El año 1905 es referencia obligada para hablar de inundaciones en la ciudad. Un conjunto desborde del Paraná y el Salado pusieron en jaque a Santa Fe en aquella oportunidad. ¿De quién fue la culpa? ¿Qué pasó con los evacuados? ¿Qué se hizo con los subsidios? Respuestas a estas preguntas a partir de dos diarios: uno oficialista y otro opositor.
A mediados de junio de 1905 el agua proveniente del Río Paraná ingresó al centro de la ciudad. Nueva Época se ocupó aquellos días de informar acerca de la inusitada creciente, que llegó a su pico con 7,83 metros, señalando el agravamiento de la situación “por el hecho de que el Salado rebalsa también”, llegando a anegar el actual Parque Garay, el Hospital Italiano y el Cementerio Municipal. Publica acerca de las gestiones del gobernador ante los legisladores nacionales, a fin de conseguir subsidios por parte del presidente; de las solicitudes del intendente Manuel Irigoyen para conseguir carpas y galpones para los evacuados, entre otras cosas más.
Pero Unión Provincial, se encarga de mostrar otro costado, que inevitablemente nos trae a la memoria a nuestro pasado más reciente.
Con la exquisita pluma de Domingo Guzmán Silva, el 13 de junio se publica, si se quiere, una “chicana”, que, sin embargo, revela otro aspecto de quien es considerado uno de los prohombres de la historia santafesina.
Bajo el extenso título “La caridad por decreto. Despreciando el concurso popular. Filantropía banderiza. Acto de descortesía. Un nuevo colmo”, se le reprocha al gobernador Freyre la constitución de las comisiones encargadas de distribuir los alimentos a los afectados a través de un decreto: “Este acto de gobierno ha venido a convertir el ejercicio de la caridad en monopolio del círculo freirista (…). Ha procedido a impulsos de su idiosincrasia caciquesca y de sus odios políticos! En las comisiones no figura un solo hombre que no sea su amigo personal o político (…). Freyre es incapaz de levantarse sobre sus pasiones, incapaz de desprenderse de la creencia que el estado es él y que representa en la provincia una segunda Providencia, bastándose él solo para saberlo todo, preverlo todo, organizarlo y hacerlo todo. Para que no haya entidad alguna popular u oficial que pueda hacerle sombra con su acción caritativa al gobierno de la provincia, y para que toda la pobre gente socorrida crea que los beneficios que recibe (costeados con dineros de la nación) les debe exclusivamente a Freyre y a sus amigos, el oficialismo en una palabra, el gobernador ha prescindido de todo concurso extraño a la administración provincial (menos de los pesos y los buques de la nación) y ha nombrado comisiones que no dan un paso ni toman una resolución sin su concurso y beneplácito”. ¿Suena conocido?
Un día después, y en otra notable coincidencia, Unión Provincial señala la conveniencia de que la provisión de víveres a los evacuados se haga mediante una licitación. “Se resolvió por voluntad del Poder Ejecutivo que todos los víveres que debían adquirirse para ese objeto se comprasen directamente a una sola casa, única favorecida con tan gran pedido”, recrimina.
El destino de las numerosas donaciones recibidas por la provincia, son también objeto de atención del periódico opositor. “Hasta ahora sólo sabemos que han gastado buenos miles de pesos en auxilio para las víctimas de la inundación y esto aunque ya es mucho saber, en nuestra supina ignorancia financiera, por cierto es poca cosa, y no es todo lo que el pueblo tiene derecho a saber. Volvemos entonces a pedir un poco de luz. Con que a no hacer oídos de mercader. Cuentas claras y a no olvidarse que el pueblo, con razón o sin ella, es más desconfiado que un tuerto y no se cansa de repetir el conocido refrán criollo, muertos no hablan pero… Cuentas claras, pues, para que el pueblo no tenga derecho a concluir el pero ese, que significa todo un peral”.
Además, pasado ya el pico de la creciente y mientras las aguas se retiraban de la ciudad, el diario dirigido por Silva vuelve a la carga con la trayectoria de las donaciones. Nueva Época había reclamado a las sociedades de caridad que brinden más atención a algunos inundados. Unión Provincial le indica: “por qué no endereza su reclamo al gobierno que posee verdaderos almacenes de ropa y comestibles provenientes de la caridad pública. En manos del Sr. Freyre (por desgracia para los inundados) la caridad ha puesto una cantidad enorme de artículos… y no se explica que haya pobres gentes que esté pasando hambre y frío… mientras la Girafa (sic) esté llena de ropas y comestibles y en las arcas fiscales haya dinero destinado a este fin. Y no diga Nueva Época que esos artículos de tienda tienen otro destino y mucho menos que se han agotado”.
Lo de Nueva Época además, revela otro costado en el que hay coincidencias. El 18 de junio publicó que la ayuda brindada tanto por organismos oficiales como por particulares estaba desarrollando “de una manera alarmante la pereza y la haraganería”. No se conseguían peones para trabajar, decía, porque estas personas “los zánganos de la caridad”, preferían recibir asistencia y tomar sol y pasear, haciéndose “las víctimas” con tal de obtener una ración por la cual no estaban dispuestos a trabajar.
Culpables
A la hora de buscar culpas, las analogías también son inevitables. Y aquí, debemos volver al principio de la nota: hay quienes tenazmente buscan un culpable, y otros, enfrente, que con la misma tenacidad buscan la exculpación absoluta.
Unión Provincial encuentra tres culpables para la catástrofe hídrica de 1905: los que dos siglos y medio antes habían elegido “este casi bañado para plantar los cimientos de una ciudad”, “los indios que obligaron a ello” y, finalmente, “la imprevisión de nuestras autoridades que viendo repetirse las grandes crecientes del Paraná casi periódicamente, desde el año 25 hasta el 88, no han tomado ninguna medida, defensas, terraplenamiento o desagüe y al revés –asómbrense!- se han rebajado en 40 o 60 centímetros el nivel de muchas calles para adoquinarlas. Y esto mientras hay dos oficinas que se denominan de ingenieros desde hace muchos años: una provincial y una municipal”.
Nueva Época, por su parte, culpa a la naturaleza: la creciente no tuvo ningún tipo de responsable; se debió exclusivamente a “la enorme avalancha de agua producida por las crecientes del Paraná y del Alto Paraguay”.
La historia siempre enseña, pero parece que no a los simples habitantes de la ciudad. Ha enseñado a los gobernantes a manejarse dudosamente en las tragedias, a eludir responsabilidades, y a algunos periodistas, a eximir de culpas a sus patrones.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario