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Trelew y Santa Fe

El cortejo fúnebre que acompañó los restos de Jorge Ulla
La masacre de Trelew acaba de ser declarada delito de lesa humanidad. Jorge Alejandro Ulla fue ejecutado en ese penal en agosto de 1972. Un repaso por la multitudinaria despedida a sus restos, las crónicas periodísticas y la biografía que de Ulla hace el órgano de prensa del Ejército Revolucionario del Pueblo.

La masacre de Trelew impactó de lleno en una Santa Fe movilizada en aquel agosto de 1972. Además de Jorge Alejandro Ulla, había sido ultimado Alberto Carlos Del Rey, un rosarino bien conocido por estos lugares. Y más conocido aún era uno de los sobrevivientes, Ricardo Haidar.

Pero Jorge tenía aquí a sus familiares, aquí había comenzado su militancia y aquí llegaron sus restos a descansar.

Las primeras informaciones publicadas por Nuevo Diario se hacen eco de la versión oficial: otro intento de fuga de los guerrilleros detenidos. Pero también dio amplio espacio a las repercusiones que la masacre tuvo entre los santafesinos.

El mismo 23 de agosto de 1972, se informa de varios “desórdenes” en la ciudad. Una asamblea realizada en la Facultad de Derecho de la UNL decidió salir a la calle para expresar “su más enérgico repudio a lo que denominaron ‘Los fusilamientos de Trelew’”.


Los manifestantes se dirigieron por 9 de julio y al llegar a la intersección con Bulevar Pellegrini hicieron estallar bombas incendiarias que provocaron llamaradas a la altura de los semáforos. La magnitud del fuego dividió a los estudiantes en dos grupos y los que quedaron sobre bulevar se dirigieron hacia 1º de mayo levantando barricadas con postes que voltearon, y que se prolongaron en las adyacencias de toda la zona universitaria. 

Al día siguiente, Nuevo Diario publica algunos detalles de la entrega del cuerpo de Jorge Alejandro Ulla a sus padres.

En el aeródromo de Sauce Viejo esperaban familiares, amigos e integrantes de la Comisión de Familiares de Presos Políticos, rodeados de un gran despliegue de fuerzas militares y policiales, “que habían tomado control de la zona”.


La máquina se detuvo a unos mil metros de la sala y hacia allí se dirigieron un jeep, tres camionetas militares con soldados, así como dos camionetas particulares en una de las cuales viajaba el padre del joven escribano Alejandro Ulla y el furgón fúnebre.
Previamente observamos que el escribano Ulla había firmado ante el mayor del Ejército encargado del operativo los papeles correspondientes a la entrega del cadáver.
Desde el aeródromo hasta la funeraria el cortejo sólo fue seguido por custodia policial y allí se produjo el cambio de féretro, acto al que sólo se permitió la entrada de los padres y hermanos.
Frente a la funeraria se suscitaron entredichos, algunos un tanto violentos, entre familiares de Ulla y las fuerzas policiales encargadas de mantener el orden, originándose el principal de ellos en el hecho de que no se permitió en un primer momento el acceso al recinto de la esposa del escribano Ulla que no había podido sortear a tiempo la barrera infranqueable que formaron las tropas allí apostadas.

Desde allí y hasta arribar al departamento familiar, ubicado en el piso 15 de un edificio de Rivadavia y Tucumán, la custodia fue reforzada con tropas del cuerpo de control de disturbios y con un carro de asalto.

El despliegue en la cobertura del sepelio es importante tanto para Nuevo Diario como para El Litoral. Sin embargo, es el primero quien da mayor espacio y publica numerosas fotografías de un suceso que aún es recordado por quienes lo vivieron.

La decisión del editor de Nuevo Diario fue ilustrar la tapa con una fotografía de lo que sucedía en Buenos Aires y otra del cortejo fúnebre que acompañaba a Ulla aquí en Santa Fe. El pie de foto decía: “La multitud se interpone entre los carros policiales y el furgón que llevó ayer los restos de Alejandro Jorge Ulla al cementerio local. Poco después los efectivos de seguridad cargaron contra el cortejo obligando a los presentes a dispersarse”.

