La cerveza, “bebida milenaria de los pueblos
fuertes” no sólo tiene larga historia en nuestra ciudad. Fue catalogada en
algún tiempo como la bebida de los pobres y fue grande la tentación de los
gobiernos por aplicarle impuestos. Y un día se hizo realidad la peor pesadilla:
Santa Fe se quedó sin cerveza.
Esta es, se sabe, una ciudad cervecera. No
sólo por el gusto a esa bebida, sino también por su producción. La Cervecería
Santa Fe se instaló en 1912, teniendo como maestro cervecero a don Otto
Schneider. La calidad del agua y la cebada de la zona, decía, permitían
elaborar una cerveza de gran calidad. Schneider tendrá su propia fábrica a
partir de 1931.
La bebida de los pobres
Ya desde los inicios de lo que luego sería la
tradición cervecera de Santa Fe fue una tentación de gobiernos municipales y
nacionales gravarla. Sólo un par de ejemplos.
En 1915 el Concejo Deliberante decidió aprobar
un impuesto a la producción de cerveza. Era una facultad privativa del Congreso
Nacional, decía el diario Santa Fe. No era esta la principal objeción del
periódico. El Concejo había sido elegido para custodiar los intereses del
pueblo, decía, y sin embargo contra él actuaba. “La cerveza, bebida sana y cuyo
contenido de alcohol es bastante limitado, hallábase al alcance del pobre que
podía darse el lujo de consumir de vez en cuando una jarra del ambarino
líquido, sin peligro para su organismo. Ahora, con el nuevo impuesto, quien en
definitiva paga los vidrios rotos es el consumidor, pues las fábricas se han
limitado a aumentar el precio del producto. Y al decir que el perjudicado es el
consumidor, claro está que nos referimos al consumidor pobre, pues en el
presupuesto rico no ha de hacer mella, al fin y al cabo, unos centavos más o
menos; no así en el del proletario, en cuyo hogar se cuenta escrupulosamente el
centavo a gastar, más aún en los presentes tiempos, de escasez general”.
Quince años después, era el gobierno de José
Félix Uriburu quien imponía tributos tanto al vino como a la cerveza. La Liga
Nacional de Profilaxis, destacando los ideales de “regeneración administrativa”
sustentada por el militar, le dirige una carta que es ampliamente reproducida
por los diarios santafesinos.
La Liga se ocupaba de “beneficiar” al pueblo
enseñándole una “sana alimentación y buena higiene”. Para ello, el principal punto de su programa
era la lucha contra el alcoholismo. “Pensamos que el alcoholismo en nuestro
país, no tanto en las grandes ciudades como en el campo, está arraigado por la
costumbre de beber, sobre todo entre la población obrera, brebajes de toda
especie con nombres de aperitivos y otros que llevan a sus entrañas el virus
del delito y la decadencia”, decía. Y por ello “predicamos y hasta hacemos
propaganda desinteresada en favor del vino y de la cerveza”, promoviendo su
mayor consumo para que de esta forma, el pueblo “se aleje de las bebidas de
alta graduación que tanto daño le hacen”. El vino y la cerveza son “alimentos
tónicos para el cuerpo humano”.
La Liga Nacional de Profilaxis continuaba:
“Sobre la base científica y humanitaria, en la que nosotros actuamos, nos tiene
que sorprender todo lo que sea aumento de impuestos de cualquier índole
aplicados a estas dos bebidas, primero por el concepto elevado que de ellas tenemos,
y segundo, porque son eminentemente nacionales y de las cuales viven y
progresan muchos millares de familias, cuyos jefes encuentran el sustento
trabajando en su elaboración”. Tanto las provincias de cuyo con la industria
vitivinícola, como las de Buenos Aires y Santa Fe entre otras, con la
cervecera, aseguraban la vida de sus habitantes, con lo cual “esta industria no
merece bajo ningún punto de vista ser castigada, porque aparte del beneficio
que presta al país, presta uno positivo a la salud del pueblo y como punto
fundamental contra el alcoholismo”.
