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Historias con la policía de la provincia de Santa Fe

Te invito hoy a leer algunas pequeñas delicias de nuestra policía de Santa Fe. Sus perspicacias, sus incursiones en la política, las evasiones carcelarias, sus abusos… Nada nuevo hay bajo el sol…

¡Mátenme por favor!
En tiempos de guerra, la pena de muerte es ley. Grandes fusilamientos pueblan la historia sangrienta de nuestro país.

Este relato está incluido en el libro de Lina Beck-Bernard “El Río Paraná. Cinco años en la Confederación Argentina, 1857-1862”.

El caso policial es más o menos así. Un vasco francés residente en Rosario había salido a comprar hacienda a Entre Ríos, para lo cual debía pasar por Santa Fe. Como era costumbre, se hizo acompañar por un baquiano, en aquellos tiempos de monte salvaje.

Palabra va, palabra viene, el vasco dejó entrever sus proyectos y el dinero que llevaba encima. El baquiano lo mató de varias puñaladas y se apoderó del cinto con dinero, del reloj y otras prendas y siguió viaje para Santa Fe.

Como algunos de los autores del robo al Banco Río, hizo alarde de su “riqueza”: se alojó en el mejor hotel, pidió que lo sirvieran bien, dejaba grandes cantidades de propina... La policía tomó nota de ese baquiano mal vestido que sacaba billetes y monedas por doquier.

Un día después, con el correo de Rosario llega la noticia de que había un cadáver apuñalado en el monte, al que le faltaba el cinto.

Detuvieron a nuestro baquiano y lo pusieron frente al cadáver. El hombre confesó no sólo ese crimen sino otros dos que había cometido en Córdoba. El juez de instrucción se horrorizó con esa jactancia y le preguntó cómo pudo hacer eso. El criminal le responde: “¡es que yo sé matar!”.

Fue condenado a muerte y aquí comienza otra historia. Grandes cantidades de vecinos se agolparon al lugar de fusilamiento. Colocan al reo en un banquillo de madera y con respaldo alto. El tipo se sienta y muestra serenidad.

A la voz de fuego, salen del pelotón seis tiros mal dirigidos que lo hieren en la mano, el hombro y la rodilla. Es el propio reo el que dice a la Guardia Nacional “Tiren otra vez”. La segunda descarga lo acribilla, pero ninguna bala da en la cabeza ni en el corazón. Maltrecho, el delincuente repite, con las pocas fuerzas que le queda: “tiren, tiren”. El comandante del pelotón se impacienta, arranca el fusil a uno de los soldados, se acerca a la víctima y a quemarropa le descarga un tiro en el corazón. El cadáver queda expuesto durante toda la tarde.

Vales voladores
Varios años después, y con la policía ya organizada orgánicamente, Simón de Iriondo manifestó en un decreto la necesidad y el deber del gobierno de regularizar la administración para evitar abusos.

Así, el 5 de setiembre de 1878, 14 años después de la creación de la policía, decretó que ningún jefe u oficial de la gendarmería o comisario de la policía podía otorgar vales a favor de proveedores sea por carne, vicios de entretenimiento (sic), leña, velas y demás artículos que se necesitasen. La atribución de canjear vales por productos o vicios quedaba exclusivamente a favor de los jefes políticos o de policía.

Iriondo no podía saber que el artículo tercero de este decreto no surtiría gran efecto: “Los jefes políticos y de policía, abrirán un libro en el que asentarán todos los vales o recibos que otorgaren a proveedores o a cualquier otro comerciante por los artículos indicados, debiendo expresarse en cada anotación las fechas, numeración, cantidad de arrobas, libras u objetos y su valor convenido o contratado en números y letras, a fin de evitar falsificaciones”. O era inocente o confiaba demasiado en la incapacidad policial para el dibujo.

Comisario asesino
Nos ubicamos ahora en 1886, el inicio del gobierno de José Gálvez y de la presidencia de Juárez Celman. Historiadores serios afirman que el gobernador llega al sillón de López en virtud de pactos secretos con el general Roca, a cambio de los electores que llevaron a la presidencia a su cuñado.

En esos primeros días del gobierno galvista, el juez de paz del distrito de Santa Rosa, en el departamento San José, inició un proceso contra Wenceslao Franco, el comisario de la zona.

El cargo era abuso de autoridad. El hombre había tenido el tupé de haber retenido a un vecino por algo que le había contado un indio. El diario La Revolución, que apareció el mismo día que asumió Gálvez, lo describía así. “Por cuento de un indio, sin prueba legal alguna, puso en el cepo colombiano a un ciudadano, martirizándole durante horas en su casa-habitación de la campaña. El mártir Facundo Payero se ha quejado al juez González quien cumpliendo su deber ha levantado un sumario para esclarecer el hecho y pedir justicia contra el victimario”.

