Cuando en 1912 el radicalismo llega al poder provincial por medio de las urnas ardió Troya en Santa Fe. Muchos no se resignaban a que esos advenedizos, que siempre habían tomado las armas, hicieran uso de los votos para desalojar a los patricios santafesinos.
Tuvieron sus portavoces. El diario Nueva Época fue uno de ellos. Fue un diario oficialista la mayor parte de su existencia, desde 1886. Por su dirección y redacción pasaron, como por otros diarios, gobernadores, ministros, secretarios, que simultáneamente a su función política dentro del estado, cumplían la misma función dentro del diario.
Sus oposiciones al gobierno de turno fueron contadas. Hasta que “el pueblo” (categoría teórica para ese periódico, no sujeto de acción) le dio la espalda a décadas de conservadurismo y eligió a un radical para asumir la gobernación.
La misión del periodismo en esa época era pedagógica, pero en un sentido muy particular: se trataba de enseñarle al “pueblo” (que no leía los diarios) cómo debía pensar y cómo debía agradecer al gobierno en el poder. Por eso, la llegada de Manuel Menchaca al poder produjo un cimbronazo y un escozor imposibles de disimular, sencillamente, porque no querían disimularse.
Al día siguiente de aquellas elecciones Nueva Época publicó: “¿Cuál es la psicología de los pueblos que así abandonan a los hombres que representando una tendencia de opinión se han solidarizado con sus ideales y los han hecho prácticos y abonan con su vida pública la seguridad de sus compromisos? ¿Cuál es la conciencia colectiva de los pueblos, cuál la orientación que sigue en sus decisiones, qué concepto de sus conveniencias tienen adquirido?”
¿Se entiende? El “pueblo santafesino”, olvidado como sujeto de acción política por la prensa es amonestado, cuestionado y desafiado por sus decisiones. ¿Cómo no ven lo que les conviene, cómo no agradecen lo que hemos hecho por ellos?
Continúa: “El cuerpo electoral olvidó, por esas eternas veleidades que sufren las muchedumbres, sus fallos caprichosos, a los hombres que encarnan su espíritu y sus aspiraciones. Los olvidó con notoria ingratitud”.
La recriminación a ese pueblo que dio la espalda a los supuestos progresos y a la supuesta abnegación de los patricios santafesinos termina así: “Si esta es la justicia del pueblo, convengamos en que si existieran tribunales de apelación para ir contra tales fallos, nunca como en el caso presente podría iniciarse con abundante prueba la demanda”.
Nueva Época no se resignó.
En 1915, ese le pidió al gobernador Manuel Menchaca que defendiera cabalmente la constitución provincial.
No se trataba de ningún tipo de agresión a la democracia, ni nada por el estilo. El diario urgía al mandatario a prohibir las conferencias del chileno Juan José Julio y Elizalde. El hombre se había retirado del sacerdocio católico para predicar una nueva religión cristiana a la que él bautizó “la religión de la humanidad”, y que se basó en los pensamientos de Augusto Compte.
Elizalde estaba en la ciudad y se disponía a realizar una conferencia en la semana santa. Nueva Época las calificaba por lo menos, como inoportunas. “En el momento en que todo lo que hay de religioso en la ciudad se conmueva con la rememoración de la tragedia del Calvario, a la hora justa del jueves en que la Plaza de Mayo será el lugar de tránsito de todos los católicos santafesinos que recorrerán los templos llevando a Cristo prisionero el homenaje de su fe y su humildad, don Juan José Julio y Elizalde se pondrá a vomitar injurias desde el kiosco de la banda sobre los ‘servicios divinos’”, escribía.
Calificaba a la actitud como “una provocación calculada” y vaticinaba, o alentaba, que se podía producir “una respuesta violenta en el pueblo católico así agraviado”. Aquí sí, se apela al “pueblo”, pocos años antes calificado como “ingrato”, o “caprichoso”.
“La tolerancia de la policía será una verdadera complicidad y podríamos con justicia responsabilizarla de todo lamentable incidente que se produzca”, decía Nueva Época.
E intimaba al gobernador Menchaca, al que acusaba de “liberal”, a defender la constitución, diciendo: “Si la constitución declara que la religión del estado es la católica y que las autoridades deben prestarle su protección, el pueblo católico tiene derecho de exigir que se respete el ejercicio público de su culto”.
Finalmente, hubo prohibición policial pero el ex cura dio su conferencia en Plaza España, aparentemente bajo la protección del gobernador.
El diario no pudo contener su ira y escribió: “El gobernador Menchaca, con su liberalismo de trocha angosta no vaciló en contrariar un buen acuerdo del jefe policial y autorizó privadamente al ex fraile para que diera su conferencia. Y la conferencia se dio violando la constitución que otorga una decidida protección del catolicismo. Para el cerebro algodonado del gobernador, las conferencias deben constituir un trozo de literatura científica, cuanto él mismo, a pesar de que es maestro normal, no sería capaz de otro tanto”.
En estas relecturas de la historia, y en la lectura de la realidad actual, no cabe más que preguntarse si esta ciudad, a veces, no atrasa un siglo.
Los guardianes de la moral
La gente que ahora escuchás por la radio, ves por la tele o a veces leés en los diarios, que te dice qué te conviene y que camufla su opinión (que muchas veces no es suya sino la de sus patrones) como si fuera información, tiene antiguos precursores en Santa Fe. Te invito a que entres a esta nota, y encuentres dos ejemplos apenas de cómo se hacía periodismo en la ciudad de antaño. Y te pregunto: aunque el ejemplo que te traigo hoy sea algo “repulsivo”, ¿no era más honesto antes?
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