Searching...

Decíamos ayer: prensa santafesina ante el golpe

Nuevo Diario dejó en soledad, una vez más, a El Litoral en los días en que se producía el último golpe militar. Su propietario pedía “permiso” para editar el matutino, recuerdan los trabajadores. Ante el asalto de las Fuerzas Armadas, el vespertino se mostró esperanzado con la figura de Jorge Rafael Videla.

No soy original desde el título de este post. Ese es el nombre de un gran libro de Eduardo Blaustein y Martín Zubieta: “Decíamos ayer. La prensa argentina bajo el Proceso”. El libro lleva un epígrafe que dice: “Los 3.000 días más trágicos de la historia argentina. Textos e imágenes con todo lo que los diarios y revistas de la época dijeron, silenciaron o tergiversaron”.

¿Qué pasó, qué dijeron nuestros medios gráficos en esta ciudad? No se trata aquí de recorrer aquellos siete años sino apenas unos pocos días. Los que van desde los previos al 24 de marzo de 1976 hasta fines de ese mes; recorte arbitrario pero que sirve de pequeña muestra.

El mapa de los medios gráficos en Santa Fe era sólo un mapita, lejos en esa época de la decena de diarios que se publicaban en las primeras décadas del siglo XX. El diario El Litoral tuvo muchos competidores en su existencia; sólo dos lograron inquietarlo y a ambos la política ayudó a quitarlos del medio.

El primero fue El Orden, que, aparecido en 1927, refrescó al periodismo santafesino con un lenguaje popular y la preponderancia de la información local, policial y de las fotografías. Como si algo le faltara a El Orden para ganarse la preferencia de los lectores de los sectores populares, se declaró peronista y su suerte estuvo atada a ese movimiento. Desapareció en 1955.

El segundo fue Nuevo Diario, cuyo primer número se editó el 22 de diciembre de 1968. Hemos relatado y prometido más relatos, que ya verán la luz, acerca del nacimiento y desarrollo de este matutino. Baste consignar que Marcos Bobbio armó su redacción con gran parte de los huelguistas que habían parado por más de 20 días al vespertino que cumplía por esos días cincuenta años. Nuevo Diario también renovó el lenguaje, fue un diario popular, gráfica y periodísticamente superior al diario de los Víttori y los Caputto.

Pero Nuevo Diario atravesó dificultades económicas desde sus inicios. El cambio de tecnología hacia el off-set en 1973 provocó un largo conflicto y hacia octubre de 1975 frente al posible cierre, se inició una inédita experiencia de cogestión obrero-empresaria, que fracasó.

El diario ya estaba diezmado, en un desbande que había comenzado en octubre de 1974, cuando el Comando Anticomunista del Litoral amenazó a periodistas y gráficos de su plantel y luego secuestró, torturó y asesinó a Marta Zamaro, una trabajadora del matutino.

Tomado por su personal, abandonado por los empresarios, el diario fue cerrado el 24 de marzo de 1976. Algunos trabajadores recuerdan que Bobbio consultaba todas las tardes si podía sacarlo a la mañana siguiente.

El Litoral, en cambio, había disciplinado a sus trabajadores en 1968. Y sus páginas, especialmente las editoriales, continuaban haciéndose cargo de una especie de superioridad moral que es tradición en cierta prensa, que se autootorga el deber de indicar, amonestar, felicitar. Y jamás retractarse.

Editoriales

Palabras más, palabras menos, cualquier manual define a un editorial como un género periodístico que consiste en un texto no firmado, porque expresa la opinión de un medio de comunicación sobre una noticia o hecho de relevancia.

Estas son las posiciones que asume El Litoral entre el 20 y el 31 de marzo de 1976.

El día 20, el vespertino aplaude la organización del Festival de Guadalupe, realizado días atrás. “Calidad y adhesión popular no son de ninguna manera excluyentes: por el contrario, se complementan”, decía. Habían concurrido mayormente jóvenes que se habían comportado “correctamente”. La organización había contrastado con otro tipo de espectáculos que se hacían con “un equivocado criterio de lo que debe ser la difusión cultura a nivel masivo”.

Para El Litoral, “de ninguna manera lo popular puede confundirse con los fáciles esquemas de un efecto subalterno que, en lugar de elevar, uniforma, confunde y desvirtúa”.

Era de destacar al Festival de Guadalupe porque la ciudad, otrora “centro ilustrado” había dejado atrás su prestigio en virtud de una “equivocada política” en el campo cultural, que “se caracterizó por una exaltación de lo inferior y un desdén –cuando no franca hostilidad– hacia todo lo que significara verdadera calidad, niveles de exigencia y rigor selectivo”.

