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Periodismo policial en Santa Fe (I)

Los ladrones o asesinos “pobres” son escrachados hoy por los diarios, con nombre y apellido, ante la simple presunción policial. El periodismo santafesino tiene una escuela de más de cien años. Pase y vea algunos ejemplos.
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Los ladrones o asesinos “pobres” son escrachados hoy por los diarios, con nombre y apellido, ante la simple presunción policial. El periodismo santafesino tiene una escuela de más de cien años. Pase y vea algunos ejemplos.

Justicia veloz

Parece que esto de los ladrones de gallinas encarcelados con celeridad por la justicia mientras que los llamados ladrones de guante blanco se pavonean por el país, es cosa bien antigua.

El 21 de octubre de 1897, el diario El Censor publicaba una breve noticia titulada ¡Por un pollo!

Escribía el periodista: “Por el delito de haber agarrado un pollo en la estación Sunchales, el cochero Natalio Facal fue ayer reducido a prisión por el comisario de la 6ª sección de policía, famosa por sus arbitrariedades a no poder serlo más. ¡Vaya un delito! El caso es que Facal estuvo detenido desde las 2 hasta las 6 y media de la tarde, horas en que fue pasado al departamento central”.

Pollos o gallinas, la justicia santafesina siempre fue lo que se dice, veloz.

La carne no es débil

Esta escena transcurre en el mercado del norte, en 1903 y sus protagonistas son dos hombres de unos 30 años que trabajaban allí.

Antonio Mazón y Pedro Fernández eran hasta ese momento “íntimos camaradas”, según el cronista policial del diario Nueva Época. “Todos los días se veían en aquel establecimiento, chanceaban de continua, jugaban siempre, descendiendo muchas veces a los detalles groseros en sus recreaciones habituales, causa por la cual, en cierta época estuvieron distanciados algún tiempo”, explicaba.

El día de los hechos, como de costumbre, ambos se encontraron en el mercado y “enseguida renovaron sus jugarretas cotidianas”. En eso estaban cuando se desató la tragedia.

¿Qué pasó? Cuenta el diario Nueva Época que “de repente Fernández azotó el rostro de Masón con un trozo de carne”. Un trozo de carne el rostro del amigo bastó para que el otro, “ciego de ira, agrediera a puñaladas a Fernández”. Fueron cuatro puñaladas mortales, pero no fue lo único, sino que además le infirió “un hachazo horroroso en la cabeza”.

La crónica policial culmina señalando que la “víctima cayó exánime, a los pies del asesino, bañado en sangre. Momentos después exhalaba el último suspiro”.

Una variante del cuento del tío

El cuento del tío tiene muchas variantes, tantas, como años que tiene esta ciudad. Y las, por los primeros meses del siglo XX breves, crónicas policiales advertían a la población.

En 1900, apareció una nueva modalidad del delito, que en Santa Fe la llevaban adelante individuos que se titulaban “silleros”.

Publicaba el diario Unión Provincial, para advertir a los incautos: “Varios muchachos de pésimos antecedentes y de peor conducta recorren las casas solicitando sillas para componer. Ofrecen su trabajo a un precio tan reducido que rara es la familia que resiste a la tentación de hacer remendar cuanta silla vieja o deteriorada hay en la casa”.

“Pero resulta que silla que sale no vuelve y al cabo de un tiempo los interesados se dan cuenta de que han sido víctimas de un cuento análogo al del tío. La policía ha tomado cartas en el asunto y persigue a estos industriales de nuevo cuño”.

Atenti, que nada cambia, todo se recicla.

Todo el peso de la ley

En la década del 20, el diario Santa Fe dedicaba una página completa a la sección “Datos cotidianos del delito y notas policiales”.

En agosto de 1928 publicó una información acerca de una menor “vilmente engañada”.

Se trataba de Martina Moreyra, una niña de 14 años que había comenzado a trabajar como “sirvienta” en una casa del sur de la ciudad. Allí, conoció a un hombre, dice la crónica, que le prometió hacerla su esposa.

Sin dar más detalles, la nota dice que ella, “inexperta, cayó pronto víctima de su propia confianza. Y cuando se dio cuenta de que el hombre no tenía palabra, de que había sido víctima de un engaño y que le habían robado toda su riqueza, su honor y toda su virtud, no vaciló en contarle a su madre, doña Florentina Moreyra lo que le había ocurrido. El hombre, el que la engañó, dejó de ir a visitarla”.

Se radicó entonces, una denuncia en la comisaría primera. El acusado, era Vicente Rogiano, quien fue detenido por la policía, visto “lo grave de la acusación”.

No hay más datos de qué sucedió con este Rogiano, pero el diario Santa Fe solicita que este grave delito no quede sin castigo, para ejemplo de “muchos aventureros”, que cuando engañan a las mujeres “se olvidan de que tienen hermanas”.

Resentimiento y tiros

Por último por hoy, esta es una crónica para dejar volar la imaginación. Era también agosto de 1928.

La escena se desarrolla en una confitería céntrica, a las 15.30. Los protagonistas fueron Gustavo Gómez, de 31 años, soltero y violinista, y Alfredo Raña.

Quienes observaron la escena, dicen que parecían amigos. Hasta que dejaron de serlo.

“Afectado por circunstancias íntimas Gómez estaba resentido con el que debía ser su víctima”, dice el diario Santa Fe, que recogió testimonios en el lugar.

“Es probable que Gómez interpelara a Raña acerca de su conducta (…). Quizás Raña le contestó en forma indiscreta provocando la indignación de Gómez, que sacando de entre las ropas un revólver Colt calibre 38 corto, le hizo 5 disparos”.

El primer balazo dio en la tetilla izquierda. Según testigos, al sentirse herido, Raña se refugió detrás de la caja registradora, pero Gómez continuó disparando.

Se produjo un tumulto de personas, hasta que llegó la policía y el herido fue conducido al hospital.

Y las preguntas, para que vuele la imaginación: ¿qué amistad unía al violinista y a la víctima? ¿Qué le dijo Raña a Gómez? Y finalmente, ¿cuáles fueron las circunstancias íntimas por las que el violinista estaba resentido con su víctima?

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