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Calor

Todos los veranos me quejo de lo mismo, y voy a seguir haciéndolo. Siempre reprocho a mi abuelo haber elegido para asentarse este lugar que siglos antes eligieron Lázaro del Pesso, Arias de Mansilla, Diego de Santuchos, Bernabé Sánchez y Jerónimo Rivarola. Es lo que hay y quejarse todavía es gratis.

Igual, en estos días de reposo obligado, escuchaba hace unos días a un señor que trabaja en una radio entrevistando a un meteorólogo, casi suplicándole que diga que nunca cosas así habían pasado en la ciudad, que nunca había hecho tanto calor, etc. etc. Pero el hombre no le dio el gusto, de testarudo que es nomás.

La cosa es que calor en Santa Fe, hubo siempre. Veamos reacciones del periodismo ante la normalidad en Santa Fe, en distintos tiempos:

A las 11, suicidio (diciembre 1929)

Llegado el verano de 1929 el diario El Orden relata los pensamientos de un ciudadano cualquiera de Santa Fe. Comienza a padecer a las 9 de la mañana; agrava su malestar a las 10; piensa en el suicidio a las 11, pero decide finalmente rehusar su almuerzo a las 12 y a las 13, después de soplar y resoplar abandona la siesta. “Después vino el desfile de las horas feroces”.

Cuando ocurren estas cosas, el victimado debe preguntarse: ¿Es realmente necesario tal exceso de temperatura?... Y la utilidad del verano se aparece remota y discutible.
Los refugios para el calor (diciembre 1930)

El mismo diario dedica una nota a describir los padecimientos de un santafesino un año después, luego de sufrir 31° a la sombra, según lo había registrado el Observatorio del Colegio de la Inmaculada Concepción.
Durante la tarde, dice “el bochorno arreció en forma tal, que la vida se hizo casi imposible”.

Una ola de fuego, pesada y pegajosa, había invadido la ciudad, convirtiendo a los míseros mortales en un estropajo retorcido y destilando agua por todos los poros…
Los “cafés”, los “bars”, y las confiterías, fueron durante ese día, el precario refugio, para los que disponiendo de unos centavos, encontraron en el consuelo de un ventilador o de un “chopp” ese paraíso artificial que suponen esos establecimientos.
Los demás, los eternos “patos” sólo debieron conformarse, a la caída de la tarde, con hacer una incursión por el Parque Oroño y Avenida de los Siete Jefes, “el pulmón de la ciudad”, en busca de un poco de aire y de las áureas de la Laguna Setúbal…
En la madrugada, la lluvia llevó frescura y hasta optimismo a la ciudad. Pero el paisaje estaba transformado, Santa Fe parecía “ahogada”, “tal los grandes y extensos lagunones que se han formado en distintos barrios, cuyos moradores deben hacer milagros de equilibrio para poder sortear el peligro y las incomodidades que esa situación les ha creado”.

Imposible vivir (marzo 1931)

El asfalto desprendía fuego por aquel marzo y esto hacía “poco menos que imposible la vida”. Y el suministro de agua, único alivio al alcance de la mayoría de los vecinos, había sido defectuoso.
Ha escaseado el líquido elemento y a ciertas horas y en ciertos barrios ha faltado. Demás está decir que la queja de los vecinos las encontramos bien justificadas. Hay que mejorar entonces ese servicio haciendo lo posible para que no falte en ningún momento el agua. (…) Santa Fe es una ciudad progresista y debe contar con servicio públicos perfectos, que no fallen y que no den lugar a protestas.
Una broma (enero 1934)

“Resulta una broma demasiado pesada esta de la ola de calor”, titula una de varias notas un caluroso día de enero de 1934 el diario El Orden.

El pintoresco primer artículo describe cómo se viven los días de calor en distintos países del mundo, a los que anteriormente se había tildado como exagerados en sus quejas. Así, en Estados Unidos, las muchedumbres huían “hacia las playas o los parques, consumiendo cantidades inverosímiles de refresco de chufa, de barras de hielo, de energía eléctrica para ventiladores o de pantallitas de mano, entre las clases menos pudiente”.