Los días 21 y 22 las editoriales se refieren al fin del distanciamiento diplomático con Bolivia y al mal estado de las rutas.

El martes 23, el diario se pronuncia por una verdadera unión nacional, que no quedase sólo en los discursos. Rememora que muchas veces el país estuvo dividido y amenazado por enfrentamientos, pero que también muchas veces “supo surgir fortalecido de esas angustias, asimilando experiencias y avanzando en un camino de madurez”.

Desde los lejanos días de las luchas por la Independencia, a través de los enfrentamientos de unitarios y federales, en el complejo proceso de la Organización Nacional y en tantos acontecimientos fundamentales, hubo quienes más allá de las divisiones circunstanciales –a veces hondas– supieron ver el camino de la unidad, la síntesis capaz de aliar a los contrarios y la manera de encontrar el basamento de los valores permanentes”, se escribió.

¿Quién o quiénes serían los que en 1976 verían ese camino de unidad? No lo dice claramente El Litoral. Sí aclara que esa armonía no debe implicar debilidad ni basarse en la aceptación de los manejos de quienes “a través de la delincuencia, la corrupción, la intolerancia y el fanatismo, realizan todo lo posible por quebrar los lazos que ligan entre sí a los habitantes, cansados de luchas y divisiones estériles”.

“El fin de una etapa” es el título elegido para el editorial del 24 de marzo. La determinación de las Fuerzas Armadas “evidentemente” era “fruto de un sereno análisis” y la responsabilidad asumida al tomar el poder era una “consecuencia lógica ante el desgobierno, las contradicciones, la anarquía, el caos económico, la prepotencia, la subversión y la implacable destrucción general que marcaron a la existencia ciudadana en este último período”.

Manifiesta el diario que estaba esperanzado de que “verdadera, definitivamente, se haya clausurado esa forma subalterna y deleznable de entender a la alta función política” y apostaba porque “sin apasionamientos pero con firmeza, salgan a la luz tantos hechos ilícitos cometidos al amparo de la función pública”.

No esperaba soluciones mágicas, sino asegurar “un mínimo de orden y de justicia”, a lograrse entre todos quienes estuviesen dispuestos a “superar lo negativo y a trabajar por la grandeza nacional en un clima de respeto, de fe y de mancomunado esfuerzo”.

En los tres días siguientes, se inician los reclamos sectoriales. Reclamos tímidos en dos de los casos, ya que, se sabe, era demasiada la anarquía y no se podían esperar soluciones mágicas.

“La salud en peligro” es un editorial destinado a poner de manifiesto que la crisis del sistema sanitario no tenía parangón en la historia. En “Reclamos del agro” se dice que “el campo” está expectante ante los cambios gubernamentales, confiado en que sus aspiraciones “han de ser tenidas en cuenta por su especial condición de generador de riqueza”.

Las quejas: “Sostienen sus dirigentes que más del noventa por ciento de las divisas que ingresan al país tienen su origen en el agro, y que desde hace décadas es éste el principal destinatario de medidas oficiales orientadas a apuntalar la economía del país, sea por vía de asfixiantes cargas impositivas, retenciones sobre las exportaciones de sus productos o los llamados precios políticos, entre otras. Y reiteradamente ha puntualizado el movimiento agropecuario que se ve obligado a subvencionar otras ramas de la actividad. A ello se agrega la elevación desmesurada de los costos de explotación, por vía de los constantes incrementos en el precio de los insumos, que van desde un tractor hasta el alambre de fardo”.

Y la advertencia: el sector ya había abandonado “actitudes que lo caracterizaban”, dejándose estar sin quejarse. “Ahora sus ojos se vuelven hacia las nuevas autoridades, en el anhelo de ser tenidos en cuenta, porque tienen la certeza de que, una vez más, serán convocados a realizar un aporte en favor de la recuperación económica”.

El otro sector del que se ocupa es el de la Justicia. La decisión del Proceso de destituir a los integrantes de las Cortes “aparece como coherente con un propósito radical de completa reorganización de la vida pública”. Sin embargo, no debía menoscabarse ni la dignidad ni la estabilidad de los jueces, pero no de todos, sino de aquellos “hombres auténticamente de derecho, que no aparecen en sus cargos como improvisados o como meros funcionarios de un régimen corrupto”. En Santa Fe existían este tipo de magistrados y entre ellos, exhorta, debía buscarse a los que serían “celosos custodios de la equidad en este período de rigor republicano que ahora se ha abierto y en el que muchos, confiadamente, esperan”.

