La municipalidad, afirmaba, suele ser la culpable de ciertas epidemias. Por ejemplo, la de ratas.
Hay determinadas épocas del año en que “repugna transitar por las calles a ciertas horas de la noche, ante la vista de la plaga de esos inmundos roedores que, libres de recelo y temor, corretean por arroyos y veredas en cantidad alarmante. No es el médico quien tiene nada que hacer en esto: es la municipalidad en cuanto al perímetro de la población”.
Se remontaba a otros tiempos, cuando se realizaban “razzias” contra los perros. Y proponía que se hiciera lo mismo con las ratas.
Como ejemplo, estaban los de otras ciudades. En Nueva York, según el Santa Fe se establecían premios para quienes presentaran la mayor cantidad de moscas. “Se reúnen toneladas, que después son objeto de incineración y, de ese modo se ha conseguido dominar ese repugnante enjambre”.
Inglaterra, que conocía que ciertas enfermedades que eran azote en sus colonias eran fruto de determinados mosquitos, realizó una campaña de desecamiento de ciertos lugares pantanosos.
En París se había procedido enérgicamente contra las ratas, “achicharrándolas a millares”.
No hay razón de que lo mismo no se pudiera hacer en Santa Fe. Y el vecindario debía ser compelido a ayudar a las autoridades. Había que declarar una “guerra formidable” a las plagas, y eso, claro, era defender la vida.
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