En Berlín, Munich, Zurich y Hamburgo, se había roto los récords de consumo de cerveza. En París “parte de la población se había posesionado de las mesitas de los boulevards y no quería abandonarlas por nada del mundo, mientras la otra parte, atacaba furiosa a los que estaban ya sentados, locos los atacantes por conquistar un lugar en donde tomar un refresco”. En Madrid, por su parte, “la gente perseguía ansiosa a los frescos, implorándoles por caridad, permiso para estar al lado de ellos. Y los frescos cobraban por derecho de vecindad a sus personas, como es natural”. En Portugal “la gente no quería entrar, ni gratis, a los teatros” y en Italia “estuvo en peligro el poderío del Duce, porque sus discursos eran demasiado fogosos…”

Y en Santa Fe, un periodista:

Sentados entonces (en tiempos donde no había olas de calor) frente a nuestra máquina de escribir, humeante el cigarrillo al alcance de la mano, bien abrochada la camisa y anudada la corbata. Impecable el peinado, plácido el rostro, sereno el temperamento podíamos dedicarnos, en la redacción, a la tarea de ganarnos la vida, sin necesidad de pronunciar demasiadas palabrotas.
Quien nos hubiera visto entonces y nos viera en esta tarde de enero de 1934, tecleando a la bartola, desgreñados y furiosos, tendría la mejor oportunidad de su vida para convencerse de que, dentro de cada uno de nosotros hay dos personalidades.
Una para los tiempos normales y otra para las olas de calor…

Es que por esos días había unos 41º a la sombra. El articulista dejó escritas, bajo esa tórrida temperatura, algunas “ocurrencias”:

Vivimos deseando que llueva. Este deseo se ha hecho obsesión en todos nuestros sentidos. De pronto, en medio de la modorra que nos domina, oímos un ruido que hace que nos incorporemos alborozados. ¡Llueve!
Salimos al patio y un sol radiante parte todas las cosas. Pero el ruido que nos hizo creer que llovía, continúa. Investigamos rápidamente lo que sucede, y resulta que nuestra mujer está haciendo un huevo frito…
***
(…) El color tradicional de la esperanza es el verde. En estos días la esperanza es gris, blanca o negra. Del color que sea la pequeña nubecita que alcanzamos a divisar en el horizonte.
***
Los literatos, cuando quieren hablar de las horas difíciles de la vida, se refieren a los días sin sol, a los densos nubarrones…
¡Qué saben ellos de estas cosas!
***
Un gran negocio: comprar termómetros en invierno cuando bajan y venderlos cuando suben.
Sube el consumo de hielo (septiembre 1944)


Ya lo sabemos, el calor a Santa Fe llega en cualquier época del año. Para fines de septiembre de 1944, la temperatura rozaba los 42°. Y además, viento norte.

El calor, unido a la molestia del viento y de la tierra, provocó, como es natural, el afán de refrigeración. Los ventiladores, con el fin de brindar facilidades para el trabajo a los empleados y al público, fueron puestos en marcha.
Las fábricas de hielo aumentaron la producción y subió el consumo en los despachos de bebidas frescas y cerveza.

Pero la producción de hielo no alcanzó, pese a que por esos días se elaboraron unas 10.000 barras en todas las fábricas de la ciudad.

El consumo de agua fue otro tema. Las recomendaciones que en ese entonces hacía Obras Sanitarias de la Nación de restringirlo, cayeron en saco roto. “Los baños de lluvia, en espera de alivio, fueron frecuentes en todas las casas. Abstenerse del baño, aún para los pocos refractarios que todavía existen, equivalía a un acto de heroísmo”.

También se multiplicó la cantidad de personas que, caído el sol, se instalaron en las veredas.

Con profusión de sillas, sillones y hasta con mesas, familias enteras pasaron largas horas frente a sus casas. En las plazas públicas y en los parques, en general, no se observó mayor afluencia de público. Las veredas, entre otras, ofrecen a los contertulios, la ventaja de usar vestimenta ligera, de saborear unos males o para que circule de mano en mano la jarra de agua con limón.
Un verano peronista (enero 1948)

41º 6 en el segundo día del año 1948. Como un horno gigantesco es descripta la ciudad.

El Orden se apiada de los santafesinos, pero especialmente de los trabajadores:

Si el ciudadano común se sentir aplastado por ese aire de fuego ¿qué decir del obrero cuyas ocupaciones lo obligaban a trabajar bajo los ardientes rayos del sol? Viéndolos ayer dedicados a sus tareas habituales, con estoica serenidad, esos hombres que diariamente contribuyen con la fuerza de su brazo a forjar la grandeza de la nación, se nos antojaban verdaderos héroes quemando sus energías ante el altar de la patria. Afortunadamente ha llegado para ellos el reconocimiento del Estado por intermedio de la figura redentora del general Perón, que llevando el bienestar económico a sus hogares le permiten resarcirse de esos y otros sacrificios, que hasta hace poco no recibían ninguna compensación, porque quienes los explotaban habían perdido toda conciencia de humanidad, endurecidos sus corazones por la fiebre del oro.
Por si fuera poco, agrega en el pie de una foto de un trabajador realizando sus labores al sol:

TRABAJANDO BAJO UN SOL DE FUEGO. – Para este obrero y para todos los que trabajaron ayer en condiciones similares, los 41 grados 6 décimos no fuero obstáculo para que, a fuerza de brazo, siguiera forjando la grandeza del país. Verdadero héroe anónimo, este modesto trabajador suscita, pala en mano, bajo un sol de fuego, la admiración de todos los que saben comprender el valor del esfuerzo proletario, recién compensado en los últimos años por la labor del redentor de los argentinos humildes, general Juan D. Perón.
Sequía (noviembre 1955)

Finalizando noviembre de 1955 es El Litoral el que se ocupa del calor que, con una máxima de 40º3 había padecido la ciudad.

