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La causa de todos los males en Santa Fe

Hay explicaciones de todo tipo y para todos los gustos. Lina Beck-Bernard, europea afincada en Santa Fe entre 1857 y 1862, describía a la ciudad como abandonada. Decía que las construcciones comenzaban en esos años a caer en ruinas, que las arboledas y plantaciones aparecían derribadas o comidas. Decía también que esas moradas, donde hasta hacía no mucho tiempo reinaban el orden, la riqueza y la abundancia, eran campos de ruina, y ofrecían un aspecto desolador.

Lina Beck-Bernard investigó el por qué, y lo descubrió. La culpa del mal estado de la ciudad había sido la libertad de los esclavos decretada por la famosa asamblea del año 13.


Aquella libertad fue dada paulatinamente: los esclavos casados debían continuar sirviendo a sus patrones por diez años, pasado lo cual quedaban libres ellos y sus hijos nacidos antes de 1813. Los hijos nacidos durante esos diez años estaban obligados a servir las mujeres hasta cumplir los 18 años y los hombres los 20. También se podía comprar la libertad, pero después daremos cuenta de ello.


Todo muy organizadito. Pero en Santa Fe los ingratos esclavos se fueron apenas se cumplieron los 10 años. Con esos hombres, dice Lina, se fueron los brazos bien ejercitados y los artesanos, carpinteros, cerrajeros, albañiles, labradores, etc.


Si hasta ahí era un caos, analiza Lina, peor fue cuando llegó el general Urquiza y con él se les ocurrió a los constituyentes escribieron: “En la Nación Argentina no hay esclavos: los pocos que hoy existen quedan libres desde la jura de esta Constitución; y una ley especial reglará las indemnizaciones a que dé lugar esta declaración. Todo contrato de compra y venta de personas es un crimen de que serán responsables los que lo celebrasen, y el escribano o funcionario que lo autorice. Y los esclavos que de cualquier modo se introduzcan quedan libres por el solo hecho de pisar el territorio de la República”.


Por supuesto, esto “perjudicó gravemente a los propietarios”, decía la europea.


Los negros, según ella, son “inclinados a la pereza, de poca iniciativa y, aunque no desprovistos de inteligencia, mal dispuestos a ejercitarla”.


Una última anécdota. Las medidas constitucionales produjeron que una dama que hasta esa mañana era propietaria de 30 o 40 sirvientes, se vio obligada a trabajar ¡ella misma! en la cocina por la noche para prepararse el sustento y otro estanciero, en cuyas chacras trabajaban hasta 100 esclavos, se encontró solo y abandonado por sus peones, de un momento a otro.

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