“Los ladrones están a veces dotados de una imaginación tan viva, que hacen dudar si son delincuentes o víctimas”, comienza un artículo del diario Unión Provincial en 1900.
Un periodista le preguntó a un ladrón por qué robaba. “¡No sé!...”, respondió el hombre. “¿Y si le hubieran pegado un tiro?”, inquirió el periodista. La respuesta conmovió al hombre de Unión Provincial: “Me hubieran hecho un gran favor… Para qué sirve el cuero señor?”
Poeta, el periodista interpretó esa respuesta: “Una tristeza infinita invadió de pronto el rostro del ratero, como si en el fondo de su cerebro se hubiera despertado un recuerdo lejano. ¡Quizás el eco de los primeros besos que recibió cuando niño en el regazo maternal o la silueta inolvidable del rancho triste, perdido en el desierto, donde su anciana madre esperaba noche y día la vuelta del hijo pródigo!... ¡Encierra tantos misterios el cráneo de un criminal!”
La conversación continuó, y el caco le explicó al filósofo-periodista: “Los periodistas sólo ven las pilchas por fuera, las viera del lao de adentro, señor!... El hombre que roba una vez se desgracia para siempre! No crea que se regenera así nomás!... Yo he querido trabajar, pero la policía no me deja. Supóngase que salgo ahora en libertad -¿dónde voy?- Caminaré 4 o 5 cuadras a lo más y me volverán a prender”.
El ladrón explica que a veces lo tomaban preso “por las dudas que vaya a robar”. “Tampoco me puedo ir, porque a donde quiera que vaya me arrestarán aunque lleve la santa intención de ganarme la vida honradamente. Yo antes creía, que cuando se cumple una pena, el hombre había purgado su delito ante los ojos de la ley, pero ahora me he convencido de que no es así: el que roba una vez es ladrón para toda la vida y nunca termina de cumplir la condena. ¡Ah, ustedes no saben lo que es eso señor, muchas veces dan ganas de llorar y algunas hasta de morirse para no sufrir más!”, dijo.
El periodista se despidió, “pensando amargamente si no se estaría cometiendo un crimen con tenerlo encerrado”.
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