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Independencia (segunda parte)

Más subvenciones
En 1885, bajo la consigna de “Patria. Justicia. Libertad”, aparece La Libertad. Tiene un “Permanente” que habla a las claras de que el campo de los editores se abría más y más, y de que no todos acordaban con la política subvencionista hacia el periodismo: “Conste que los periódicos Los Principios, El Pueblo, El Corondino, El Mensagero, El Pueblo del Rosario, La Opinión Pública y Los Tiempos de Buenos Aires están subvencionados por el gobierno de Santa Fe, unos directamente y a otros pagándoseles un regular número de ejemplares para las oficinas públicas. No es envalde (sic) el servilismo!”

Mi candidato
Muchos periódicos, ya privados, se declaraban independientes. Y llevaban en sus portadas, en épocas electorales, los nombres de candidatos a presidente y/o a gobernador. Y no como publicidad.

La Unión Nacional, auspiciaba la candidatura de Adolfo Alsina como presidente en 1874. “Candidato de El Santafesino para presidente de la República: D. Julio Argentino Roca”, decía ese periódico en 1880. En 1885, aparecía en Los Principios: “Candidato de Los Principios: Dr. Bernardo de Irigoyen para presidencia. Dr. José Gálvez para gobernador. Severo González para vice”. En 1893, es el principal redactor de Unión Provincial Domingo Guzmán Silva. Aparece luego de la revolución radical, mientras la intervención nacional preparaba las elecciones. Un partido de igual nombre fue defendido con verdadero entusiasmo por Silva y sus candidatos promocionados. En 1912, Nueva Época lleva en el ángulo superior derecho de su portada: “Partido Constitucional. Sus candidatos. Para gobernador: Dr. Estanislao M. López. Para vice: Dr. Luis Ávila”.

Y hay más ejemplos.

¿Para qué sirve el periodismo?
Ovidio Molinas fundó La Opinión en 1901, y murió en 1909. Su familia conserva prolijamente guardadas en una carpeta los recortes de sus necrológicas.

Un repaso de ellas nos muestra cuál era en aquellos años del Centenario la misión del periodismo, vista por periodistas.

“Surgió esta hoja en los tristes momentos en que un gobierno autoritario manejaba a su capricho los destinos del pueblo y surgió dispuesta a controlar y a censurar sus actos sin temores ni apocamientos, desafiando odios, despreciando amenazas, desbaratando intrigas, rechazando calumnias y confundiendo en su propio lodo a los calumniadores que se atrevían a cruzarse en nuestro camino”, decía ese mismo diario en su décimo aniversario.

Joaquín Piedra Buena define exquisitamente a quien fue el fundador de La Opinión: “Fue en toda la acepción de la palabra un hombre guión, pues imprimió y señaló rumbos a los gobernantes, que si no lo querían, porque le temían, lo respetaban y esperaban ansiosos las catilinarias de su pluma que hería como una espada en el combate, para desviar el rumbo de sus actos, o para aprestarse a la defensa”.

He aquí una pintura de la misión del periodismo y los periodistas: en principio individual, concentrado en la persona del director-propietario, pero, además, y más trascendente, con una misión concreta: la de “marcar el rumbo de los gobiernos”, e, incluso, provocar cierto pánico en las altas esferas como para tener que esperar en sus oficinas la llegada de un diario que, con su prédica, reprimenda o amonestación, les indicaba el camino.

La historia política de Santa Fe demuestra que los apuntalamientos que propugnaban estos órganos de publicidad estaban dirigidos aún en esa época a cambiar las figuras de los tradicionales sectores dominantes de la provincia por otras con características similares.

Hablar de la personalidad de Molinas, en este caso, es lo mismo que hablar del temperamento de La Opinión.

Téngase en cuenta lo que señalaba en ocasión de su muerte Federico de la Hoz, director de Nueva Época: “Escogió una profesión ingrata en la que se vive anónimamente, en la que no se experimentan otras satisfacciones ni goces que aquellos íntimos frutos de una conciencia moral encaminada a procurar el bien común con prescindencia del propio, y en esa labor que tantas energías mentales y físicas consume, el hombre que encierra ese féretro dedicó lo más sano de su espíritu, lo más gallardo de sus talentos y lo más puro de sus ideales. Pudo así mediante el órgano que dirigía y que reflejaba su pensamiento sobre los más arduos y variados problemas de la vida pública, convertirse en factor de influencia en nuestro ambiente, cooperando a la gran evolución de los progresos de la provincia, tanto en las esferas de feliz sosiego como en aquellas otras en las que las turbulencias agitaban la acción de los ciudadanos”.

Unos años después, don Salvador Espinosa daría vida al Santa Fe. Fue el primer diario que nació sin un explícito sostén político. Aunque en sus más de 20 años de existencia tuvo sus inclinaciones semi-visibles, intentó no hacerlas tan manifiestas como sus otros colegas.

En 1911, cuando veía la luz, Santa Fe se presentaba como un diario “Independiente, impersonal, informativo y defensor de los intereses generales del comercio, industria, agricultura y ganadería (…) Absoluta prescindencia en política. No defiende ni defenderá a ningún partido determinado”.

El “Permanente” que acompaña a este diario durante su primer año, es una nueva definición del concepto de independencia que construía el periodismo de esos años: “Nuestra causa es la del pueblo, y la defenderemos con toda independencia y energía, haciendo abstracción de cualquier otro interés que se oponga a los vitales y permanentes de la colectividad”.