El periódico no cuenta cuáles fueron los hechos, pero lo cierto es que el juez González debe haber pensado muy bien antes de procesar a Franco. Habrá cavilado horas y horas antes de tomar esa decisión. Como informa La Revolución, el comisario Franco había sido sindicado poco tiempo antes como cómplice del asesinato del anterior juez de Paz, el señor Romero.

Estupro… blema
Los suicidados en las cárceles no son exclusividad de nuestros días. Y los policías delincuentes, tampoco.

En marzo de 1904, el diario Unión Provincial publicó la noticia del suicidio del sargento Melquíades Guzmán, dentro del cuartel del Batallón Guardia de Cárceles.

Guzmán estaba preso a disposición del juez de instrucción acusado de estupro. Para Unión Provincial, el hombre “se había dado cuenta de la enormidad de su delito, cometido en un momento de extravío, resolvió quitarse la vida, sustrayéndose como es natural a los remordimientos que sentía”.

Melquíades Guzmán “era generalmente querido de sus superiores y subalternos y hacía más de 9 años que prestaba servicios en dicho cuerpo”.

Al momento de escribir la crónica, el periodista no había resuelto aún el enigma de cómo había llegado a sus manos el revólver Smith –Wesson calibre 7 mm, con el que se descerrajó un tiro en el parietal derecho.

¿Dónde están los guardiacárceles?
Superpoblación carcelaria, evasiones inexplicables, motines… tienen también su larga trayectoria en la ciudad.

En abril de 1904 se escaparon de la cárcel correccional Pascacio Vargas, condenado a 12 años por homicidio y Juan Quiroga, condenado a 3 años por robo.

La cárcel alojaba por entonces a unos 300 penados, siendo la deficiencia del edificio que ocupa y los escasos soldados que la custodian “un verdadero peligro para la población de aquellos alrededores que viven bajo constante amenaza de levantamiento”, decía Unión Provincial.

Los evadidos robaron al sub-alcalde Costa la llave de la puerta de la oficina del guardia y validos de la oscuridad, saltaron sobre el techo de la cocina subiendo al techo del pabellón de donde emprendieron la marcha sobre la pared en dirección al noroeste dejándose caer al exterior del edificio. Y aquí otro dato: Quiroga, uno de los evadidos, “desempeñaba las funciones de asistente del sub-alcalde”.

“Llama la atención en esta evasión por la facilidad con que se produjo”, dice Unión Provincial y remata: “Fácilmente se hubiera evitado si los guardias del exterior ocuparan sus puestos de vigilancia. Ninguno estaba donde debía”.

Proselitismo policial
Ya hemos dicho que el hecho de que el radicalismo llegara al poder puso furiosos a muchos. El portavoz de la aristocracia santafesina desalojada del gobierno después de varios siglos fue el diario Nueva Época.

En 1915 ese periódico denunció que el gobernador Manuel Menchaca había enviado a un comisario a hacer proselitismo radical frente a las próximas elecciones en Córdoba.

El diario se enteró y publicó: “No paga a los empleados pero paga a los agentes que le hacen propaganda”. Decía: “Acercándose el día de la elección a diputados y senadores provinciales que se realizará en Córdoba, el gobernador Menchaca ha enviado a esa provincia, como envió antes a Entre Ríos, numerosos empleados de la policía de Santa Fe para que hagan política radical. Todos los sorprendidos hasta hoy vestían de particular, pero se ha dado el caso de una singular desvergüenza en uno de ellos, que ha realizado su propiedad vestido con el uniforme de nuestra policía”.

Se trataba del comisario del departamento General López Armando González. El gobernador cordobés Cárcano le envió un telegrama a su par santafesino poniéndolo en conocimiento de que González se encontraba en Córdoba haciendo trabajos electorales vestido con el uniforme de ordenanza en aquella provincia.

Menchaca contestó afirmando que el policía estaba en la ciudad de Bell Ville porque había fallecido su hermano.

La investigación continuó, porque Cárcano mandó a averiguar si en esa última semana de marzo de 1915 se había inscripto en el registro civil alguna defunción relacionada a la familia de González. Nada

Nueva Época concluyó el caso titulando: “El comisario que enterró a su hermano vivo por orden del gobierno”.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

por que no cuentan como estan robando los politicos y jueces toda la mafia que esta comandada por ellos y no pasa nada,nadie los juzga y siguen delinquiendo,por que no hablan de eso tambien?,aunque igual aunque se diga no pasa nada.

 
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