En diciembre de ese mismo año, 1931, las dos
cervecerías de la zona ("Santa Fe" y "San Carlos") habían
despachado 1.700.000 litros de cerveza, según informaba El Litoral. La mayor
parte para consumo local, el resto fue hacia Paraná, Corrientes, Resistencia y otras
localidades. El cálculo del diario era que se habían consumido alrededor de 9
litros por habitante.
La peor pesadilla
Y un día Santa Fe se quedó sin cerveza.
Decía El Orden en marzo de 1952:
Sabido es que este rubio líquido es la bebida preferida de los habitantes de esta capital, que se enorgullecen de ser los únicos que en todo el país saben paladearlo con placer de “diletantes” y pueden apreciar de un solo vistazo si un “liso” está bien o mal tirado o le falta presión, frío o el producto está “aflojando” por falta de materia prima.Que la cerveza viniera más o menos mala, los santafesinos lo aceptaban, esperando fehacientemente que mejorara: pero que se los prive de la “bebida milenaria de los pueblos fuertes”, eso no lo conciben. Y he aquí que, luego de varios amagos, ha sido, al final, racionada. Es tan exigua la cantidad que se entrega a bares y cafés, que se termina en un par de horas. Cada clientela conoce la hora en que se despacharán los “chopps” en el lugar a que concurren habitualmente. Y allí está “como fierro” cuando se abre la canilla. Al poco tiempo su local es invadido por una verdadera legión de sedientos que piden “lisos” por partida doble y hasta triple, temerosos de que se termine la existencia en pocos minutos. Desde las mesas el mostrador es asaltado por miradas escrutadoras y angustiosas, que tratan de anticiparse a la señal que la cerveza se ha terminado. Hasta que llega el temido momento en que el escape de gas al retirarse la espada, anuncia que se ha terminado el contenido del último barril. Y en menos que canta un gallo el café o bar que era toda actividad, bullicio y alegría, queda convertido en un lugar lúgubre, semidesierto, con unos pocos parroquianos que no tienen ánimos ni para conversar. Luego comienza el peregrinaje de café en café o de bar en bar, con la siempre renovada esperanza de hallar el rubio licor que ahora se muestra tan esquivo. Hasta en automóviles de alquiler hemos visto recorrer los negocios en busca de cerveza, en una especie de fiebre que el calor ininterrumpido que estamos sufriendo desde hace tantos días, centuplica.
La falta de cerveza se había convertido en el
tema de conversación de todos los santafesinos. “El pueblo quiere saber de qué
se trata”, decía El Orden, abocándose rápidamente a dar respuesta a los
angustiados ciudadanos que habían comenzado a escuchar toda clase de rumores:
que algunas fábricas cerrarían, que se estaba frente a una maniobra
especulativa, y otros que crecían al mismo ritmo que la temperatura.
Los periodistas fueron a las fuentes.
Visitaron la Cervecería Santa Fe y conversaron con su gerente y contador.
Admitían que existía una escasez momentánea, pero aseguraban que en la
distribución se estaba dando preferencia a la ciudad, dejando con pedidos
pendientes a clientes del interior.
La falta de cerveza se debía al aumento del
consumo, la escasez de otras bebidas como el vino, la falta de materias primas,
malta sobre todo, y el calor del marzo santafesino.
La producción no había descendido; por el
contrario se estaba produciendo alrededor del 30% más que en 1951. Decía el
gerente: “Ha debido llegarse a desatender la demanda de otras zonas, para que
el foco del consumo, vale decir la ciudad, pueda ser abastecida normalmente,
teniendo en cuenta que Santa Fe es la ciudad cervecera por excelencia (…).
Puedo asegurarles que ninguna otra parte de la República le gana a Santa Fe en
cuanto al consumo 'per cápita'”.
Con el descenso de las temperaturas, la
pesadilla terminó.
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