En 1887, el municipio prohibió jugar con barriletes en las calles de la ciudad y también en el interior de las propiedades. Los chicos sólo podían hacerlo en los parajes dispuestos por la municipalidad para ese efecto: El Campito, Bajo del Hospital y la Costa del Río Salado. Los contraventores iban a ser sancionados con dos pesos de multa y si eran menores, debían hacerse cargo sus padres o tutores.
Unos años después, también se prohibió la patinación y el uso de velocípedos en las veredas.
Los dueños de billares, canchas de pelotas, reñideros de gallos o cualquier otra cosa pública que tenga establecido juegos tenían absolutamente prohibido permitir jugar a menores de 18 años.
Finalmente, en una época en que todavía no existía el automóvil, en 1885, se prohibió también galopar por todo el ámbito de la ciudad, con excepción de los médicos, dentistas, flebótomos (sangradores), sacerdotes y militares en servicio.
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