“Mío es el mundo como el aire libre… otros trabajan porque coma yo…”, es el título de una nota aparecida en el diario Nueva Época en la década del 20. Se trata de un artículo en donde se pretendía desmentir la pobreza de los pobres santafesinos.
Decía que “la plaga de la mendicidad callejera” había evolucionado hacia una actividad legal. “Actualmente el pordioserismo en Santa Fe es un comercio tan bien organizado o quizás mejor organizado que el del ramo de especies comestibles”.
Los mendigos de ambos sexos no imploran la caridad pública. La exigen como aun diezmo que las gentes duras o blandas de corazón deben oblar si no se quieren evitar un mal rato.
—Necesito comer, señor, me estoy cayendo de debilidad dice un sujeto que viste un buen saco montañac con ribetes de trencilla negra y calza unos excelentes botines de elásticos.
El interpelado mira al postulante con abiertos deseos de pegarle, pero hay gente, se intimida pensando en el espectáculo que armará aquel si le niega un tributo y, en vez de un garrotazo le da una moneda. El mendigo saca su monedero, coloca allí la pieza cobrada, enciende un pitillo encerando la extremidad de que debe chupar, con el fósforo y se pierde entre una nube de humo y otra nube de admiración.
Los ejemplos abundaban, y así lo escribe Nueva Época y sugería: “El gobierno, si por los medios que tiene a su alcance no consigue disminuir las legiones de traficantes de la sociedad, debe ir pensando al menos en gravar el comercio de la mendicidad con un fuerte impuesto ya que la situación de ese gremio es notoriamente desahogada. Hay mendigos que están en situación muy próspera. Conocemos a uno que hasta hace poco hacía rodar por las veredas una ataxia algo misteriosa precedido de un organillo que tosía en cada esquina de una polka saturnal. Actualmente el hombre recorre nuestras calles a bordo de un cómodo cochecito construido con materiales de primer orden y tirado por un “poney” que parece proceder del Talar de Pacheco o del aras Chapadmalal. Sirve de palafrenero al inválido un robusto mocetón quien resueltamente sacude con energía los llamadores en cada puerta y recoge el óbolo del mismo modo que un alcabalero antiguo embolsaba en nombre del fisco el tributo para el César”.
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