“Hay que darle tiempo al tiempo” es, quizás, el más revelador editorial de las aspiraciones de El Litoral.
Se destaca allí la pasividad con la que la ciudadanía asistió al derrocamiento de María Esetela Martínez de Perón. Y así analiza a esa ciudadanía: “El observador del año 2000 podrá pensar que, en nuestros avatares políticos, los argentinos del siglo XX nos comportábamos como niños malcriados. Al producirse los alternativos cambios gubernamentales, los grandes sectores de la producción -el Estado, el empresarial o el del trabajo- creen que ha llegado el momento de materializar ‘el sueño del pibe’, aprovechándose de sus legendarios contradictores”.

Se verificaban “comportamientos abusivos” fruto de la “inmadurez cívica” de los argentinos. Elige para demostrarlo a uno de sus blancos favoritos: el sector gremial. Saca de los anaqueles la Ley de Contratos de Trabajo para recordar que los empleados debían “ajustar su conducta a lo que es propio de un buen trabajador” y “obrar de buena fe”, y que “el trabajador debe prestar el servicio con puntualidad, asistencia regular y dedicación”. En contraposición, los niños malcriados intentaron “sacar tajada de las excepciones conquistadas, sin importársele que la indisciplina y el ausentismo desembocarían en la baja productividad que influyó decisivamente en la crisis”.

Analiza luego algunos artículos del “Acta fijando el propósito y los objetivos básicos para el proceso de reorganización nacional”, de la Junta Militar y señala que trasuntan “con claridad” “la disposición de las fuerzas armadas para morigerar la pugna entre factores con ávida vocación hegemónica”.

Vendrán tiempos de austeridad y sacrificio, dice. Pero todos debemos “renunciar a los caprichos de niños malcriados en una opulencia ficticia, que la producción no podía sostener”. “Para recobrar la heredad malbaratada deberemos aceptar el imperativo de la fatiga y el sacrificio. Entre tanto, no esperemos milagros de un día para otro. Porque, como dice el refrán criollo: ‘Hay que darle tiempo al tiempo’”.

El 29 de marzo, asumió Jorge Rafael Videla la presidencia de la Nación. Al día siguiente, el editorial de El Litoral revela su vocación democrática: la caída del gobierno de “Isabelita” fue el “final más feliz y de mayor ecuanimidad dable, ya que constituyó la toma del gobierno por el Ejército de la Nación y no la substitución de una fuerza política en la función gubernamental por otra, que ni esencial ni formalmente, por las circunstancias, hubiera sido de ningún modo lo más conveniente”.

La toma del cargo de presidente por el general Videla constituye un acto auspicioso, un aliciente para el país que lo abona, porque considera ello lícitamente procedente de inteligencia comprensiva”, concluye.

Para finalizar el mes y esta recorrida arbitraria por lo que dijo el único medio gráfico santafesino hace 35 años, a una semana del golpe militar El Litoral publica “Convocatoria insoslayable”. El discurso de Videla era la “antípoda de la demagogia barata, de las promesas informales, del lenguaje tendencioso que tantas veces usaron gobernantes que no supieron -o no pudieron- cumplir con la palabra empeñada”.

Sus palabras habían sido “sencillas, sin ampulosidad alguna, han reflejado no sólo el por qué de la acción militar contra las autoridades constitucionales, sino el programa que las fuerzas armadas están dispuestas a llevar a cabo para encarrilar a la Nación hacia metas de prosperidad con el concurso de todos los hombres de bien”.

Detalla algunas de esas promesas que, a pie juntillas, cree: la armonización del capital y el trabajo, el establecimiento de un orden justo, el impulso de la cultura, “abierta a todas las corrientes del pensamiento pero manteniéndose fiel a la tradición patria y a la concepción cristiana del hombre y del mundo”. “Ha sido prometida honradez, eficiencia y justicia e invocado a Dios el otorgamiento de sabiduría, prudencia y humildad. No hay a priori motivo para poner en tela de juicio el compromiso asumido con la ciudadanía y la patria”, asegura.

Cree ciegamente en estas propuestas. El pedido de fe y sacrificio de Videla no debe ser desoído, dice El Litoral: “El reordenamiento nacional sin revanchismos, con respeto a los derechos individuales, exige el desprendimiento y la solidaridad general para una obra en la que todos tenemos la obligación de ser honestos protagonistas”.

Cada cual hará la lectura que desee sobre estos textos; yo hago la mía. El problema no es equivocarse en los análisis, sino persistir en ellos, no volver la mirada sobre sí mismo y continuar, décadas después, en el mismo pedestal, como si no hubiese pasado nada. Ni siquiera 30.000 desaparecidos.
(Del año pasado, para la Asociación de Prensa)


*Todos los resaltados son míos.

0 comentarios:

 
Back to top!