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¡Timba!

Fue inaugurado el casino después de décadas de oposición de algunos poderosos sectores de la ciudad y la provincia. Uno de los argumentos que se esgrimían era el “relajamiento moral” que el juego producía. Hoy, por la publicidad baila el periodista. Cuando esto no existía, no había tapujos para los medios en defenestrar la timba. Pase y vea.

Timberos
Una noticia muy curiosa apareció en los primeros números del diario El Orden, en noviembre de 1927.


El diario venía en esos primeros días llevando adelante una campaña contra el juego, a partir de una resolución policial que lo había prohibido. Y sin embargo, El Orden descubrió que en propio Depósito de Contraventores se jugaba a los naipes.


Siempre muy original en la escritura de sus notas, el cronista decía que “El ingenio y la casualidad han sido y seguirán siendo los padres de grandes inventos de que hoy se aprovecha la humanidad. Dentro de la relatividad de las cosas un recluido en Contraventores, un tal Jacinto Robitte, es también un inventor. Con cada inventor la humanidad contrae una deuda de reconocimiento. Con Robitte los pensionistas del Estado, que atrofian sus músculos y su cerebro en la inactividad de la reclusión, han quedado en deudas”.

Robitte, “con dedicación única”, había comenzado a coleccionar discos de cartón de los que servían para tapar las botellas de leche. Cuando tuvo una cantidad suficiente “ensayó sus aptitudes pictóricas, dibujando en la cara blanca de las “tapitas” las figuras de la baraja”.


Así, fabricó unas 40 cartas “y ya poseedor del único juego de naipes que existía en la reclusión sin haber entrado allí, cosa estrictamente prohibida y vigilada, Robitte se dio a explotar su invento”.


Obviamente la noticia corrió rápidamente entre los detenidos, y, como dice el periódico, el feliz poseedor del naipe, estaba “seguro de que por el bien común nadie osaría denunciar el hecho a la Alcaldía”. “Naturalmente, se tomaron precauciones. Varios “campanas” apostados estratégicamente tenían obligación de dar aviso, por medio de un signo convenido, de cualquier amago de peligro”.


“Las autoridades del penal, mientras tanto, venían observando reuniones sospechosas, y tras muchas tentativas para sorprender el móvil de esas reuniones, lograron sorprender a los tahúres con las manos en… las “cartas” y secuestraron los cuarenta cartoncitos pecadores”.


La nota lleva unas lindas fotografías, donde se ven algunas de las cartas: el 2 de oros, el caballo de copas y las sotas de espada y de bastos.


Timba de copetudos

“La timba del Jockey” es el título de una nota aparecida en el diario Santa Fe el 23 de abril de 1931.


Aclaraba que no hablaba de los jockeys, “esos eficaces factores del turf”. Hablaba del garito que funcionaba en el Jockey Club, “institución que debiera ser un centro de elegancia, de cultura y de buena sociabilidad, como lo era hasta no hace mucho”, decía.


“Ahora es sencillamente una timba popular, para todos los bolsillos y para todas las clases sociales”. Un único requisito para entrar en el otrora exclusivo club era “llevar algunos pesos en el bolsillo, hacer maniobrar las fichas en el monte con puerta y concurrir a llenar bien la bucha de quien o quienes explotan el ‘entretenimiento’.


El garito se llenaba noche a noche, a vista y paciencia de todos. En los comités políticos, donde también se jugaba pese a la prohibición, solían realizarse redadas o al menos intentarse, porque era común que llegara un aviso. “Pero en la timba del Jockey Club no parece existir ese peligro, tal es la libertad con que se manipulan naipes y fichas”, decía el Santa Fe.


“¿No hay nadie que vele un poco por la moral de la pacífica ciudad de Santa Fe? Porque de seguir así las cosas será cuestión de dejar de montear (cazar) hasta debajo de las carretas, según el decir popular. ¡Qué aliciente para las elegantes que solían concurrir a las recepciones!”

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