas.
Encerrada en la casa de la Baigorria, el Correntino le dio pluma y papel y le indicó que escribiera una carta, fechada en Buenos Aires, diciéndole a su madre que se había escapado porque ya no quería vivir con ella.
Me negué con todas mis fuerzas. ¡Cómo iba a insultar a mi madre! ¡Cómo iba a provocar su maldición y el odio de todos los que siempre fueron para mí tan buenos! Lloré a mares, pero esa fiera tiene en vez de corazón una piedra, y siguió presionándome para que escribiera la carta que él me dictaría. Nada valieron mis lágrimas y mis súplicas. Le pedí que me dejara ir, prometiéndole no delatarlo, pero él, con ese cinismo infernal que tan cruelmente experimenté, me dijo entre una carcajada: “¡Si sos bruja te has de escapar de mi poder! Ahora me pertenecés y vas a hacer lo que yo mande. Tu madre me insultó en la comisaría, delante de Cavana, y ahora me estoy vengando! Vas a escribir esa carta o…”. Y al decir así me enterró sus dedos en las carnes, haciéndome retorcer de dolor. Grité y grité pero todo inútil. Me parecía que no podría sufrir ese martirio, porque luego empezó a torcerme el brazo izquierdo y así, acosada y torturada mi mano temblorosa escribió yo no sé qué!
Intentando retorcer su letra para que no fuera reconocida por su familia, escribió la carta que Palma le dictó.
Al día siguiente después de ser golpeada brutalmente, Palma intentó otra estrategia: “Sos una zonza —me dijo— vos podés ganar mucha plata y tener lo que quieras. Yo puedo hacerte colocar muy bien, nada menos que de gerente en un prostíbulo de Tostado”.
Se refería al prostíbulo de un tal Roldán, que le fue presentado a la muchacha poco después, cuando Palma y Di Bernardo la sacaron al anochecer y la llevaron a una pieza que Di Bernardo tenía como un “reservado” en calle San Luis, más allá de Boulevard.
Según el periodista, este era Roldán: “Es simplemente un individuo degenerado como lo indican sus actividades de comerciante en carne humana, explotador del vicio. Se llama Indalecio Roldán, y junto con la gerente de su prostíbulo, la prostituta Alcira López, fue procesado precisamente por corrupción de menores y condenado cada uno a cuatro años de prisión. La sentencia fue pronunciada en los últimos días del mes pasado o en los primeros del actual”.
Roldán examinó a la víctima “como deben ser examinadas las reses en el matadero”.
Le preguntó a Di Bernardo: “¿Cuánto tiempo hace que la tenés a esta?”. Mintió: “Un mes”. “Todavía no está bien baqueteada; se conoce que le falta cancha”, fue la respuesta de Roldán.
Hablaron entre ellos y cerraron trato, sin consultarme para nada, naturalmente. Luego Roldán sacó un papel ya escrito para que yo lo firmara y recordando aquella carta… no quise firmar.
Di Bernardo, furioso, lo mismo que Palma, por el mal papel que les hacía hacer, pues ellos trataban de demostrarle a Roldán que me tenían completamente dominada, saltó sobre mí y sacudiéndome brutalmente, gritó: P… de …, vas a hacer lo que te mando o te voy a despellejar viva!
¿Para qué decirle que me golpearon hasta que quisieron? Eso era cosa de todos los días.
También esa vez consiguieron que firmara ese papel, pero entonces con un nombre supuesto, que ya no recuerdo. Supongo que eso era un pedido de permiso para ejercer la prostitución, pues Roldán hablaba de un permiso.
Los primeros pesos del Correntino
Continúa el relato de la víctima:
Un día, pocos después de ser secuestrada, me dijo Palma: Esta tarde vendré con el doctor… (en el sumario consta el nombre y muchos otros), estarás con él y tenés que portarte bien, si no ya sabés que te espera una felpa de palos.
Yo, como cada vez que me obligaban a “eso”, y hasta entonces nadie me había poseído en casa de la Baigorria, donde yo estaba sola con ella, siempre a puerta trancada, me rebelé y lo insulté; y él, como siempre también, me dio tal puñetazo que me hizo rodar al suelo. Me hubiera lastimado la cara contra el tronco de un árbol si no atino a apoyarme en él con la mano izquierda, pero me recalqué un dedo.
Se fue repitiendo sus amenazas; yo me encerré a llorar en el cuarto que me servía de cárcel.
A la tarde vino Palma con el doctor… Desde mi cuarto oí que le preguntaba a la Baigorria: ¿y esa ya está arreglada? — ¡Qué! — respondió esa perra — si ni siquiera ha querido lavarse la cara; se lo ha pasado llorando como una zonza.
