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La importancia de zurcir calzoncillos

El desquicio de la economía familiar era culpa las mujeres, pocos años después del centenario. Derrochaban su dinero en mucamas y ya no demostraban su amor cosiendo la ropa interior de su esposo. El varón tenía también su cuota de responsabilidad: era incapaz de usar su autoridad para frenar a la mujer, aunque también debía evitar el despilfarro.

Después del centenario de la revolución, este país estaba algo desquiciado, y aparentemente por culpa de las mujeres. Por eso, un grupo de damas de la aristocracia porteña lanzó, en 1914, un manifiesto a las señoras argentinas, “invitándolas a la vida del hogar, de acuerdo con las enseñanzas que las antiguas matronas de nuestro patriciado les legaran”, publicó el diario Santa Fe.

“En efecto, las madres argentinas de 50 años atrás no hacía
n uso de las modistas sino por excepción. Las horas tranquilas de su vivir sencillo, las pasaban enteramente dedicadas a las labores propias de su sexo”, decía esta información bajo el título “Un bello gesto”.

Continuaba la nota señalando que “una dama distinguidísima de S
anta Fe, esposa de gobernador y madre de diputados y ministros, nos decía cierta vez, sin jactancia pero con la satisfacción del deber cumplido: mi esposo jamás usó ropa interior que no fuera confeccionada por mis manos”.

“Con sus esclavas, primero; con sus sirvientas, después, todas ellas eran laboriosas abejas que mantenían el hogar en pie, casi sin gastos; y en las horas de penuria, entonces como ahora frecuentes, no las asustó ninguna estrechez, porque sabía vivir sin lujo y entretener la casa con sus propias labores, sin más auxilio que sus manos”, rememoraba el periodista con nostalgia.

“No cabe pedir tanto a la sociedad actual. Disipamos demasiado la vida para que nuestros hogares sean aquellos viejos templos de las virtudes espartanas; pero si cabe reaccionar contra la vida inútil y callejera de hoy, que no concede al hogar otra cosa que las horas del dormir y del yantar”.

Pese a esto, el periodista suponía que “nuestras mujeres”, en el fondo, eran “honestas y buenas”, por lo que quizás pudieran volver a realizar esas “labores menudas que hoy se entregan a manos mercenarias”, elevando al máximo los presupuestos domésticos.

Pero la culpa no es sólo de las mujeres. El hombre tiene lo suyo ¡por cobarde! “El hombre, a pesar de su gesto varonil y de su empaque dictatorial, es constantemente un cobarde. No se atreve, de cien veces noventa, a decir amorosamente a su mujer que despida a su modista, y que no hay lencería tan bonita como aquella que sus manos labora. Y la mujer inobservada pierde la sensación de la realidad, se hace gastadora y no ve que por esos caminos marcha a su perdición y a la de los suyos”.

El varón, por supuesto, debe dar el ejemplo. Debe dejar de lado la confitería y usar el coche sólo excepcionalmente. “Es así, volviendo a la vida modesta, a la vida de hogar, al calor de la casa, a la labor sana y redentora como puede cruzarse la zona de fuego de las crisis sin gritos de dolor y sin suicidios físicos o morales. Aplaudimos sin reserva el bello gesto de las damas patricias de Buenos Aires y lo ofrecemos como incentivo a nuestras buenas, a nuestras lindas, a nuestras cariñosas mujeres”, concluye el periodista.

Foto: Banco de Imágenes Florián Paucke

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