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Comercio religioso

Este fin de semana se celebra la tradicional peregrinación a al basílica de Guadalupe. Hace más de 150 años, una francesa que vivió en nuestra ciudad dejó sus impresiones sobre la festividad y el negocio que se montaba a su alrededor.

Suelen escucharse por estos días a algunos nostálgicos: “Fiestas de Guadalupe eran las de antes…”. Se refieren principalmente al comercio que se monta a su alrededor. Pero es un error.

Por la época de la Confederación Argentina ya existían los puesteros. Mientras se desarrollaba la misa, afuera se levantaban pintorescos campamentos. Por todos lados aparecían “tendejones ambulantes” (cobertizos), cuenta Lina Beck-Bernard, que pese a ser protestante compartió con los santafesinos esta festividad mientras su marido andaba fundando ciudades por el interior de la provincia.

Vendían leche, vino, aguardiente, caña de azúcar, naranjas, limones, pan criollo, pastelitos y confituras secas. Los mercaderes más afortunados eran los que habían llegado más temprano y tenían la opción de instalarse a la sombra de los gigantescos ombúes cuyos troncos huecos servían de cocina, dormitorio o alacena.

Los gauchos que se aburrían improvisaban carreras de caballos y señalan la raya en unos ombúes lejanos. Por supuesto, había apuestas.

Pero no sólo estos puesteros eran comerciantes. El sacerdote que había celebrado la misa había cobrado ese año $100 por su sermón. Y encima, los vecinos dijeron que fue malo para ese precio.

Otras impresiones sobre la festividad en El Litoral.

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