¡Pase no más doctor; ahí está la chica; la encontrará arisca, pero al fin se ha de comportar con juicio! Así dijo la alcahueta y poco después ese hombre que más que nadie debía saber el crimen que iba a cometer, me ultrajó, me forzó y conocía la enorme desventura, toda la horrible tragedia de no ser ya honrada!
“Quedé atontada, fuera de mí. Era como si me faltara el aire. Cuando pude pensar algo, me vestí con intención de hacerme matar si era preciso para librarme de esos infames”, continúa el relato.
Y fue entonces cuando vio, sobre la mesa de luz, tres billetes de 10 pesos. “¡Treinta pesos valía el honor de una mujer, tasado por un hombre de leyes!”
Apareció entonces el Correntino, furioso, a buscar los 30 pesos! “Por culpa tuya voy a perder un buen cliente. El doctor… ha salido muy descontento; dice que no has sido mujer para él”, gritó.
Mientras esto sucedía, la familia de la víctima comenzó a buscarla. Dos veces por día iban a la comisaría 6ª a pedir noticias de la pesquisa. El comisario Cavana contestaba siempre que no se sabía nada. O: “Pero, déjela, señora; total, ella tiene 20 años!”
Disconformes, se dirigieron al jefe de policía, don Bartolo Aldao, quien ordenó algunas medidas que dieron resultado días después.
Pero esas averiguaciones también llegaron a oídos de Palma, que una noche la sacó de la casa de la Baigorria (“después de molerme a puñetazos y puntapiés”) y la llevó a una fonda cerca de la estación del Central Norte.
La policía les estaba pisando los talones. Di Bernardo le dijo: “Elegí: te devuelvo a tu madre convertida en una p…, te quedás conmigo y hacés lo que te ordene, o te entrego a la policía”.
Di Bernardo era una fiera. Un poco por la rabia y otro poco para atemorizarme, sacó un revólver y me dijo: “Ahora mismo te vas a matar”, y me hacía que lo empuñara y me levantaba el brazo hasta que el caño del arma tocara mi sien, diciéndome que apretara el gatillo. ¿Por qué no le hice caso? Porque pensé que en esa forma ellos justificarían mi muerte con un suicidio y quedarían a salvo; en cambio yo alimentaba siempre la esperanza de que algún día me libraría de sus garras y podría vengar tanta infamia. En parte ya lo he conseguido, pero aún falta mucho más…”.
Horas después Palma le dijo: “Mirá che: hemos resuelto entregarte a tu madre. Pero como estás bastante desmejorada de salud, hemos dispuestos tenerte unos días en Rincón para que te repongás. Te llevaré mañana y allá estarás bien cuidada por una señora buena, a quien te presentaré como sobrina mía. Pero oíme bien: si algún día se te antoja delatarnos, tené por seguro que te mataremos. Tenés que jurarme por tu madre que no contarás a nadie nada de lo que ha pasado”.
Pero, como descubrió la víctima después, se trataba de un plan para alejarla de la policía y después enviarla a Tostado, vendida a Roldán.
El Correntino la llevó a Rincón.
Durante el viaje me conversó sin cesar, diciéndome que conmigo habían errado “el golpe”, que ellos creían que yo iba a salir “de línea”; que era una zonza al no condescender, porque sería siempre pobre y tendría que trabajar, mientras que dándome “a la vida”, cualquier día podría independizarme y poner una academia. Como ve, seguía con el engaño.
Muchas veces durante el viaje me repitió que no tenía que delatarlos en agradecimiento a que me dejaban libre, y que si así no lo hacía, desde ya podés considerarme muerta.
Una vez en Rincón, fueron a la casa de una señora llamada Hortensia Escobar, a la que presentó como una sobrina enferma. Supuso al principio que se trataba de una cómplice, aunque con los días comenzó a tomarle confianza.
En la mañana del cuarto día, al verme la señora se alarmó por mi salud. ¡Está hecha un cadáver!, exclamó, agregando que tenía que avisarle a “mi tío” Santos.
Fue entonces que me confié a ella.
Usted me parece buena, señora; —le dije— ayúdeme a salvarme. Yo no soy la sobrina de Palma, sino una víctima de él y otros. Ellos me han martirizado como fieras, me han enfermado, han vendido mi cuerpo a otros hombres y ahora quieren hacerme prostituta llevándome a un prostíbulo en Tostado en cuanto me reponga.
La señora se compadeció de mí y a mi pedido me acompañó hasta la comisaría donde yo iba a hacer la denuncia del caso.
La liberación
Íbamos las dos en dirección a la comisaría y en la calle encontramos al comisario. La señora lo saludó y le dijo que para su oficina íbamos, que yo tenía que hablar con él.
