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Lejos de San Valentín

Para curar un mal desconocido, un médico recetó a una mujer santafesina, en 1897, un “casamiento inmediato”. El matrimonio no funcionó y la joven, enamorada de otro, fue a parar a la cárcel por infidelidad.

En enero de 1900, el diario Unión Provincial publicó una historia de amor-desamor que se había iniciado en 1897. En una estancia cercana a la ciudad, enfermó gravemente la joven Rosa Degrange. El médico, no hallaba forma de curarla y, según explica el periódico, “ante la impotencia de la terapéutica”, no se le ocurrió mejor cosa que “recetar un casamiento inmediato”.

Obviando el pequeño detalle de la receta médica, el tutor de la chica, que no tenía novio, llamó al capataz y le dijo: “Es necesario que te casés mañana mismo con Rosa”; el muchacho, ni lerdo ni perezoso, respondió: “Como usted mande patrón”.

Parece que el remedio funcionó, porque Rosa se curó, pero marido y mujer se hicieron enemigos irreconciliables. El diario señalaba que la esposa “desdeñaba a su marido y éste se había encaprichado en que lo había de querer”.

Un tiempo después, Rosa conoció a Andrés Ramírez y se enamoró perdidamente de él. Así continúa la crónica de Unión Provincial:

Comprendiendo los amantes que el capataz era un estorbo para su dicha, decretaron su expulsión del hogar. Y así sucedió, una tarde que volvía del trabajo el infeliz marido, encontró la vivienda ocupada por la pareja infiel.
El esposo, del que no se da el nombre, era una buena persona. “Otro en su lugar”, dice el diario, “hubiera cometido un homicidio salvaje, pero se conformó con llevar su queja a los tribunales”. Y el juez, “encontrando causa suficiente” decretó la prisión de los amantes, sometiéndolos antes a un careo “con el esposo ofendido”. (¡!)

El periódico reproduce parte del diálogo del careo.

El capataz decía, llorando a su mujercita: –Vente conmigo… yo te perdono (¡!).

– No, no voy. Prefiero mil veces ir al asilo. Si querés buscate a otra y yo me voy con Andrés.

El juez intentó convencerla: “¿Por qué no va usted con su marido?”. “¿Mi marido?... ¡Qué más se quisiera!”, respondió ella. Y el juez insistió, severo: “Usted no puede rechazarlo”. Rosa casi suplicó: “¡Qué empeño en que he de ir con él si no lo quiero! ¿Por qué no me han de dejar vivir con mi Andrés, que me hace tan feliz?

El juez dio por terminado el caso, al no poder “arrancar del cerebro de esa mujer la imagen del amante”.

Rosa fue depositada en el asilo del Buen Pastor, Andrés en la cárcel pública. Y la que sigue es la curiosa conclusión de Unión Provincial: “El marido volvió tristemente a su hogar pensando que tenía la misma edad de Cristo y que quizás por eso lo habían crucificado”.

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