Y aquí, entonces, comienza a estar más clara la visión de aquellos hombres sobre su rol en tanto periodistas y sobre qué es la independencia: tanto Molinas, como Espinosa, y tantos otros antes habían entendido que esta provincia los necesitaba. Y este entendimiento nacía de una abstracción, de un ejercicio intelectual: ninguno de ellos les preguntaba a los santafesinos, “menores de edad”, qué necesitaban, qué preferían, qué buscaban, qué ansiaban. Se toparían a medias con esa realidad en 1912, cuando el radicalismo ganó la provincia. Algunos le darán la bienvenida al “pueblo”, otros, le recriminarán su desprecio.

La independencia como valor
Sólo luchamos por los intereses del pueblo de la provincia de Santa Fe. Somos independientes, repiten durante años y años periodistas subvencionados por el estado, o pagados sus sueldos por éste, o ya comerciales, pero con directivos y empleados funcionarios en actividad o retirados. Otra vez: ¿in­dependientes respecto de qué y de quién o de quiénes?

El concepto de “independencia” periodística que suponen aquellos periódicos es muy distinto del que se sostiene hoy y con el que se jactan algunos periodistas de la actualidad.

En el presente los periodistas en tanto individuos por un lado, y los medios como instituciones por otro, basan su pacto con el público en una independencia política y económica que es prácticamente imposible sus­tentar en los hechos.

Ovidio Molinas, al fundar su diario, se propuso —y logró, según sus colegas— ser un hombre-guión, que durante ocho años al frente de La Opinión marcó el rumbo de los gobernantes, quienes le temían y respeta­ban. Lo hacía porque, habiendo comprendido las aspiraciones del pueblo, por él hablaba. He aquí la función de un “representante”. La satisfacción por el “deber cumplido” provenía de haber revelado e impuesto el camino, todo por un interés supremo y renegando de las aspiraciones personales: el bien del pueblo de la provincia.

En otros periódicos como El Parque o La Democracia, decididamente radicales, la independencia residía en que, desde que se asumían a sí mismos como tales (radicales e intransigentes), buscaban a partir de esa doctrina cam­biar la vida política, institucional y hasta cotidiana de los santafesinos y del país todo. No necesitaban más que eso para sentirse independientes. Esto es: son autónomos respecto de los intereses particulares. Amar a la patria y luchar desde la prensa por su beneficio, no podía significar su­misión. No, eso era independencia.

Análogo habrá sido el pensamiento de José Gálvez o David Peña cuando decidieron que Nueva Época debía ver la luz.

Y más allá de los largos estudios acerca de la influencia de los mass-media y la teoría de la “aguja hipodérmica”, donde los medios eran juzgados como “maquinarias omnipotentes y terribles de manipulación”, aquellos periódicos, aunque no lo fueran, se percibían así mismos como poderosos e influyentes aparatos de manipulación… con un “loable” fin.

Cómo se entienden, si no, las palabras de Nueva Época en su intento desesperado por sostener un gobierno que se caía a pedazos, allá por 1911: “El poder de la opinión pública y el poder de la prensa, dos fuerzas que se confunden porque bata­llan por los mismos ideales, siendo una acción y otra pensamiento, son los factores que han entrado en juego para imponer la autoridad de sus princi­pios políticos en oposición a los privilegios del inte­rés circulista contra las más positivas conveniencias del Estado”.

El “pueblo” no podía querer otra cosa que la que seña­laba el diario, que autoelevado a en un lugar de superioridad era intérprete de los deseos —manifiestos y ocultos— de los santafesinos. Representaba en realidad no lo que ese pueblo quería, sino lo que debía querer, de acuerdo a lo que era mejor para él, según el desintere­sado, inequívoco y atinado saber de los periodistas.

Las razones que se escondían tras la fundación de un diario se­guían siendo en el Centenario, esencialmente políticas, y la independencia se transforma en un alarde inverosímil tanto ayer —cuando Olegario Andrade tiraba El Patriota desde la imprenta del Estado y se decía independiente; cuando Santa Fe y Nueva Época se ufanaban de ser independientes del gobierno de Ignacio Crespo— como hoy.

Es como si toda la historia del periodismo santafesino estuviera re­corrida por un intento fallido por renovar un pacto con el lector basado en la independencia, cuando ésta es palmariamente imposible y se trata más bien de un concepto construido de distintas maneras para diferentes épocas.

Será que hoy vemos en cada discurso periodístico demasiadas som­bras, intereses, y entonces la independencia deviene para cada periodista en lo que G. Tuchman llama un ritual estratégico de defensa, como la objetividad, o, también y más esperanzadoramente: una “saludable tensión” hacia ella, un “concepto ideal-típico, [que] como tal no existe, pero su presencia es reconocible: una tensión permanente hacia la ver­dad”.

Fuentes:
- Tomás Auza. El periodismo de la Confederación, 1852-1861. Buenos Aires, Eudeba, 1978, pp. 223-239.
- Busaniche, José Carmelo. Hombres y hechos de Santa Fe. Cuarta serie. Santa Fe, Cuadernos de Arcién, 1979, p. 105-109
- Cintia Mignone. Un siglo de catilinarias. Apuntes sobre periodismo, historia y memoria en la ciudad de Santa Fe (1819-1912).
- Ejemplares de los diarios El Pueblo, La Libertad, La Unión, La Verdad, El Tiempo, El Fénix, La Unión Nacional, El Santafesino, Unión Provincial, Nueva Época, Santa Fe, El Parque, La Democracia, existentes en el Archivo General de la Provincia de Santa Fe y en su Archivo Intermedio.
- Expedientes varios del Registro Oficial de Santa Fe y del Ministerio de Gobierno, Agricultura, Culto e Instrucción Pública. Sección Gobierno y Culto.
- Recortes inéditos en poder de familiares de Ovidio Molinas.

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