La gente se movilizó desde temprano hacia balnearios y clubes para mitigar la ausencia de su balneario más popular: Guadalupe, afectado por una gran sequía.

Las corrientes populares se vuelcan en otras direcciones y una afluencia extraordinaria de público se registra en El Quillá, la playa del Club de Regatas en las márgenes del Salado de la vecina villa de Santo Tomé y en las piletas de Unión. Gimnasia y Esgrima y el Ateneo del Colegio Inmaculada. La verdad es que son tan amplios y tan cómodos estos lugares de expansión frente a los cauces de agua que aquella paralización transitoria del balneario de Guadalupe tiene solamente su repercusión en lo que representa de incomodidad para los habitantes de la zona norte del municipio, obligados a buscar en la parte sur y en las piletas de las entidades deportivas el contacto con el agua.
Después de “Hacha Brava” (enero 1968)

Fue a principios de esa década cuando el intendente Ramón Lofeudo se ganó para siempre el apodo de “Hacha Brava”, al talar la arboleda de la Avenida Freyre.

Para ese enero, El Litoral decide entrevistar al veterano periodista Antonio Zamboni, recordado por llevar en sus libretas los apuntes de toda su carrera periodística. De ellos concluye: “Claro que ha cambiado el clima de Santa Fe, seguro y se ha vuelto más caluroso…”.

Algunos santafesinos no se olvidan de maldecir a Juan de Garay por el sitio que eligió para levantar la ciudad –apunta Zamboni--, pero, claro está, él tenía otros motivos de mayor importancia como para pensar en los problemas que habría de significar, para las futuras generaciones, esa zona extremadamente baja, donde proliferan los mosquitos y otros insectos igualmente molestos”.
El aumento del parque automotor, los planes de pavimentación y la modernización en general llevan a Santa Fe, según el diario, a producir más calor, con lo que Santa Fe “parece condenada a temperaturas que se irán elevando implacablemente con el correr de los años. A no ser, claro está que se adopten algunas medidas de fondo tendientes a mitigar estos rigores. Que no es precisamente lo que se está haciendo en la ciudad”.

Resulta particularmente exótica la posición que sustentaron las autoridades municipales de nuestra ciudad de diez años a esta parte: poda de árboles aduciendo modernizaciones y remodelaciones de calles y paseos públicos, transformación de plazas en jardines seudo ingleses. Tanto Zamboni como los técnicos consultados en la Dirección de Bosques (repartición del Ministerio de Agricultura y Ganadería) y en general la mayoría de la población, coinciden en destacar el insólito ensañamiento, la “furia arboricida” que se ha desatado en la ciudad en la última década, colocando al árbol en un rol de “enemigo indeseable” que estiman absolutamente injusto.
A dormir afuera (enero 1977)

El centro de la ciudad aparecía desierto en la foto que ilustra la nota de El Litoral referida a las altas temperaturas en 1977.

El agobiante calor se combatía huyendo: hacia las piletas de los clubes y las playas de Guadalupe, del Parque del Sur, laguna Bedetti, Sauce Viejo, Rincón, Santo Tomé y Colastiné.

Luego de la refrescada, llegaba la hora de las heladerías, bares, confiterías y parrilladas al aire libre.

La helada cerveza, corrió por litros y las “picadas” –compañeras inseparables desde antaño en similares jornadas—recordaron a muchos en un amago de engañarse de la temperatura reinante, que “calores eran los de antes”.
Por su parte, las parrilladas en la Costanera y Santo Tomé no dieron abasto y fueron hasta altísimas horas de la noche refugio para quienes poder dormir era casi imposible.
El último recurso para muchos fue el sacar los colchones a la terraza y dormir bajo un cielo estrellado y una temperatura que apenas aflojó a la madrugada.
Aquellos días, volvieron antiguas prácticas, algunas de las cuales siguen en vigencia: la cerveza y las picadas, porque, sencillamente, corresponden. Los colchones al patio, porque si en aquel tiempo el ventilador era un artefacto de lujo, hoy, que ya no alcanza, sin energía eléctrica no hay cómo hacerlo andar.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Santa Fe es una de las ciudades mas calurosas del pais!!...despues de haber visitado muchas partes del pais lo puedo asegurar, aqui en rosario hay dias terribles pero Santa Fe es el infierno.

 
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