Estaba terminando también el segundo año de gobierno de José Gálvez y ya se empezaba a pensar en el sucesor. Decía que la provincia estaba “entregada a la arbitrariedad de un gobernador que hace política personal y convierte la autoridad en instrumento de sus planes ambiciosos, no hay día en que no tenga que deplorar algún acto atentatorio, alguna medida caprichosa del señor Gálvez”.
Para La Revolución, el gobernador “se ha convertido en agente supremo de candidaturas y de elecciones y por Cristo que desempeña su rol a maravilla. No podía reclamársele ni más actividad ni más celo, ni más abusivo empleo de los grandes medios que el mando pone en sus manos. Su patrocinado debe estarle profundamente reconocido y si no lo estuviera sería un monstruo de ingratitud”.
En aquel tiempo, como hoy sucede en el país, la sucesión era a dedo. Gálvez había elegido a Juan Cafferata como sucesor y el periódico decía: “El señor Gálvez habráse dicho: ‘Quiero que triunfe el amigo Cafferata, porque es de casa y porque es el candidato que más me conviene, y ha de triunfar, a fe de Gálvez, por algo soy yo el gobernador de Santa Fe’”.
Las maniobras de Gálvez eran variadas: “el gobernador de Santa Fe, que es hombre que cumple lo que promete y que no siente los menores escrúpulos en materia de deberes administrativos cuando se trata de servir a un allegado, se ha puesto en campaña con una diligencia y un entusiasmo dignos de causa mejor. Desde entonces se mezcla activamente o deja sentir su influencia en las maniobras cafferatistas; desde entonces asiste a las reuniones electorales y pronuncia fervientes discursos en alabanza y recomendación de su ministro. A quien no ha vacilado en proclamar su candidato en declaración pública; desde entonces ha comenzado a valerse de los recursos extraordinarios que le ofrece su posición oficial, a favor de la causa que patrocina y defiende”.
0 comentarios:
Publicar un comentario