Me preguntó cómo se llama y le di mi nombre. “Es la misma que buscamos”, dijo. Llévela a la comisaría usted, que yo me voy por otra calle, para que no vean que va detenida”.
Estaba detenida, pues.
Al otro día, o no recuerdo si el mismo, fui traída a ésta por un empleado de investigaciones de apellido Vidarte, y puesta a disposición de la justicia.
Traída a Santa Fe, compareció ante el juez. Trastornada (“al extremo de creerme yo la única culpable de lo que había ocurrido”), se negó a decir la verdad.
Pero considérese mi estado de ánimo en presencia de la justicia por primera vez en mi vida, la impresión que me producía la frialdad de los que me interrogaban, la idea de que confesando esos crímenes de la gavilla sería divulgar mi nombre, es decir, ganarme el repudio de todo el mundo, porque nadie creería que no hubo voluntad de mi parte; téngase en cuenta que creía que era la única víctima y que, tratándose de gente vinculada, mi voz, si se levantaba, sería fácilmente acallada como estamos viéndolo cada día. Yo pensaba en todo eso, y en mi cabeza trabajada por la debilidad y la angustia, sufriendo ya en mi cuerpo las consecuencias de aquel monstruoso acto de sadismo, como que tuvieron que llevarme a declarar en una camilla, casi se hizo convicción la idea de que había sido tan culpable como ellos, y durante doce días negué todo.
Pero cuando supe que no era yo la única que ellos habían hundido en el vicio, y pude recapacitar que otras tan desgraciadas como yo haría causa común contra los infames delatándolos a la justicia de manera que mi sola voz no sería apagada porque los jueces oirían todas, entonces vi más claro y me decidí a hablar, y le conté al juez, durante tanto tiempo como a usted, todo lo que acabo de decirle.
Después de cinco días de este impresionante relato, con la cosa juzgada, el Fiscal decidió apelar las leves condenas.
La víctima trabajaba para ayudar a su hermana confeccionando cajas de fósforos. Cuando podía, claro, porque las infecciones y los golpes sufridos la condujeron a varias operaciones. “Parece que Dios no quiere que termine mi martirio…”, le dijo a El Orden. Sin embargo, y como se vio a través de esta serie de notas, ese no era su peor tormento: había perdido el honor. Y eso, en aquellos años, no se recuperaba con ninguna operación.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola como están, quiero platicarles mi caso, yo trabajaba en un restaurante llamado los manteles cocina tradicional la noria, y en este lugar yo era cocinera, al principio todo estaba bien me sentía cómoda, pero con el paso del tiempo el patrón empezó a exigir sin otorgar remuneración económica quería que trabajara a horas que no me tocaban y hasta quería que fuera a su casa a hacer limpieza de su casa cuando mi puesto es de cocinera y no de limpiar casas, a partir de esto el señor que se llama Sergio Quiroz Corona, empezó a acosarme y fastidiarme la vida en el trabajo ya no podía trabajar tranquila si que esta basura me faltara al respeto rebajando como ser humano, era diario que hacia comparaciones en público de mis apariencia física y mi forma de trabajar, cada semana de pago se me descontaba dinero de mi salario que así ya era poco, y cada vez que reclamaba el supervisor un tal Mario Cortes Tirado no me apoyaba y siempre me decía que su jefe fue quien dijo que se me descontara y sin darme explicaciones de porque también cuando salía de noche es decir en el horario de la noche se me retiro el apoyo de transporte ya que salía a las 11 de la noche, en esa ocasión uno de los dueño un tal Hugo Quiroz Corona quien de la forma mas maricona que puede existir le dijo al supervisor Mario que me dijera que ya no tenía apoyo de transporte de lo cual tampoco me pudieron dar una explicación de por qué, sinceramente tengo miedo de estas personas ya que por comentarios de trabajadores de este lugar me entere que el tal Sergio Quiroz corona y el tal Hugo Quiroz corona son tratantes de blancas y se dedican de forma clandestina a contratar mujeres menores de edad en el restaurante para después prostituirlas, la verdad eso fue lo que sentí en un principio cuando estos señores empezaron a pedirme que fuera a sus casas, realmente ahora voy atanco cabos y me doy cuentas que todo el acoso laboral que me hicieron fue porque no caí en su trampa. Por favor les pido me ayuden a divulgar esto para que no pase mas, esto es real está pasando la ciudad de Puebla no es exenta de estas cosas atrocidades sociales, en Puebla existe gente pederasta, por favor autoridades ayúdenme investiguen esto, no sé realmente si soy la única que se pudo dar cuenta de estas gentes o si ya ha habido chavas que han pasado por lo mismo o si ya han pasado desgracias a manos de estas personas.

 
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