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Un santo contra la inundación

Cuando no existían las radios para pedir ayuda, ni tampoco para dar consejos absurdos como los diera Marcelo Álvarez en 2003; cuando los ingenieros hídricos no tenían cabida en la ciudad, el modo de contrarrestar las crecidas del Salado era sacar a pasear santos.

Esta historia trata de una crecida del Río Salado, o Juramento, como se llamaba en los años de la Confederación.

Esta inundación se produjo en algún momento entre los años 1857 y 1862, en que Lina Beck-Bernard vivió en Santa Fe.

Sin precisar la fecha, la escritora cuenta que durante nueve días las lluvias torrenciales que habían caído en Corrientes hicieron que el Río Paraná creciera con mucha rapidez y que sus aguas hicieran desbordar el Salado, inundándose muy pronto los campos bajos y todas las islas.

La ciudad de Santa Fe se ve amenazada en los barrios ribereños. Entonces, sin ingenieros ni radios por las que recomendar cosas absurdas, hacen lo que se acostumbraba en una ciudad profundamente religiosa. Sacan a pasear la imagen de Santo Domingo y la llevan con gran pompa hasta la orilla del río. Sin embargo, las aguas suben un metro más. Santo Domingo se desacredita, la gente pierde confianza en la influencia que pueda tener como santo de primer orden.

Al día siguiente llevan en procesión a San Jerónimo, con grandes ceremonias hasta las playas inundadas. Lina preguntó a su vecina doña Dolores el motivo de la sustitución: “es que Santo Domingo no sirve para nada y ha habido que recurrir a San Jerónimo, que después de todo es el patrón de la ciudad y bien puede hacer algo por ella”, responde doña Dolores.

Tampoco San Jerónimo hizo nada y empezaron los novenarios. El agua continuó subiendo. Pasaron 15 días, cesaron las lluvias y el Paraná arrastró el exceso de aguas.

La que salvó el honor de todas las imágenes fue la virgen del Carmen: conducida a la ribera, vio cómo las aguas se alejaban con rapidez.

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