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Venéreas en el Chaco Santafesino

Costumbres de los pueblos originarios fueron cuestionadas por los conquistadores. Las matanzas justificadas. Los problemas de salud que afectaban a los habitantes del Chaco Santafesino, explicados por encontrarse ellos fuera de la moral “occidental y cristiana”. La solución en manos de los que provocaron el problema. Este rostro, fotografiado un año antes del informe al que se refiere este artículo, lo dice todo...

El tratamiento a los aborígenes (del latín ab: desde, y origo –inis: origen. “Originario del país donde habita) ha sido desde hace más de 500 años el mismo. Ya hemos dado cuenta aquí de cómo fueron observados por la historia oficial de nuestra provincia. De hecho, las fotografías que ilustran este post son propiedad de la provincia: estampas curiosas de nuestro pasado.

El “espíritu de época” fue, como casi siempre en Santa Fe, acompañado desde el discurso periodístico.

A mediados de 1929 el diario Santa Fe publicó y reflexionó acerca de un informe del médico del Dispensario Provincial de Tartagal, Dr. Rolf Klemensicwicz.

El llamado Chaco Santafesino, se decía por entonces, vivía casi en estado de naturaleza; no había penetrado en el lugar la cultura y era casi un apartado de la civilización argentina. Pero jamás supusieron los periodistas de ese diario que el atraso fuera tan intenso y tétrico.

Según el informe del médico, “esa población vive en estado mágico. Tiene supersticiones primitivas, cree en el hechizo, no conoce la higiene, la mujer ignora el pudor, siendo muy raro el tropezar con personas que sepan leer y escribir. Hombres, mujeres y niños coexisten en promiscuidad. La mujer es de cualquier hombre que la necesita. El matrimonio es harto escaso. Se ignora el concepto de familia. Esta libertad salvaje ha ido generando enfermedades venéreas, las plaga de aquella región, hasta el punto que es bien difícil hallar a una mujer u hombre libre del contagio”.

Veinte por ciento de la población estaba afectada por enfermedades venéreas, aseguraba el médico y pese a una intensa campaña de profilaxis que se realizaba desde un año antes, no había resultados “a causa de la suma ignorancia de la población. Lo que el médico hace lo deshace la costumbre”. Jóvenes de 15 años que han tenido blenorragia tres veces, o niñas de 10 o 12 años con esa misma enfermedad.

La razón, según el médico, era la superstición: abundaba la creencia en el hombre de que poniéndose en contacto con una virgen, el mal desaparecía.

El médico, claro, no alude a los primeros portadores de las enfermedades transmitidas sexualmente; y mucho menos de quiénes fueron los primeros en “tomar” mujeres: niñas, jóvenes o ancianas.

La solución la iban a brindar, según el Dr. Klemensicwicz, los mismos que habían provocado el problema: los muy dignos occidentales y cristianos. Decía el doctor que al mismo tiempo que un médico, esas poblaciones necesitaban también un sacerdote, para que predique moral y enseñe la monogamia y la institución de la familia. “Sin una moral rígida que le enseñe el recato a la mujer y la conserve para el matrimonio legítimo, la medicina adelantará muy poco”, aseguraba.

El diario Santa Fe iba un poco más allá: el Chaco santafesino debía dejar de ser “uno de los focos infecciosos de la República, en perjuicio de la raza”, y para ello: medicina, religión y escuela. “Escuelas en que se instruya e iglesias en que se enseñe la verdadera moral del matrimonio”.

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