En 1930, se produjo uno más de tantos femicidios en Santa Fe.
La palabra no existía aún, pero los crímenes “pasionales” como se llamaban
entonces conmovían a muchos como hoy. En este caso, el asesinato se produjo por
los celos de un hombre, quien según un diario, estaba poseído por el espíritu
del Erdosain de Roberto Arlt. De la víctima sólo sabremos su nombre y que, tal
vez, engañaba a su esposo. De ella, nada más.
El viernes 21 de febrero de 1930 un hombre (Juan Retamero
según El Litoral, Juan Retamer, según El Orden) mató a su esposa (Teresa Lentch
según el vespertino, Lench según el matutino).
El drama se produjo en el barrio Barranquitas, en Pedro
Centeno, a pocos metros de López y Planes. Juan, de 33 años, vivía allí con
Teresa, de 43. Además de su hogar, funcionaba allí un almacén y despacho de
bebidas. Aquella noche, marcaba El Litoral, alrededor de las 20 horas, “una
victrola dejaba escapar las notas de un disco de actualidad. Varios clientes se
habían dado cita, y entre copa y copa, festejaban el rato de tertulia que
transcurría. Los clientes eran atendidos por la señora de Retamero, cosa esta
que mucho agradaba a los parroquianos”.
El Litoral, 21 de febrero de 1930 |
La situación, consigna el matutino, provocó varias discusiones e incluso algún “castigo” del hombre a la mujer.
Pero aquel jueves, a las 23.30, el almacén se vació y muy rápidamente, los vecinos sintieron gritos de auxilio. Luego, se apagó la luz.
Según El Litoral, el casillero del Ferro Carril Santa Fe dio cuenta del altercado a la policía. Cuando los agentes llegaron, un hermano de Retamer/o aseguró que el matrimonio se había ido a dormir. El comisario Barrios, luego de insistir llamando a la puerta, ordenó dejar una consigna en la vivienda, para detener al hombre apenas saliese. Para El Orden, esta situación provocó un airado artículo titulado La policía pudo evitar el brutal asesinato con solo intervenir oportunamente. Destacó el diario que el comisario “se mandó mudar”, mientras que “la infeliz mujer era asesinada a puñetazos en una forma salvaje, en medio de atroces sufrimientos, y pidiendo inútilmente que la socorrieran y salvaran de aquel martirio”.
El Orden, 22 de febrero de 1930 |
El asesino, dijo El Litoral, estaba convencido de que su mujer lo engañaba. “Posiblemente los celos le hacían ver cosas que no ocurrían, aunque también se le adjudica a la víctima una serie de antecedentes dudosos”, aclaraba el diario. El título de El Orden habla por sí mismo: Como en el drama de los Borgia una mujer adúltera purgó con el tributo de su existencia la traición hecha al marido.
Ninguno de los dos
diarios justifica, a esas alturas del siglo, el asesinato de la mujer. Sin embargo
poco y nada sabemos de ella, más que probablemente –sólo probablemente– era
adúltera.
A El Orden, el crimen le repugnaba: “Este hombre que mató a puñetazos a su compañera infiel, no es un hombre. Es una hiena... Y una hiena todavía sentiría repugnancia de su crimen.... Este hombre desfiguró el rostro de la que debía ser su compañera de toda la vida, ultimándola bárbaramente con sus puños, nos irrita”. Y se compadecía de Teresa: “Pecadora como aquella Magdalena a quien perdonó Jesús, Teresa Lench ha purgado para siempre su delito con el tributo inestimable de su vida. Murió por su propia pasión... La mancha del honor ha quedado definitivamente lavada. El bestia debe estar satisfecho de su gesto”.
El Litoral, por su parte, decidió llevar la literatura a su
crónica realizando un paralelismo entre Remo Erdosain, el personaje de Los
siete locos, que había sido publicada por Roberto Arlt pocos meses antes, y
Juan Retamer/o.
Llegó al almacén, borracho de alcohol y celos. Lo mataban. Le iban royendo el alma, y alguna vez sin duda pensó con el fatalismo de Erdosain, aquel títere que Roberto Arlt ha hecho vivir en un libro fuerte.–Yo la mataré– habría pensado alguna vez y habría repetido para contestarse.–Sí… Me engaña… La mataré.Y el alma de Erdosain, el fatalismo de Erdosain, se fue infiltrando en Juan Retamero. No se habría explicado los versículos de la biblia, porque su entendimiento no era tan claro como el de Erdosain. Pero su dolor era el mismo. Tenía celos. Sentía odio por los demás, que querían arrebatarle a su mujer.Y ella, o lo engañaba o no lo comprendía. A lo mejor era como la mujer de Erdosain. No se había ido, pero se iría.Y entonces, ante el temor de perderla, prefirió terminar. Pasó la noche, agobiado, insensibilizado y el sol lo despabiló. Después se entregó a la policía.
De Teresa, nunca se
supo nada.
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