El Litoral, en cambio, realiza una crónica más bien despojada, pero muy contundente tanto del velatorio como de cada paso dado por el cortejo.

Marca que el ataúd se hallaba destapado y el cuerpo cubierto hasta la barbilla con una bandera argentina “y al medio de ella la clásica estrella roja de cinco puntas del ERP”. La familia había solicitado que no se acercaran coronas, y que su importe se donara a la capilla de Cristo Obrero, de Villa del Parque.

Relata también uno de muchos de los incidentes que se produjeron; uno muy significativo es el del intento de la policía de impedir que el ex gobernador Aldo Tessio pudiera ingresar al edificio.

El cortejo fúnebre se inició con los concurrentes entonando el himno nacional. El relato de El Litoral continúa señalando la cantidad de remises y carros de asalto que habían cortado el tránsito en la zona.

En momentos en que se temían incidentes graves, el padre de Ulla, que acompañado de su otro hijo caminaba junto a los restos, subió al paragolpe trasero del furgón manifestando en alta voz “Quiero que marchemos en paz para dar sepultura a mi hijo”. La versión de Nuevo Diario es levemente diferente: dice que la policía obligó a los familiares a subir a los carros de asalto y que la violencia provocó que Decio Ulla, por entonces vicedecano de la Facultad de Derecho, increpara al jefe de la Unidad Regional Uno.

El Litoral relata que se demoraban aproximadamente veinte minutos por cuadra y que en la columna de caminantes que acompañaban los restos se encontraban los sacerdotes Atilio Rosso, José Serra, Osvaldo Catena y Ernesto Leyendeker. La lentitud era tal que el motor del coche fúnebre se recalentaba, y se optó por empujarlo a mano.

Nuevo Diario aporta: “Cerca de la intersección con 1º de mayo fue desplegada sobre la parte delantera del furgón una bandera argentina con la inscripción Montoneros y un círculo en el centro con la sigla PV a partir de entonces la columna llevó a pulso el furgón formando los jóvenes acompañantes un largo cordón delante y a los costados del coche”.



En el cementerio

La crónica de Nuevo Diario dice que al llegar el cortejo al Cementerio Municipal, aguardaba otra multitud: “Al llegar el cortejo arrojaron al paso del féretro claveles rojos, mientras se entonaba el Himno Nacional camino hacia el panteón familiar. Previamente en el tarjetero colocado a la entrada las tarjetas eran llenadas por jóvenes que escribían solamente la sigla ERP, mientras otros desplegaban carteles con inscripciones de las organizaciones clandestinas que operan en nuestro país, así como de gremios locales que se habían hecho presentes también”. Finaliza diciendo que allí se entonaron “las estrofas del himno ‘Venceremos al fin’ y se dieron vivas por la libertad, la Patria, la revolución, y las organizaciones ERP, FAL, FAR y Montoneros”.

La de El Litoral agrega que antes de la inhumación de los restos de Jorge Alejandro Ulla en el panteón familiar de la familia de Nicanor Álvarez el cura José María Serra pronunció una oración. Luego hablaron tres estudiantes jóvenes, una representante de la Comisión Nacional de Familiares de Presos Políticos; el presidente del Centro de Jubilados Azul y Blanco, José Bugilolo y una delegada de los barrios marginados.

Jorge Alejandro Ulla

Según su hermano Julio era, principalmente, un tipo sensible. Los invito sinceramente a leer su testimonio en “Historias de vida. Homenaje a militantes santafesinos” (Tomo I), editado por la Secretaría de Estado de Derechos Humanos de la provincia en 2007 (páginas 45 a 50).

Pero les quiero traer otra semblanza de Jorge, cuyo nombre de guerra era “Mario”, cuyo documento llevaba el apellido “Colin” y a quien sus compañeros de militancia apodaban “el petiso” y también “el hombre de las mil fugas”.

Está en el número 23 de Estrella Roja, el órgano periodístico del Ejército Revolucionario del Pueblo, accesible gracias al laburo increíble de Ruinas Digitales. Vale la pena.

estrellaroja

1 comentarios:

María Pocha Pagano dijo...

Lo tuyo como siempre de primera. Sos toda una garantía respecto al ejercicio de la memoria. Un abrazo. Pocha Pagano

 
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